Ha de ser un hombre

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Ha de ser un hombre


El primer impulso que tuvo fue buscar, buscar por todos lados, no dejar ni un solo recoveco sin hurgar. El segundo impulso fue lo contrario, no buscar. Observó largamente al caótico sótano y supo que sería imposible buscar cualquier cosa en ese desastre.

La oscuridad dificultaba un poco observar por completo el recinto, pero sus ojos por algún motivo se las ingeniaban para hacerse paso entre tanta penumbra. Supo que para empezar, debía de despejar la larga mesa atestada de aquellos instrumentos y recipientes de cristal, debía de recoger todos los papeles, libros y pergaminos del suelo. En la pared, a su derecha, se mostraba estanterías y muebles, casi hasta cubrirla por completo. Al fondo, entre la negrura, se alzaba una especia de alargado escritorio, lo cual le extrañó, puesto que no lograba ver ninguna lámpara y, viendo que el escritorio estaba al otro lado de la chimenea, no entendía como hacía Joseph para leer o escribir sobre ellos. Pensó en que en algunos de los tantos muebles encontraría una lámpara, de todas formas, había perdido todo el equipaje, no tenía comida ni agua, mucho menos una cerilla. Siempre podía encender algún papel en la chimenea y con ello prender la lámpara, aunque todo lo relativo a aquel fuego lo ponía nervioso, aún más de lo que ya estaba, si es que eso era posible.

En el lado izquierdo de la habitación, se encontraban muebles bajos, con puertas y cajones, sobre ellos, se acumulaban herramientas, libros y pergaminos, todo cubierto por una fina, o más bien gruesa, capa de polvo.

Mientras atisbaba estás cuestiones, recordó a los diez hombres y, consiguientemente, a aquella caravana, recordó su aspecto y aquel camuflaje amarillento, las telas colgando de los carromatos y de los caballos. Supo que gracias a eso no lograron verlos durante el viaje por el desierto, si no fuese por su buen oído, de seguro el anterior enfrentamiento hubiese ocurrido más deprisa, quizá hubiese sido lo mejor, tal vez allí él hubiese podido hacer algo, una diferencia, cualquier cosa sería mejor de lo que pasó en realidad.

Mientras sentía la bruma del duelo carcomiéndole la voluntad y la energía, se dijo que debía de continuar, así que, conteniendo lo que podría ser un repentino llanto o un ataque de cólera, se decidió a ordenar lo más rápido que pudo.

Podría decirse que aquello era arriesgado, pues Evan era consiente que, Fyodor, el líder de la caravana de los prófugos, lo perseguiría sin descanso, le había dado un día ventaja, le quedaban pocas horas ya. No sabía si lo habían estado siguiendo con el fin de no perderle la pista o, como era lo más justo, lo hubiesen dejado libre, brindándole completa liberta por un día como le había dicho. De todas formar, Evan creía con firmeza que confiar en la palabra de un desquiciado era, en efecto, una completa locura, por lo que se esforzó lo más que pudo en concluir con aquella tarea.

Todos los instrumentos de la mesa los fue guardando en los diferentes muebles con puertas del lado izquierdo y derecho, que resultaban ser del mismo estilo. Si la situación no fuese tan apremiante y delicada, hubiese catalogado entre herramientas y tubos de ensayo y demás categorías de estos últimos, pero no tenía tiempo ni ánimo para hacerlo. Una vez terminado, levanto todo del suelo y lo volvió a volcar en la extensa mesa de madera. Pensó en acomodar los libros junto a los demás en la estantería, enrollar los pergaminos y acomodarlos en su lugar, lo mismo con los diferentes papeles y hojas. Pero se decidió acomodar todo allí mismo de la manera más correcta y, una vez terminado todo, comenzar a buscar toda la información que podría obtener de ellos.

Terminar no le tomó más de unos minutos, la rapidez y el calor allí abajo, lo habían hecho sudar, fue allí, cuando se secó la frente con la manga de su camisa, que se percató lo mojado que estaba por la lluvia que había caído sobre él, la ropa y sobre su cuerpo en general. También cayó en la cuenta que respiraba con demasiada agitación y no fue hasta que exhaló una gran bocanada de aire, que percibió el olor acre del ambiente, el polvo acumulado y la cantidad excesiva de libros, le daba un olor a vainilla y tierra. Tuvo sed, pero intentó no prestarle atención, como si fuera solo insinuación suya aquella urgente necesidad.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Where stories live. Discover now