SESENTA Y SEIS

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1943

El encuentro entre nieta y abuela no fue tan espléndido como se esperaba, Martina lloraba inconsolable mientras María solo la contemplaba con pena: Minutos atrás no sentía más que odio y rencor hacia esa mujer que había permitido que sus padres se marcharan y cayera sobre ellos el peso de un futuro incierto pero ahora, después de escuchar todo lo que su padre tenía para contarle empezaba a profesar un profundo respeto hacia su abuela. Ahora sentía más pena por ella, quería liberarla de las garras de Epifanio para que comenzara a disfrutar un poco de la vida.

Cuando Martina se calmó hizo una seña a María para que se acercara, ella dudó pero finalmente ambas se fundieron en un abrazo. María recibió más consuelo del que esperaba y Martina sintió sanar una herida que por años había estado latente. Saltando el eslabón que las separaba ahora estaban unidas y nadie podría romper su vínculo jamás.

–Sabía que tu rostro me resultaba familiar –susurró con un hilo de voz–, no estaba segura y no quería que pareciera que me había vuelto loca. Gracias Dios, por traerme a mi nieta.

–Es entendible –intervino Alejandro–, cuando era niña la veías a través de un velo, nunca de frente y con claridad como ahora que te has abierto a la posibilidad, pero realmente el parecido es innegable.

María sonreía, aún no había dicho nada pues no encontraba las palabras adecuadas.

–Solo mírate –Martina acariciaba tiernamente su cabello–, eres tan parecida a mi Mónica, definitivamente eres mi nieta, llevas mis facciones marcadas en el rostro.

Ella se sonrojó, abrazando de nuevo a su abuela involuntariamente.

–Cuando... cuando supe que mi hijo Jorge había muerto me sentí realmente sola, como si mi mundo se hubiera derrumbado por completo y ya no hubiera esperanzas para mi. Ya no había nadie que pensara en mí, que me recordara o que me amara... Pero hoy, agradezco a Dios por que me he reencontrado contigo, saber que mis hijos viven en ti es todo lo que necesito para continuar con mi vida.

Charlaron toda la tarde como si fueran viejas amigas, María preguntó todo lo que se le ocurrió en cuanto a sus padres, el escuchar sus nombres ser pronunciados por los labios de quien los amara era una experiencia diferente a las que había tenido durante su recorrido. Deseó en su corazón que algún día alguien se expresara de ella tal y como Martina hablaba de sus hijos.

–Solo... tengo una pregunta más –estaba dispuesta a resolver cada una de sus inquietudes–. ¿Cuándo y cómo fue que se casaron?

Martina la miró confundida.

–Me refiero a... ¿en qué momento? ¿Cuando se escaparon?, ¿antes de que Jorge se fuera? O muchísimo antes y nadie tenía la más mínima idea.

–Pues bueno, María, creo que voy a decepcionarte pero ellos no pudieron casarse nunca.

Ahora ella estaba confundida, miró a Alejandro buscando apoyo.

–Estoy segura de haber escuchado en algún punto que sí se casaron, no recuerdo de quien pero hace unos momentos cuando llegué... el sacerdote...

Interrumpió sus palabras ya que de manera discreta el padre de la parroquia le había hecho un ademán para que guardara silencio.

–Como decía –se disculpó confundida–, en algún tramo de mi viaje lo habré escuchado y... lo tomé por un hecho verídico.

Se olvidaron del tema continuando su charla animadamente.

Al caer el sol Martina se levantó contra su voluntad.

–Ya debo irme, Epifanio aprovechó este día para viajar a un pueblo vecino pero no debe tardar mucho en volver si no es que ya lo hizo. Pero Dios sabe que hoy no me preocupa eso, he recibido una de las alegrías más gratas de mi vida. Gracias Alejandro, por todo el servicio y amor que le has brindado a mi familia durante años, Dios te bendiga siempre.

Se tapó el rostro con el velo y caminó rumbo al carro que la esperaba a la entrada de la iglesia.

–María –habló antes de subir al carro–. ¿Te espero mañana temprano en la hacienda?, aún tenemos mucho de qué hablar.

Ella asintió con el corazón rebosante de alegría.

–Ahí estaré, señora.

–Por favor, mi niña, dime abuela.

*

Se despidieron de Alejandro quien les invitó a regresar apenas pudieran para seguir conversando y recuperar un poco del tiempo perdido.

–Ten por seguro que me verás más seguido –exclamó María.

–A mi también –completó Fernando.

Los tres rieron. Alejandro regresó a la parroquia para concluir con sus obligaciones eclesiásticas. María y Fernando se encaminaron hacia la salida pero ella se detuvo al distinguir la silueta del padre a las puertas de la iglesia.

–Fernando, ¿me esperarías un segundo?

–Claro, sin problema.

Corrió para encarar al padre.

–Con todo respeto, señor, pero usted es un vil mentiroso. Solo me dijo lo que quería escuchar, lo cual es repugnante...

– ¿Estás segura de que te dije una mentira? –la interrumpió.

María calló.

–Solo te diré esto una vez, suplicando tu discreción –se persignó antes de continuar–. Tus padres sí se casaron, en esta iglesia, hace muchos años. Lo sé por qué... porque yo estuve presente... yo fui quien presidió esa unión. Desafortunadamente aunque para ellos fue una ceremonia real para nosotros no, el registro de su matrimonio no existe. Sí se escribió en el libro de matrimonios durante el acto pero la página fue arrancada, destruída y quemada por órdenes del sacerdote a cargo... Y eso es todo lo que puedo decirte. Mis disculpas.

A través de sus lágrimas vio al padre cerrar las puertas de la iglesia, secó su rostro rápidamente y regresó con Fernando.

Tenía encima una gran ola de sentimientos, en la mañana tenía pocas esperanzas, después se sintió más feliz de lo que había estado en toda su vida y ahora estaba triste nuevamente. Sin embargo desechó esos sentimientos negativos y se enfocó en lo que realmente importaba, el padre pudo haberle mentido, negar sus palabras, pero no, le dijo lo que realmente había sucedió. Finalmente, es lo que ella había estado buscando por tanto tiempo: La verdad.

Por el camino de regreso hablaba contenta y enérgica, Fernando la escuchaba con interés, estaba feliz por su amiga y porque el viaje al fin había valido la pena.

Apenas llegaron a casa cayeron rendidos, pero María a pesar de sentirse tan cansada no pudo pegar ojo por la emoción que desbordaba de su cuerpo, no podía esperar a que amaneciera para regresar a la hacienda y saber que ahora sí, su abuela la recibiría con cariño.

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