Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"

El inicio de una larga noche

El inicio de una larga noche

—Perdona a mi padre, Sirdul, él es… bueno, tú ya sabes cómo es —dijo Capherin en un tono dulce y apenado mientras se encontraban en un carruaje elegante dirigiéndose a las posadas.

No hubo respuesta, pero la joven sabía que Sirdul se esperaría algo peor.

Al detenerse, la tarde se encontraba avanzada y el sol prestaba un paso para que la noche cayera sobre los techos de Oram. Capherin se apeó del carruaje y, tras intercambiar algunas palabras con el soldado que conducía a los caballos, se dirigió hacia la misma posada en la cual la compañía había entrado.

Sirdul, sin emitir palabra ni alterarse, la siguió. Observó su figura delgada y atlética deslizándose por la oscura callejuela y algunos recuerdos olvidados volvieron a su mente, faltó poco para que un atisbo de felicidad se escapara de su rostro. Cuando entró a la posada, observó que la mayoría de las mesas estaban ocupadas por superiores vestidos de aquel uniforme negro, al parecer aquella posada era muy frecuentada por la alta estirpe de la ciudad. Entre el bullicio y la tenue iluminación, logró observar a la joven subir por unas escaleras. No supo a ciencia cierta por qué la seguía tanto, pero supuso que no había mejores alternativas, por lo que, esquivando miradas y personalidades desagradables, alcanzó las escaleras y las subió. Tras alcanzar la planta del medio, solo pudo ver un corredor un poco mejor iluminado, el mismo contaba con muchas puertas esparcidas a los lados, sin embargo, pudo ver el cuerpo de la joven doblar en una esquina al final del corredor. Tras llegar hasta allí, se topó con otra escalera y, tras sopesar en la idea de subir o no, se decantó por lo primero. Algunos segundos más tardes, se encontraba en la planta alta, en dónde, al igual que en la anterior, consistía en un corredor con diversas puertas a los costados, sin embargo, estas eran pocas comparadas a la anterior planta. Supuso Sirdul que el motivo era por qué aquella habitación de seguro eran más grandes y lujosas. Cuando levantó la vistas, observó a Capherin, caminando hasta el final, en dónde una puerta tomaba lugar en el centro de la pared, como si aquella habitación fuese la más importante. Luego de sacar una llave de su abrigo, abrió la puerta e ingresó. Sirdul, en aquel momento, no supo qué hacer.

Se sentía cansado y creyó que dormir algunas horas le haría bien, pero muchas preocupaciones pasaban por su mente en aquel momento y entendió que dormir era un grave error, primero, por más que le resultase extrañó o incluso erróneo, debía de encontrarse con los demás integrantes de la compañía. Mientras meditaba estas cuestiones, se encaminó hasta la última puerta del corredor y llamó con dos suaves golpes.

El joven, impaciente, no supo si fueron dos minutos o una hora el tiempo que tardó la puerta en abrirse, sin embargo, una vez abierta, Capherin estaba de pie frente a él. Se había deshecho de sus atuendos y solo un vestido largo la cubría.

—Al fin llegas —le dijo la joven volteando y acercándose hacia una cama grande y tendida por mantas blancas.

La habitación era amplia y contaba con un hogar a la derecha junto a un sofá largo y una mesa baja, a la izquierda se encontraba la cama, al frente tomaba lugar una alfombra larga y una ventana que daba con el oscuro mar bañado por la luz pálida de la luna. Cuando Sirdul ingresó, le dio la espalda a la cama y comenzó a desprender las diferentes piezas metálicas de su armadura, le tomó un tiempo, pero al final lo logró. Ahora solo vestía el mismo uniforme negro que los demás, pero no sé apresuró a quitárselo, solo se limitó a voltear. Lo primero que vio, fue el vestido que la joven llevaba colgando del perchero, blanco, fino; como si todo el día formara parte a una vida cotidiana. Luego posó su mirada en Capherin, recostada en la cama, cubierta por unas sabanas blancas hasta el cuello, solo los hombros y los brazos desnudos aún permanecían al descubierto.