Habían pasado dos horas, según el reloj de mi habitación, desde que llegué a esta hasta que salí. Durante ese tiempo, aproveché para darme una bien merecida ducha, vestirme y deshacer mi maleta, cosa que no había tenido ganas de hacer cuando llegamos el día anterior.
Toda mi extravagancia se había quedado en Los Ángeles; solo me había llevado conmigo lo básico: franelas unicolor por montones, shorts, algún jean, trajes de baño, chancletas, deportivas, un par de gorras, suéteres por si acaso y ropa interior. Nada que llevara el sol estadounidense fuera de mi casa, y por supuesto nada que formara parte de ninguna aparición mía relacionada con 5SOS. Todas las chaquetas de colores, las botas, las camisas abiertas y los cinturones, por no decir también el maquillaje, pertenecían al Luke público y su expresión artística. Yo, el que era cuando estaba solo, con mi familia o con mis amigos, en cambio, era muchísimo más sencillo. Con decirte que lo más extravagante que me había llevado a Fiji eran unos bóxers de Bob Esponja que tenía desde hacía años, y eso por completar un número específico de este tipo de prendas por si al llegar a la isla me encontraba con que no había lavadora.
Ah, y si te preguntas por qué tenía unos bóxers de Bob Esponja... Eran mis bóxers "espanta-chicas", o al menos así es como los nombré cuando los vi a bajo precio en un Walmart y me los compré con la intención de ponérmelos a la mañana siguiente de esos rollos de una noche que quería que se mantuvieran como tal, para que fuera quien fuera la afortunada —nótese mi sarcasmo— saliera corriendo por sí sola. Un imbécil, lo sé. Pero ese era el Luke antiguo que no tenía ni idea del amor y tampoco estaba interesado en averiguarlo; yo solo había conservado sus bóxers, y he de decir que los de Bob Esponja tenía tiempo que no los usaba.
En fin. Quedamos en que me bañé, me puse algo de ropa —una franela blanca que quedaba oculta por un suéter rosado claro, un pantalón de mono negro, y unos deportivos cualesquiera— y organicé el contenido de mi maleta en el armario del que disponía mi habitación. Como no tenía nada más que hacer y ya se acercaba la hora de reunirme con los demás en la cabaña principal, decidí partir hacia allí de una vez.
Imaginé que sería el primero en llegar, pero apenas entrar en la sala pude comprobar que estaba equivocado: ya se encontraban allí, en la cocina —a la que tenía acceso visual desde donde estaba dado que no había nada que la separara de la sala y el comedor—, Calum y Lucía.
Estaban tan ocupados riendo y peleándose por un teléfono —que por la funda de Friends pude descifrar que se trataba del de Lucía—, que no notaron mi presencia hasta un rato después.
Calum apresaba a la morena rodeándola de uno de sus brazos mientras intentaba quitarle el aparato con el otro. Parecían bastante cómodos, lo que me hizo plantearme por un instante que hubiera algo más ahí.
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