Fuiste tú

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Fuiste tú


El amanecer, pintado como una llamarada, se filtraba por una pequeña venta del estudio. Aquellos haces dorados bañaron cada uno de los muebles del recinto. Desde la pequeña biblioteca con pocos libros, como así también el sofá delante de ella, el escritorio, la alfombra roja y aquella silla metálica junto a sus cadenas en la cual un moribundo Evan permanecía sentado.

Fyodor, desde el otro lado del escrito de madera negra, estudiaba el aspecto demacrado del joven, intentando atisbar algún indicio de vida en sus facciones. Logró ver qué respiraba, con mucha dificultad, claro. El sudor le corría por la frente y sus párpados, blancos y cerrados, no aparentaban albergar ninguna esperanza de lucidez.

Se puso de pie casi de un salto, como si todo se tratara de un juego. Se acercó al costado de Evan, tanto, que sus labios rozaron su oreja, susurró algo, pero aquello no tenía significado, eran solo palabras. Luego, tomándoles los hombros, lo sacudió de un lado a otro, a fin de desprenderlo de la inconsciencia que no pretendía soltarlo.

Poco a poco, Evan despertó, tardó mucho tiempo en recuperarse, nunca se había sentido peor en su vida y no era precisamente dolor lo que lo mortificaba, aunque la migraña apenas le dejaba pensar. Todo daba vuelta a su alrededor y toda fuerza en sus músculos se había perdido, por algún motivo, aquella fiebre inducida había sido como un veneno corrosivo, que le afectaba en todo su cuerpo. No tenía energía, solo sabía que sus músculos seguían perteneciéndole por el dolor agudo que le generaban. Todas sus facultades habían sido reducidas y atormentadas, como si el Evan que ahora despertaba a duras penas de aquel coma, fuese uno enfermo y debilitado y, al pensar eso, no pudo hacer otra cosa más que sentir un pánico que lo sofocaba de desesperación.

Al despertar del todo, pudo oír que Fyodor habla, como si le estuviese contando algo hacía tiempo y él solo prestara atención después a media oración.

—Hacia una noche increíble… La luna, las estrellas. Todo me decía que ese día era el día que vería lo que tanto he esperado ver. —Hablaba mientras caminaba alrededor de él, su paso era lento y el ruido de sus botas negras se escuchaba apagado y sordo, como si no tuviese ningún apuro—. El enemigo estaba allí, a algunos pasos (esto fue hace unos trece años, todavía no nos conocíamos), reconocí de inmediato que se trataba de un mestizo, uno de clase tres, era… ¿Cómo se llamaba ese reino? ¿Grociaca? ¿Greciaca? No, no. ¿Groncacias? Sí, creo que era así. No importa, ese reino ya no existe o, al menos, no con ese nombre…

Evan apenas comprendía que decía, pero lo que menos entendía era el porqué le contaba todo aquello. ¿Dónde habían quedado las preguntas? ¿El interrogatorio? ¿El calor que lo hacía sufrir tanto? No encontró ninguna explicación, solo las palabras que le llegaban de parte de aquel tipo, pequeño, extraño y por demás peligroso.

—Era un Gronco, después más tarde supe que se trataba de un líder, Gron Ximen, de nombre. Me puse recto y estiré mis manos, claro que en aquel momento no manejaba mi poder como ahora, por lo que aquel hombre fue… bueno, alguien difícil de vencer. Pero, ¿Adivina qué?

Y guardó silencio, como si esperara una respuesta de Evan, que en aquel punto, se sentía más desorientado que al despertar por primera vez en aquel cuarto vacío. No supo que hacer, no quería más torturas, pero el odio por aquel hombre afloraba en todo su cuerpo, como una armadura alrededor de su piel.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó al final con un hilo de voz y sintió un gran malestar, como si su cuerpo no estuviese preparado aún para emitir palabra.

Fyodor se paró frente a él, con su mirada puesta en sus ojos dilatados, fueron pocos segundos, pero de tal intensidad fue aquel cruce, que Evan sintió que jamás terminaría. Luego, observando hacia otro lado y volviendo a caminar en rededor, dijo:

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora