Despertar

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Despertar


Cuando Adonis se detuvo, lo hizo frente a un pequeño riachuelo que fluía con gran rapidez hacia algún sitio alejado, pero que de seguro desembocaba en golfo de Wak. Evan, tieso y bien amarrado al cuerpo de la bestia, se había quedado dormido hacía menos de una hora. Adonis había cabalgado a gran velocidad durante dos horas, Evan en la primera mitad se preocupó en extraer la flecha y vendar la herida. Por suerte, aun la montura llevaba algunas provisiones en los bolsillos, agua, comida, vendas y pequeños objetos que le facilitaban la vida al viajero. Por lo que se desprendió de sus atuendos mientras su fiel compañero no aminoraba la marcha y se vendó, con manos cansadas y expertas, todo el hombro. Si bien había sido una tarea incómoda, lo en verdad difícil fue sacar la flecha.

Tras impactar con el árbol, la punta había cavado más profundo y también dañado más tejido hacia los lados. Cuando la retiró, su piel sufrió nuevos cortes y lesiones, que estuvieron cerca de dejarlo inconsciente a causa del intenso dolor. Luego, tras limpiarse la sangre con su chaleco sucio y marrón, se lavó la herida, con la poca agua que le quedaba tras haber saciado su sed, y emprendió la tarea de cubrirla. Después, se volvió a colocar la camisa blanca, solo la camisa, pues el chaleco ya estaba estropeado.

Luego de aquella tarea, el dolor y, también, una tristeza rapaz, lo sedujeron a un sueño incómodo y plagado de pesadillas. Pesadillas que no recordaría, pero que en aquel momento volvieron todo tortuoso y largo.

Habían recorrido varios kilómetros hacia el oeste, pues Adonis solo había emprendido la retirada bajo las indicaciones de un moribundo Evan, que aunque moribundo, aún contaba con la suficiente lucidez para pensar. Norte, la gran capital; sur, las tierras ásperas, este, el golfo de Wak… En ninguna de esas direcciones lograría encontrar un próspero refugio, por lo que se dirigió hacia el oeste… ¿Oeste? Jamás había ido allí, o, en realidad, solo había ido una sola vez y luego nunca más. Allí, muchos años atrás, había estado su casa, allí fue donde vivió antes de que su padre lo sacara de la ciudad en aquel fatídico día, el día en que lo abandonó y todo se volvió cada vez más difícil.

Cuando Adonis se detuvo, hizo unos cuantos movimientos para que Evan se despertara, este, poco a poco, desprendiéndose de las sombras del sueño, volvió en sí de un brinco y faltó poco para que cayera al suelo. Cuando comprendió que sucedía, respiró hondo y apreció con cierta extrañeza todo a su alrededor. Era un pastizal extenso, aunque no demasiado. El bosque de las raíces blancas había quedado muy atrás, de tal forma que no alcanzaba a verlo siquiera parcialmente. Había unos cuantos árboles dispersos, grupos aislados de cinco o seis, separados por un sinuoso terreno pintado de verde claro, gracias al pasto seco martirizado por un sol que no dejaba de brillar. La brisa soplaba con insistencias y todo el follaje danzaba en una armonía relajante. Podía escuchar el susurro del viento en sus oídos acompañado por el rápido avanzar de la corriente del río a sus pies.

Con solo ver el agua, recordó lo seca que tenía la garganta y, también, que el pobre Adonis debía de estar aún más agotado que el mismo. Se apresuró a bajar y se arrodilló en la tierra mojada que se mezclaba con piedras y arcilla. Al principio, tuvo cuidado con su vendaje, no obstante, a medida que sentía el frescor natural del agua procedente de la cordillera, cayó en la cuenta de lo sucio, adolorido y hambriento que estaba.

Quería tomarse un baño allí mismo, no sabía como reaccionaria sus heridas frente a la corriente, pero solo quería desprenderse de la suciedad de su piel, como si esta fuese la culpable de todos los males que lo azotaban. Pero primero quería avanzar un poco más, pensó en caminar río arriba, solo de esa forma se aseguraría de no perderse. Entonces fue cuando la vio, mientras recorría con la mirada rio arriba, a la cordillera, una cordillera extensa e imponente, mucho más que las Montañas de Ukcul. Estaban lejos todavía, pero aun así se lograba apreciar sus increíbles dimensiones, sus altas cumbres bañadas de nieve, que parecían brazos intentando robarles estrellas al cielo.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora