Ojos que no ven

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Ojos que no ven


—Sigo creyendo que era más sencillo echarlos de la ciudad —dijo Xifos, con su equipamiento de batalla y su fiel lanza de plata.

—No… esto debemos resolverlo ahora… —le respondió Capherin. Ambos se encontraban a las afueras de la posada, que ahora, a la luz radiante de la luna llena, se veía vieja y antigua, casi como un viejo trapo en un canasto de seda.

—¿Por qué? No es nuestro trabajo perseguir prófugos ni mucho menos arrestar inferiores. Ese es trabajo para las caravanas y sin decir que hace no mucho paso por aquí aquel jefe loco…

—Fyodor, jefe superior de caravanas. Líder de la Caravana de los Prófugos. Llámalo por el nombre, Xifos. Mi padre siempre ha dicho eso, es la única manera de conocer realmente si le temes o no. —hizo una pausa mientras contemplaba el edificio casi en ruinas, como si estuviese viendo el futuro—. Sabía que vendrían, en realidad, sabía que un grupo grande de extraños se acercaba. He colocado algunos metales en las tierras y caminos circundantes, no esperaba verlo…

—¿Te refieres a Sirdul? Ese maldito…

—Ese maldito es muy poderoso y se ha hecho de un nombre y fama. —Y se detuvo, pues algo muy dentro de ella se sacudió—. Cómo sea, debemos detenerlos, todo me indica que provienen del norte. Pero solo hay dos ciudades por allí. Wakmar y, bueno, La Gran Capital Superior. Es un poco obvio que vienen de la isla.

—Supongo que tienes razón, si Wakmar les pertenece ahora, tal vez se rebelen contra Oram en un futuro. Aunque ese futuro falte, entiendo que es mejor librarse de un problema ahora, que de un caos después.

—Sí… —dijo sin convicción, solo miraba el edificio y se preguntaba: ¿por qué? ¿Por qué Sirdul había decidido traicionar al reino? Esto no era lo que ellos habían dicho, lo que habían prometido antes de separarse.

—Oye, Capherin… no sé qué ocurre. Pero debemos de actuar, como lo has planificado.

—Lo sé, no tienes que decírmelo. —Las palabras salieron solas, como si algo hablara por ella, capaz, su determinación o, tal vez, su anhelo de que todo terminase lo más rápido posible.

A su alrededor se encontraba una gran cantidad de mestizos y Superiores, todos aguardando órdenes. Los mestizos, algunos con armaduras negras y otros, simplemente equipados con simples armaduras ligeras, aguardaban en una fila detrás de los Superiores, iban vestidos de uniforme, todos observaban con impaciencia aquella estructura.

—¡Soldado! —gritó Xifos a una mujer que se encontraba más cerca, esta, al escuchar la voz del comandante, se desprendió de la fila y lo observó a los ojos—. Requiero confirmación.

—¡Requiera, señor! —respondió con energía la mujer.

—No ha salido ningún objetivo de la posada. Confírmeme.

—Le confirmo, señor.

—Vuelva a su puesto —dijo y observó cómo la mujer, casi corriendo, se colocaba de vuelta en su lugar. Luego observó a Capherin.

—Veo que te has acostumbrado rápido a ser el mestizo de clase dos más importante —le dijo esta.

—Sí, lástima que a ojos de las clases tres, no soy más que un clase dos cualquiera.

—¿Acaso importa? No hay clase tres en Oram, salvo, bueno, Sirdul y mi padre, aunque mi padre es un clase cuatro. Además, fue él el que te dijo esa lanza.

—Fue hace mucho, cuando me dieron el reconocimiento en el cuartel. Ahora que los dos terminamos en la misma isla, ni se debe acordar de mí —dijo y exhaló con profundidad, como si los recuerdos le fuesen una carga pesada—. Hablando del mariscal, ¿le has consultado sobre tus planes?

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Where stories live. Discover now