Últimos preparativos

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Últimos preparativos

La media noche, vigente en el cielo sobre Wakmar, era testigo como un a angustioso y apurado Huxios caminaba a paso suelto y torpe por entre los caminos grises alumbrados por lámparas altas y brillantes hasta la cabaña de Evan. Tras llegar, poco le importó tocar e intentó abrir la puerta, sin embargo, la misma se encontraba trabada con alguna especie de cerrojo.

—¡Maldito Joven, abre la puerta! ¿Me oyes? Abre, rápido —decía mientras golpeaba con insistencia.

—¡Oye, Oye! Cálmate, Huxios —le gritó Evan desde dentro que acaba de despertar—. Espera, espera, estoy abriendo.

—¿Por qué tardas? He caminado lo más rápido que pude durante quince minutos ¡Quince! No entiendo cómo no has abierto aún.

Tras unos segundos más de gritos y ruidos metálicos provenientes del cerrojo, la puerta se abrió. Huxios observó a Evan vestido de una camiseta de lino verde y unos pantalones viejos y holgados de un color que alguna vez había sido blanco, pero que ahora no era de otro color más que un sucio gris. Se encontraba descalzo y con sus cabellos revueltos, lo único que poseía aún la vigilia cotidiana del joven, eran sus ojos verdes que parecían jamás descansar. 

—¿Qué clase de persona traba su propia entrada?

—Es para evitar que un Magno loco intenté entrar a la noche.

—No sabía que te gustaban las bromas, muchacho —dijo Huxios observándolo con recelo.

—¿Cuál broma?

Esto provocó una gracia extraña en Huxios, pero no mostró signo de ello, tan solo se limitó a decir:

—Como sea… no nos distraigamos —lo cortó Huxios—. Escucha, no podemos seguir perdiendo el tiempo.

—¿A qué te refieres? —Sentía frío, pues la noche era gélida, y su cuerpo ameritaba un buen descanso, sin embargo, no dijo nada al respecto y le siguió la corriente.

—Entremos, entremos, está helado aquí ¿Acaso Joseph no te han enseñado modales? Que descortesía, cielo divino, vamos, vamos.

Evan no lograba entender como un anciano tan maltrecho y enfermo, lograba tener tantas energías, tal vez su gran ingenio era la única razón por la cual su cuerpo no había sucumbido aún.

Tardaron algunos minutos en encender el fuego, hacerse de abrigos y prender algunas velas. El cuarto, aún sumergido por la penumbra de la noche, se mostraba en orden y en calma, lo único discordante allí era la actitud soberbia del anciano.

—Bueno, Evan, tenemos que apurarnos —afirmó Huxios sentado de piernas cruzadas desde el sillón individual junto al brillante hogar.

—¿Con respecto a qué? —La pesadumbre aún se encontraba recia a abandonarlo del todo y las afirmaciones confusas del anciano no ayudaban en nada.

—Pues en poner en marcha la búsqueda de Joseph y el rescate de las personas. Más importante es lo primero, si me preguntas.

—Entiendo, entiendo, pero ¿Eres consiente que no ha pasado ni un día desde la negociación con Kelec? ¿Cómo podríamos abandonar la isla? Se aprovecharán sin nosotros.

—No tienes que decirlo, he pensado sobre ello y las posibles soluciones, yo mismo podría convérsenlos de irse con solo hablar con aquel capitán Kelec.

—¿Por qué no lo haces, entonces?

—Porque me matará antes de que lo convenza.

—¿Lo conoces?

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora