Treinta Superiores

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Treinta Superiores


Ya lograban ver a Oram en su plenitud. Un muro gris, algo angosto y bajo, nacía desde el oleaje de la costa y continuaba hasta rodear toda la ciudad para luego desembocar, muchos metros más al sur, devuelta en el mar. La entrada, ubicada cercana a la costa y cubierta por algunas edificaciones esparcidas a lo largo de un camino de piedra, que conducía dentro de la ciudad, como el primer afluente de una gran cuenca, se mostraba amplia y protegida por rejas gruesas y metálicas que debían de ser elevadas con ayuda de cadenas y mecanismos.

A los lados de la entrada, se encontraban dos soldados, equipados con diversas piezas metálicas de un color cobrizo y una lanza a un lado reposando en el suelo. Fueron estos los que ordenaron el alto y detuvieron las tres carretas que cruzaron el camino a la vez que diversas personas y esclavos observaban con extrañeza.

—¿Quiénes son? ¡Preséntense! —gritó uno de los soldados, este era alto y delgado, no obstante, el yelmo sobre su cabeza no dejaba nada más a la vista.

Para sorpresa del soldado, un hombre, alto y fornido, cubierto por un manto negro y un casco del mismo color, saltó del asiento del jinete y se posó recto y gallardo ante él. Una vez retirado el manto que lo cubría y sacado el caso de su cabeza, se presentó.

—Soy Sirdul, S1. Mestizo clase tres, perteneciente a La Gran Capital, soldado fundamental del ejército martillo. ¿Quién eres tú? —dijo mientras permanecía recto y con una mano en la empuñadura de su espada y otra firme y abierta unida a su pierna.

Los soldados, estupefactos, se miraron con desconcierto y susurraron algunas palabras entre sí. Luego, el otro mestizo, que era bajo y robusto, dio un paso al frente y dijo.

—Soy Clarus, TUC3, mestizo de clase cinco, perteneciente a la ciudad de Oram, soldado protector de la muralla —dijo con una voz firme, aunque Sirdul lograba percibir el nerviosismo detrás de sus palabras—. Perdone que pregunte, ¿Pero qué hace aquí, Mestizo de Otro Reino? —preguntó haciéndose de todo el valor que su armadura y cargo le prestase. 

—Mis motivos y misiones no son dichas al aire, solo serán descritas en privado y dirigidas siempre al personal competente, si así lo requiere. Es por ello que pido entrar a la ciudad y si ustedes, mestizos, no me permiten el ingreso, tendrán que vérselas con el Vocero del Rey y el capitán Malleus que me han impuesto la tarea que ahora procuro llevar a cabo. ¿Comprenden, soldados? —anunció con energía y fluidez.

Los hombres, vacilando ante tal personalidad frente a sus ojos, se acercaron a los lados de la entrada, en dónde una diminuta abertura tenía lugar y, tras levantar una escotilla, dijeron en un susurro que llegó a los oídos de Sirdul.

—Abre la reja —le dijo el mestizo alto a quien fuese que estuviese del otro lado.

—¿Estás seguro? Aún resta tiempo para el relevo —le respondió otro soldado desde dentro de la ciudad.

—Escúchame, idiota. El Mestizo de Otro Reino está aquí y dice que necesita ingresar a la ciudad y no seré yo el que le diga que no puede. Abre la maldita puerta.

—¿El que…? —exclamó y, como si sus manos se moviera solas a causa de la urgencia, comenzó a mover el mecanismo.

Al parecer, un intercambio similar había tenido lugar en el otro extremo de la entrada, pues la reja que impedía el paso, comenzó a elevarse y dejando al descubierto un camino sinuoso que era flanqueado por un pastizal, hasta que la ciudad tomaba lugar unos metros más adelante.

—Ya puede ingresar, señor —se dirigió el mestizo robusto a Sirdul. Sin embargo, este no respondió y volvió a su sitio como jinete. Pronto las tres carretas empezaron a ingresar, una a una, a la ciudad.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora