Antes de Partir

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Antes de Partir


Hace no mucho el sol había surcado el cielo y el horizonte y se mantenía en contante ascenso desde el este, cuando el joven magno abrió los ojos, se cambió y abandonó su reducido hogar. El mismo se encontraba en el segundo piso de un alto y ennegrecido edificio en dónde otros Magnos vivían también.

Bajó las escaleras, que se ubicaban tras salir a una especie de balcón diminuto, y caminó por los angostos pasillos hasta el puerto. Las brisas soplaban con timidez mientras el aletear de las gaviotas y el olor a trabajo colmaban el ambiente. Respiró profundamente y se detuvo a los pies del muelle, que se perdía por entre el oleaje a varios metros más adelante. Observó los barcos, volvió a respirar y, deshaciéndose de la bruma de la mañana, comenzó a avanzar hacia uno de los muchos barcos que permanecían anclados al muelle del canal principal.

Como todas las mañanas, debía de abordar un sucio, pero modesto barco, en dónde el capitán Kelec pasaba sus días y sus noches. Casi siempre el mestizo se encontraba sumergido en un profundo sueño inducido por la amarga cerveza que siempre ocupaba su mano, pues no dedicaba su tiempo más que a beber y a dar órdenes, órdenes simples y caprichosas.

Sin embargo, esa mañana, mientras el joven caminaba sin cuidado por el muelle, comenzó a oír un murmullo constante, como si el viento susurrara a sus espaldas, no obstante, era claro que el viento no realizaba tales actos y que, en cambio, eran voces de personas. El joven, entendiendo las palabras y casi que prediciendo el destino que le deparaba, exhaló con pesadez y volteó.

No vio a nadie más que algunas pocas gaviotas revoloteando por todo el trayecto detrás de sí. Sin embargo, un leve sonido se oyó y él, entendiendo que ese sonido no era otra cosa más que pasos, dijo:

—¿Kiem umto uskis? —Su voz sonó más temerosa que valiente, sin embargo, por más intentos que hizo, no obtuvo respuesta.

Procuró ignorar lo que sucedida, por más que era cuestión de tiempo de que todo ocurriese, pensó en correr hacia el barco y de esa forma evitar todo aquel posible incidente, pero por alguna razón la idea de que algo le impidiese cumplir su tarea, la cual era despertar al capitán Kelec, no le resultaba del todo descabellada, por lo que solo siguió caminando, con la esperanza de que algo ocurriese.

Para su fortuna, algo ocurrió pocos minutos después, sin embargo, no fue del todo bueno, pues rápidamente, de los costados del muelle, saltaron cuatro hombres fuertes y decididos y antes de que pudiera emitir palabra, ya se encontraba completamente inmovilizado y callado. No pasó mucho hasta que lo trasladaran a otro lado, muy alejado de aquellos parajes plagados de miradas magnas.

El joven poco entendió cuando le retiraron la venda de los ojos. Al principio no observó nada, pues la oscuridad era absoluta y aterradora, solamente pudo sentir que se encontraba inmovilizado en una pequeña silla en el medio de una gran habitación.

—¿Kiem umto uskis? —exclamó tembloroso, el temor había suplantado al alivio.

—Monhotioh shuienomh yoh piexuzmduh —anunció una voz y el joven comprendió al instante de quién se trataba.

—Tú, tú… no me harás daño, eres Silver, unos de los líderes de las personas —anuncio el joven traductor.

—Noto que recuerdas mi voz —dijo con seriedad.

—Sí… sí, soy bueno recordando voces —respondió con nerviosismo—. ¿Por qué me han traído aquí? ¿Dónde estoy? Está todo oscuro…

—Eso tiene arreglo… —dijo Silver y dos grandes llamarada surgieron a los lados del traductor, iluminando toda la amplia cámara.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora