Mucho Calor

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Mucho calor


Volvió sobre sus pasos, en busca de Adonis, lo encontró listo y recuperado. El caballo miraba al frente con ojos amarillos, tan intensos y sínicos, que parecía juzgar todo en cuanto le rodaba. Evan, por otra parte, había intentado hallar un espacio entre los altos árboles, lo suficiente ancho como para que pudiesen pasar. Ya no podían cabalgar rápido, mucha vegetación y pocos caminos, por lo que, tras cruzar y apreciar de nuevo aquellas hojas brillosas, no tuvo mayor alternativa que caminar lento y dejarse invadir por una momentánea calma.

Evan iba caminando delante de Adonis, lo llevaba de una de las riendas, pero esto no era necesario, pues este iba suelto por detrás, sin siquiera tensar aquella tiras de cuero.

Pronto, mientras recorrían el bosque, este fue tomando forma, al igual que una escultura en capaces manos. A su derecha, tomaba lugar aquel río, que lo había acompañado durante todo el viaje, sobre él se arqueaban gruesos y bajos sauces que dispersaban sobre las aguas revueltas todo sus ramajes, como si un coloso estuviese brindando una cortes reverencia. La madera de aquellos árboles cercanos al río, desprendía un aroma fresco y húmedo, que, si no fuese por el viento que soplaba por entre la maleza y los árboles, Evan tendría calor. Del otro lado, tomaban lugar altos y delgados árboles, si bien había algunos robustos y bajos, eran los menos, tan altos y frondosos eran estos sauces, que Evan apenas lograba rozar las varillas grisáceas que caían desde las copas.

Entre ambos lados, se dibujaba algún tipo de sendero, Evan, consiente de las faunas y la diversidad de los ambientes, sabía que aquel de seguro se trataba de un sendero frecuentado por animales, pues el césped del suelo permanecía ligeramente aplastado y las ramas de los sauces no llegaban tan abajo. También notó muchas ramas partidas y hojas quebradizas, supo que un oso había pasado hace no mucho, había excremento y unas huellas muy reconocibles.

Continuaron por aquel sendero durante un buen rato, mientras intentaba pensar en como hallar el gigantesco árbol con el cual había soñado, pero, muy a su pesar, el bosque parecía no tener fin. Si bien poco podía atisbar desde su posición, su vista siempre era interrumpida por la excesiva vegetación de alrededor. Fue allí que pensó en el río que corría a su costado, tal vez, si se acercaba lo suficiente, podría escapar un poco de los árboles y observar por encima de ellos. Quizás, de esa forma, lograría ver al gigantesco sauce que debería de sobresalir del resto. Sin pensarlo más, lo miró a Adonis, le dejó las riendas colgando de una rama, no las tuvo que atar ni nada, aquella sola acción le hizo entender que debía de permanecer allí.  Los gruesos troncos y las raíces sobresalientes del sinuoso terreno le dificultaba el paso, pues empezaba a descender de a poco y más de una vez tuvo que tener cuidado de no tropezar. No quería parar en el fondo del río. Una vez lo suficiente cerca, tuvo que pegar un pequeño brinco para llegar a la base de un sauce que le impedía el paso debido a un hundimiento del suelo. Una vez aterrizado, rodeó muy pegado al árbol, casi abrazándolo. Tras esto, pudo oír el clamor de una pequeña corriente chocando contra las rocas que la cordillera debió de haber dejado caer hace cientos de años. Pensó en saltar hacia alguna y tener una mejor vista, pero tuvo miedo de resbalar y se arrastrado por la corriente hasta el fin de los tiempos. Así que, ya en el borde del río, comenzó a moverse por aquella extraña orilla, hasta que el techo de ramas metálicas sobre su cabeza se despejó un poco, solo un poco, y fue gracias a qué el árbol que estaba antes había sido reducido por un rayo y sufrido grandes daños.

Una vez parado allí, respiró una gran bocanada de aire, por algún motivo, dentro de aquel bosque la temperatura aumentaba, no entendía como, pero el hecho era que sucedía. Si bien, en otras circunstancias, lo hubiese agradecido, ahora era diferente, pues no era un calor seco y limpio, no, puesto que el mismo era húmedo y pesado, sentía que la camisa se le impregnaba a la piel y que pronto se derretiría. De todas formas, no era un calor insoportable, aunque agradecido mucho el frescor de la orilla. Se mojó un poco el rostro y bebió más agua, se percató al instante que su cuerpo cada vez le pedía más, lo cual era lógico, pues en aquel ambiente húmedo todo su cuerpo transpiraba a borbotones.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Where stories live. Discover now