Dos caminos

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Dos caminos


—A ver si entiendo —dijo Minos sentado sobre una piedra, vistiendo ropas negras y sosteniendo su bastón de madera sobre su regazo—. ¡Pretenden matarnos!

La compañía, bajo la sombra de un peñasco caído de la montaña Ukcul hace muchos años, permanecía al calor de un fogón, los hombres y mujeres del grupo rodeaban al fuego mientras descansaban y comían las raciones diarias. Huxios, sentado cerca de Minos, respondió:

—Y yo que creía que no le temías a nada. Parece que me equivoqué, algo nuevo en verdad.

Minos no respondió, solo le clavo la mirada con desprecio.

—Escucha, joven —continuó Huxios—. Entiende que no hay muchas opciones por más triste que esto sea, la primera es rodear la ciudad de Oram por muchos kilómetros hacia el oeste y luego retomar el este, a fin de pasar desapercibidos, pero eso nos llevará días y días. Es por ello que propongo atravesarla.

—Estás demente, Huxios.

—Minos —intervino Gia—. Al menos escucha lo que tiene para decir.

—Sí, eso —dijo Elián—. No seas un idiota.

Ya había pasado casi todo un día desde que su viaje comenzó. En ese lapso, los primeros kilómetros pasaron desapercibidos para las tres largas carretas que viajaban de prisa hacia el sur, un sur desconocido y plagado de complicaciones. Al inicio pensaron en cuál camino tomar, pues su viaje había comenzado del lado norte de las montañas Ukcul y, para dirigirse al sur, debían de rodearlas, sin embargo, llegar tan solo al otro extremo le tomaría al menos dos días, por lo que todo se retrasaría. No obstante, Huxios intervino y les comentó a todos que existía un pasadizo que cruzaba las montañas de lado a lado, que había sido construido hacía muchos años, para facilitar y reducir el viaje hacia Oram, la ciudad Superior más cercana a los límites del reino. Por lo que, aprovechando este pasadizo pedregoso lograron, en cuestión de horas, tomar con rapidez el rumbo correcto. Sin embargo, aún flotaba muchas dudas en la mente de las personas.

La compañía constaba de tres carretas largas, tiradas por caballos fuertes y fieles, cada una transportaba alimentos, prendas, armas y demás cosas. En ellas, viajaban un total de treinta personas, diez en cada carreta. En una viajaban los tres jóvenes privilegiados y Huxios y demás personas, en otra viajaba Nox, Temeré y Pauper, entre otros, y en la última viajaban el resto y Sirdul, que iba vestido con su armadura negra mientras se encontraba en lo alto del carruaje a la vez que guiaba a los caballos.

Las tierras por dónde vagaban eran bastas y en gran parte áridas y casi desérticas, sin embargo, había dos posibles rutas que tomar, puesto que al suroeste, se lograba observar como, poco a poco, la vegetación remplazaba la triste escases y transformaba todo aquel áspero suelo en un vivo pastizal. En cuanto a la segunda opción, dirigiéndose al sureste, el suelo desértico y desolador prevalecía por toda la zona aledaña a la costa. Si bien la compañía se encontraba en un dilema, aún podían recorrer varios kilómetros antes de decantarse por cuál camino seguir.

Pasadas varias horas de haber cruzado las montañas, la noche llegó pesada y oscura, por lo que todos se detuvieron a la sombra de una roca grande hundida en la tierra, y comenzaron a comer y descansar algunas horas, pues el alba reanudaría el viaje. Mientras el fuego ardía en el centro y las preocupaciones tardarían en volver a la mente de las personas. Más de uno se preguntó cuál sería el camino correcto, pues aún restaba un largo y complicado viaje hasta Ecclesia. Sin embargo, Huxios, sentado en una roca, vestido de prendas abrigadas, ya que el clima del mar se volvía hostil y frío al caer la noche, había comenzado a debatir.

—Exacto, Minos, déjame hablar —dijo disimulando una sonrisa, pues era consiente que estas últimas palabras lo irritarían—. Entiendo que muchos se encuentran preocupados, pues el hecho de vagar por estas tierras es peligroso, aunque, en mi opinión, no deberían de temer tanto.

Acuerdos y Maldiciones - Saga "Los Privilegiados II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora