No se puede

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No se puede


Luego de aquella historia, Evan se quedó allí, sin hablar, sin moverse, esperando, como si todo fuese cuestión de tiempo, pero era bien sabido por el que para nada sería así.

Las mujeres se apartaron y guardaron silencio, no hablaban ni se movían, no eran distintas a troncos de leña esperando a arder. No sabía sus nombres, no sé lo dijeron y él no preguntó. Sintió que, al principio, había sido prepotente e ingenuo, pero no podían culparlo. Luego de tantas penurias y desgracias, su indignación había evolución a algo más, una angustia solo detenida por un deseo de acción y justicia incontrolables.

Sin más que hacer, se quedó allí, conviviendo con la penumbra cuando oyó algunos pasos acercándose. Un instante después, la madera del suelo crujió a la vez que Klóoun ingresaba al carromato. Permaneció en silencio y solo dio algunos pasos más hasta posicionarse rozando la cortina que ocultaba su reducida habitación. Tras de sí, apareció un hombre, era alto, pero de una jorobada espalda, la piel blanca, pero pálido, no podía ignorar lo delgado de su rostro y brazos, aunque, a pesar de todo, todavía habitaba voluntad en el fondo de sus ojos oscuros. Tenía cabello, aunque escaso y de un negro infestado de canas, dejando la clara imagen del tiempo.

El hombre, que Evan supuso que se trataba de Víctor, se mantenía quieto, llevaba un overol de un sucio verde por encima de ropas desgastadas y no los suficientes gruesas para enfrentar el infierno. En sus manos temblorosas llevaba un cuenco grande de madera del cual se elevaba un vapor exquisito. Klóoun le hizo una seña y el viejo hombre se acercó con rapidez a la jaula.

—Ten —le dijo con una voz extraña, afónica y áspera, pero la mirada que le ofreció era de lástima, una profunda pena que solo alguien que ha vivido mucho puede transmitir.

Evan tomó el cuenco y luego aceptó una cuchara de madera que también le ofreció el hombre. Una vez esto, Klóoun se dirigió a Víctor:

—¿Los caballos? —le preguntó como si con ello podría escupirle.

—Preparados y listos, señor. Cada cual se encuentra en su carromato. Solo restaría ordenarlos y emprender el viaje, señor.

Klóoun lo observó a los ojos con suma dureza. Evan apenas lograba ver todo lo que sucedía, todavía no había comenzado a comer.

—¿Cuánto te tomará?

—Si los señores así lo desean, no más que unos minutos, señor.

—Pues hazlo. Yo hablaré con ellos…

—Sí, señor.

Víctor se disponía a volver a su tarea, sea cual sea, sin embargo, antes de que descendiera del carromato, el mestizo lo detuvo.

—¿Necesitas ayuda? —Su voz había sido metálica y pesada, no había amabilidad en ella.

Víctor dirigió un corto vistazo a la jaula de las mujeres, luego miro a Klóoun con sutileza y respondió:

—No es necesario, señor.

Y sin más que decir, Klóoun le indicó que continuase con su trabajo.

Pasados unos minutos, ambos se fueron, Evan observó con extrañeza el cuenco y observó el caldo que tomaba lugar en él. Ni siquiera lo pensó, observó a ambas mujer a su lado y se los ofreció:

—Tomen, coman ustedes —les dijo acercando lo mejor posible el cuenco a los barrotes y pasando la cuchara por entre ellos.

Las mujeres lo miraron con desconfianza y hasta con irritación.

—No, nos varean y seremos castigadas. Los ojos y oídos perciben los susurros —respondió la mujer pálida colocándose las manos abiertas detrás de las orejas.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Where stories live. Discover now