El sótano

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El sótano


Empezaba a anochecer, el cielo se tornó negro y más de una nube empezaba a cubrirlo, al igual que una manta grisácea. En el bosque permanecía un clima frío, solo el típico rubor del viento se hacía oír frente a la quietud de los robles y pinos. Le había llevado un tiempo sepultar a los diez hombres que habían viajado con él con un final predestinado, todavía se castigaba por haber aceptado su compañía, había llorado mucho las últimas horas y más aún cuando recordó las últimas palabras de Mortuus. «Adonis, no lo olvides», así se llamaba su hijo, meditar sobre estas palabras lo hizo pensar que, aquellos hombres, habían corrido la misma suerte que sus hijos, que perecieron al querer ayudar al pueblo. No pudo detener su mente, revivía como la muerte se había apropiado de aquellas vidas en tan solo un segundo, él jamás lo olvidaría, no solo al nombre del hijo de Mortuus, sino a ninguno de los diez hombres, sabía que era su culpa, él era el capitán, él era el que conocía aquellas tierras, él debía de estar ahí junto a ellos para pelear, él debía de haber muerto y no ellos. Mientras los sucesos lo atormentaban y la culpa caía como la lluvia de a su alrededor, se detuvo.

Evan había avanzado a caballo, que había tomado la decisión de llamarlo Adonis, como aquel hijo fallecido de un padre fallecido, presenciaba las primeras gotas de una próxima tormenta, sabía que estas, en aquel bosque, eran frías y propensas a nevar, pero en aquella época del año tal vez debería de esperar para enfrentarse a la nieve una vez más. De todas formas, ningún temporal lo haría retroceder, debía de llegar al páramo de Joseph, ¿pues que otra cosa podría hacer? ¿Rendirse? No, él lo consideraba una falta de respeto, tenía que continuar con el objetivo del viaje, no podía rendirse, por más que aquel maldito privilegiado, Fyodor, lo estuviese buscando. Tenía al menos un día para llegar al páramo, tiempo por demás suficiente, pues ya había encontrado el camino y solo debía de seguir las señales que el mismo había dejado, sin embargo, por algún motivo que no entendió, no pudo continuar.

Observó al cielo, dejó que la lluvia bañase su rostro, el cuerpo le dolía, pero no era real aquel dolor, era otra cosa. Continuó estático, al igual que la fiel bestia en cuál estaba montado, y, por más que era un guerrero duró y de perfecto carácter, no pudo retener las atropelladas emociones que se volcaron sobre él, solo eso, una tristeza que lo hizo llorar a la par de la lluvia.

Esto fue hasta que el caballo empezó a moverse, como conociendo el destino, y lo expulsó de sus pensamientos.

—Tienes razón, Adonis —le dijo a su último compañero en un tono apenas audible—. No es tiempo para lágrimas. —Y comenzó a avanzar.

Ahora el terreno era distinto, fangoso y oscuro, parecía otro bosque por el cual andaba, pero no era así, las marcas en los árboles seguían siguiendo las mismas, pero por alguna razón, ahora todo a su alrededor se veía diferente, como un camino que no conducía a otro lado, más que al mismísimo infierno. Le tomó un considerable tiempo, pero llegó antes de que el sol empezara a emerger por el este, aquel lejano este que nunca había ido, pero que ahora, contrastando con toda sus vivencias, le llamaba, como una ruta de escape.

Mientras se deshacía de estos pensamientos cobardes, se topó con el páramo, aquel páramo que en algún tiempo se había presentado como una salvación y ahora, después de tanto martirio, lo veía como el epicentro de las calamidades. Rodeó las paredes de este, conformadas de árboles y enredaderas, hasta encontrar la entrada, o lo que quedaba de ella. Una vez allí, le indicó a Adonis que avanzara, pero este se negó a hacerlo, no por qué el terreno fuese diferente al resto del bosque o por qué el tejado de ramas y vegetación sobre sus cabezas no fuese lo suficientemente alto, sino que algo más sucedía, como si Adonis entendiese que aquella tarea era suya y debía de hacerla solo, como Joseph le había dicho desde un principio.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Where stories live. Discover now