Discordia

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Discordia

—¡¿Qué?! —gritó Minos de repente.

—Me preguntaba cuándo lo dirías —dijo Huxios.

—Pero… ¿Por qué? —pregunto Gia.

—Bueno, la respuesta a esa pregunta es complicada y larga, pero he pensado en ella durante mucho tiempo y creo que existe un resumen muy acordé a estas circunstancias.

—Joseph, por favor… dilo —habló Evan.

Joseph lo observó y de su rostro surgió una pequeña sonrisa, como un rictus de tristeza.

—Claro, claro, disculpen. Pues me veo obligado a visitar la Gran Capital por el bien de este pueblo, ya que no hacerlo podría significar su extinción total. Solo con suponer que, buena gente, ahora que Wakmar ya no está bajo el dominio de los Magnos, el Reino Superior intenté proclamarla una vez más como propia o, también, no olviden que Exehdius y Yoxu y sus secuaces, están prisioneros bajo esta ciudad y sin hablar de la gran humillación que todo el reino Magno ha sufrido por la derrota en la guerra pasada. Conociendo y preguntándome estas hipótesis, me es bien sabido que es cuestión de tiempo que los Magnos asedien nuestros puertos con el fin de obtener venganza, pues dudo mucho que quieran conservar la isla.

—Entiendo, Joseph —habló Francis desde el otro lado de la habitación, junto a una cortina a medio cerrar, en un todo pausado y reflexivo, como quien quiere entender todos los pormenores de la situación—. Pero, una vez allí, ¿qué harás?

—Oh, Francis, ¿Pues que haré? Me gustaría poder contarles, sin embargo, el hacerlo transformaría todo en una penosa discordia, así que no diré más y les pido disculpas, a ti y a toda esta buena gente sorprendida con sus rostros torcidos y boquiabiertos. —Y dicho esto exhaló una gran cantidad de humo azulino que pareció poblar cada centímetro de la habitación.

—Joseph, vamos… ya no somos aquellos niños que encontraste en un páramo pidiendo ayuda, ni tampoco ellos son personas desamparadas en busca de un refugio —dijo Evan refiriéndose a ellos y a los demás—. Cuéntanos, no tienes qué…

—No, Aurelio, entiéndeme… no puedo. No puedo por qué el ocaso cae sobre las montañas más viejas. No puedo por qué el fuego quema la madera y extingue las hojas. No puedo por qué el tiempo agota gota a gota el mar y transforma todo en arena. Lo siento y lloro por ustedes, pero entiendan que el miedo es fuerte para todos y el enemigo esconde y sabe y yo, torpe, firmé con sangre, al igual que él.

Nadie entendió, o casi nadie, lo que Joseph acababa de decir, sin embargo, el silencio se instaló unos segundos mientras cada uno de los presentes posaba su mirada en los rincones oscuros y distantes de la cabaña.

—Pero volverás… ¿Cierto? —formuló Elián de pie al lado del sofá en dónde Minos se encontraba, cortando con el ensimismamiento de todos allí.

Joseph la observó imperturbable y se concentró en continuar fumando y contemplar el fuego dentro del hogar, solo después de algunos minutos, habló mientras se ponía de pie y abrochaba su abrigo.

—Elián… bueno, no sabría que responder ante esta tan enigmática pregunta tuya. —Y dicho esto se dirigió a la puerta y cruzó el umbral con un rostro serio y preocupado.

—Genial, se fue… —dijo Minos.

—Esto no está nada bien, Joseph nunca se iría antes de que finalizara la reunión. Algo le está pasando —agregó Elijah.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Where stories live. Discover now