Panico

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Pánico


Había tensión entre ellos, la sala permanecía bajo un silencio roto, en dónde ni un solo murmullo se filtraba, ambos se veían las caras con intensidad. Había cansancio y un fuerte disgusto en los ojos del anciano, en cambio, del jovial hombre frente a él, no se percibía otra cosa que no sea un legítimo disfrute, aunque este disfrute se veía diferente a cualquier otro, puesto que no había alegría ni diversión en las inmediaciones, no, para nada se estaban entreteniendo.

La gran sala, hundida como estaba en el silencioso estar de una lápida, reflejaba los haces de la despedida de la noche, los pilares y suelos blancos proyectaban aquel amanecer anaranjado y pacífico, sin embargo, todo en cuanto les rodeaba, no podía ser más ajeno a aquellas palabras. El anciano continuaba en medio del recinto, llevaba aquel negro atuendo, por incluso debajo de los tobillos. El hombre, parecía estar cubierto de cenizas, pues no había otro color que no fuese blanco cubriendo su piel, incluso esta última se tornaba pálida y pulcra, como una vasija de porcelana.

—No confíes jamás en un mestizo. —La voz del Rey sonó a reproche, pero no hacía el anciano que tenía delante, sino a sí mismo—. Sé que es tarde para aconsejarte, hermano mío, pero de todas formas nunca perderé la oportunidad de recordártelo.

—¿Qué ocurre? ¿El mariscal te ha hecho enojar?

Nekros lo observó molesto, pero intentó no enfadarse, después de todo, él sabía que tarde o temprano algo así pasaría.

—No sería la primera vez —dijo y ahogó una rabia que muchas veces había desembocado en las peores guerras—. Ese viejo sabueso, supongo que siempre hay formas de vengarse.

—Me alegra que lo digas, aunque detesto estar aquí para escucharlo.

—Vamos, Joseph, ¿Qué es lo que tanto te disgusta? Han pasado años, ¿acaso no me has extrañado? A mí, a tu querido hermano.

—No sé de lo que hablas, Nekros, ni tampoco sé por qué sigo aquí. ¿Por qué no me envías a mi celda y ya?

El Rey Súper sonrió con malicia y dijo:

—Esta es tu celda, Joseph. —E hizo un pequeño ademán, abarcando toda la sala—. Aquí puedes estar a gusto sin problemas.

—No, no mientras siga viento tu rostro.

—No entiendo tu malhumor, ¿en dónde ha quedado el bueno de Joseph? Aquel de rápida sonrisa y recurrentes risas.

—Lo he dejado en el umbral, tú no te mereces ninguna buena virtud.

—Siembre lo mismo contigo, ¿no? —dijo y dejo que sus palabras flotaran en el aire—. Siempre yo soy el equivocado, ¿pero es que no has aprendido nada? Fue mi bondad lo que nos trajo hasta aquí, yo no fui el primero en levantar la espada, Joseph. Ese fuiste tú.

La respuesta tardó en ser oída, pero al fin y al cabo, Joseph habló:

—Sí… —dijo con severidad—. Yo tuve que hacerlo, pero todo por ti, tú te reusaste a usarla, yo debía de protegerte y ahora estamos aquí. No te perdonaré nunca por todo lo que has hecho.

—¿Y qué fue lo que hice? ¿Cumplir con lo que Padre ha dicho? ¡Eso es una injuria de tu parte!

—No te atrevas… —En aquel momento Joseph se puso tenso y su mirada empezaba a irradiar un tenue brillo gris—. No te atrevas a manchas las últimas palabras de nuestro padre, él no ha querido nada de esto, tanto dolor, tanta injusticia, tantas muertes…

—¿Muertes? ¿Acaso fue ayer que tus ojos observaron estas vastas tierras? No, querido compañero, la muerte es más vieja que nosotros, no fui yo el que comenzó con ella. Los campesinos persiguen a los ladrones, los ladrones asesinan campesinos a fin de conseguir un pobre botín. Guerras por territorio o guerras para conservar tierras, invasiones, secuestros, hurtos, reyes, pueblos, colonias y más. ¿Cuántas muertes en nombre de la justicia han ocurrido? Dime, hermano. ¿En verdad crees que yo fui el primero en causar todo aquel mal que nombras? —dijo e hizo una pausa mientras alzaba la mirada con indignación—. ¡No, por supuesto que no! Todo el mundo ha levantado la espada en algún momento, yo solo me preocupé de que nadie jamás la levantase sobre mi cabeza, como cualquier debería de hacer. Pero tú no te rindes en señalarme, en decirme lo malvado y cruel que he sido. Yo no te he traído hasta aquí para que te cierres en aquel pensamiento tuyo y oír tus estúpidos sermones, no, te he traído para intentar comprendernos. Tengo planes, sí, pero la impaciencia no es algo que me caracteriza. ¡Así que ya deja aquella actitud recia y también de blasfemar sobre mí, maldito anciano!

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon