Capítulo 193: Parece que un viejo amigo ha llegado

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Xie Qingcheng se quedó en el sanatorio de Nueva York, tal y como había dispuesto la familia Wei.

Wei Dongheng, como si tuviera miedo de que él quisiera huir de repente, no fue tan lejos como para ponerle a alguien a supervisarlo las 24 horas, pero envió a alguien a vigilarlo para asegurarse de que estuviera vivo y bien.

De hecho, Wei Dongheng no debería estar tan nervioso, dado que Xie Qingcheng había prometido a Xie Xue que cooperaría con el tratamiento de su enfermedad, no faltaría a su palabra. Aunque este cuerpo ya no le sirviera de nada, mientras todavía necesitará una vela en las largas y oscuras noches, podía continuar quemando los restos de su cuerpo hasta que fueran cenizas.

El tratamiento continuaba día tras día y se tragaba las medicinas a puñados.

Sin embargo, el tratamiento no era demasiado eficaz y el espíritu de Xie Qingcheng se había derrumbado. El cuerpo de una persona es como un recipiente, cuando el recipiente ya está roto y no puede ser reparado, entonces ninguna cantidad de medicina ayudará.

Lo único que podía devolver a Xie Qingcheng algo de vitalidad era el asunto de completar la información de Qin Ciyan.

Ese parecía ser su último pilar espiritual.

Después de estar en el extranjero, las cosas en casa eran como si vivieran en un pasado distante, la distancia entre las montañas y el agua no era sólo la distancia, sino también el tiempo. Los días de Xie Qingcheng se volvieron extremadamente aburridos, tediosos e incluso deprimentes. Se levantaba todas las mañanas a las seis, ordenaba y reparaba cuidadosamente las notas de Qin Ciyan, después iba a su tratamiento y después de terminar su tratamiento,volvía con un suero y seguía haciendo frente a una tabla de datos...

El terapeuta le dijo que no abusara de sus ojos, así que se puso un cronómetro y descansaba los ojos cada media hora. Cuando lo hacía, se acercaba a la ventana y miraba la gran extensión de hierba verde y el lago artificial. Fuera de su ventana había un árbol desconocido con pequeñas flores rosas palido que cuando el viento soplaba, caían con el viento y flotaban sobre su escritorio, donde, además de los libros y bolígrafos, sólo había un pequeño dragón de fuego roto.

—No esperaba que le gustaran cosas tan lindas —una enfermera intentó charlar con él— ¿Puedo tomarlo y echarle un vistazo?

Xie Qingcheng cerró el libro, la miró en silencio y le dijo—  Lo siento, por favor, no toques eso.

Estaba tan desinteresado y taciturno, tanto su ojo ciego como el no ciego estaban hundidos con la nieve silenciosa que se encontraba a miles de kilómetros de distancia.

En los meses transcurridos desde que llegó a Estados Unidos, no había mostrado ni una sola sonrisa.

Hay que reconocer que ninguna de las noticias que había recibido en todo ese periodo de tiempo habían sido buenas.

El ataque a la Isla Mandela por parte del Ejército y la Policía de Guangzhou fracasó, con grandes bajas. Duan Wen tenía armas que superaban la tecnología de las normales, tanto las de fuego como las químicas eran muy avanzadas.

Los que sobrevivieron describieron la isla de Mandela como una fortaleza llena de trampas por todas partes, como una bestia flotando sobre la superficie del mar con su enorme boca pestilente y apestosa abierta, lista para devorar a cualquier humano que se atreviera a acercarse a ella en cualquier momento.

No mucho después llegaron noticias del centro de detención de Huzhou de que Wei Rong había perdido la cabeza durante un interrogatorio y había revelado imprudentemente información importante relacionada con la organización, lo que desencadenó el chip de confidencialidad implantado en su cuerpo le inyectara instantáneamente toxinas en el cuerpo, provocando que se retorciera y echara espuma por la boca, perdiendo la conciencia en poco más de diez segundos, y el rescate resultara ineficaz.

Libro de Casos ClínicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora