SESENTA Y UNO

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1943

–Ya levántate, Fernando –le gritó a centímetros de la cara.

Definitivamente, María no era muy hábil para dar los buenos días.

–Aún está oscuro –se quejó al comprobar que el sol apenas clareaba.

–Exacto, date prisa o llegaremos tarde a misa –apremió ella.

Levantándose de mala gana se dirigió al baño con un bufido. Tomó nota mental de no comprometerse nuevamente a hacer algo que implicara despertarse tan temprano.

–Estoy listo, ¿contenta?

–Vámonos –respondió ella entornando los ojos.

Salieron rumbo al centro para tomar el transporte que los llevaría al pueblo cercano. Las calles aún estaban oscuras pero se veía a algunas personas cruzando por la plaza a paso despreocupado. El ambiente matutino siempre le había resultado agradable a María. Con el sol rayando las aves empezaron a trinar desde las copas de los árboles anunciando un nuevo día.

–Recuérdame por qué hacemos esto –preguntó Fernando bostezando mientras se acomodaban en el carro.

–Por gusto no, te lo aseguro.

Aunque había sido educada dentro de la religión por Jorge y Catalina (más por Catalina), ella nunca había asistido por gusto, incluso ahora si estaba tan ansiosa por llegar a tiempo era por motivos estrechamente personales.

–Concuerdo, tampoco estoy a gusto, despiértame cuando lleguemos –soñoliento se tapó el rostro con el sombrero.

Ella lo imitó y cerró los ojos para pensar mejor. En momentos como esos, de paz y tranquilidad, se sentía abatida, su mente constantemente pensaba en su pasado y en los errores de sus padres, pero cuando no tenía ninguna ocupación los pensamientos eran más intensos y ahora no podía distraerse con algo para disiparlos. Así que solo se resignó, tratando de dejar pasar las imágenes que venían a su mente como ráfagas sin control.

Al menos la reconfortaba la idea de encontrar respuestas sobre sus padres con los jesuitas. Estaba segura de que algún monje los recordaría y podría darle información detallada.

Bajaron al llegar a la plaza del poblado, la cual ubicaron al ser despertados por el chofer quien anunciaba la última parada antes de llegar a la estación.

El pequeño brinco que dieron al descender levantó una nube de polvo a su alrededor, la cual se acrecentó cuando el carro emprendió su camino de nuevo. Las manos en la nariz nada pudieron hacer para evitar que terminaran tosiendo. Afortunadamente tras pocos segundos la nube se disipó y pudieron vislumbrar con claridad el paisaje cercano, ante lo cual emprendieron la marcha.

Caminar por ese terreno polvoso hacía que María se sintiera sucia, no porque no hubiera polvo de donde venía, solo que el lugar no le agradaba. Era un paisaje pobre, los pocos árboles estaban en su mayoría secos, no se apreciaba una sola tonalidad verde, la escena era desoladora. Sin embargo los colores florecían con las mestizas que empezaban a aparecer en la plaza, acomodándose para vender.

Seamos más directos, el lugar le parecía feo. Aunque después de observar un poco te dabas cuenta que solo era la percepción ya que la belleza de la iglesia contrastaba grandemente con el entorno. La parroquia estaba frente al parque principal (como en casi todos los poblados) por lo cual fue muy fácil ubicarse.

Cruzaron el terreno sin hablar, entraron sin mirar a nadie, tomaron asiento justo cuando el repique de las campanas anunciaba el inicio de la ceremonia.

Oyeron la misa sin prestar atención, Fernando luchaba por no quedarse dormido mientras María contaba los segundos para que todo terminara.

Al finalizar se levantaron despacio, María dio un rápido vistazo a las demás bancas, localizó a Martina en la última fila, cerca de donde su madre solía sentarse. Sintió su corazón empequeñecer mientras se estrujaba, por más que intento evocar recuerdos ninguno acudió a su mente. Finalmente hizo ademán de dirigirse a la salida, Martina percatandose de su presencia agachó la cabeza en un intento de no ser reconocida pero fue en vano.

¿Quién eres?Where stories live. Discover now