CINCUENTA Y DOS

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1943

El sol estaba en declive cuando María y Fernando regresaban a la banca del parque para descansar, querían recuperar fuerzas antes de volver a la posada. Se les veía derrotados y agotados, el calor no les hacía sentir de mejor humor y el hecho de que ninguno hubiera encontrado trabajo tampoco ayudaba mucho.

–Estoy enojada, Fernando –su tono dejaba a relucir que estaba vencida–. Nunca en mi vida me había sentido tan inútil como hoy.

Él suspiró, estiró un brazo tratando de reconfortarla con una suave palmadita en el hombro.

–Vamos mujer, las cosas que no sabes hacer no dicen nada de ti. Es lo que puedes hacer lo que te define.

Ella lo miró pensativa. Claro, era fácil para él decirlo, no había sido rechazado más de veinte veces por no saber hacer cosas simples que son comunes de su sexo.

–Además no eres la única que no encontró trabajo, a mí tampoco me han aceptado en ningún lugar.

– ¡Qué consuelo! –entornó los ojos–. Espero que no sigamos así, de otra manera tendremos que irnos más pronto de lo que...

– ¡Pero si seré tonto! –exclamó de pronto interrumpiendo la frase de su amiga– El mercader me ha dado una carta de recomendación para un amigo suyo que está buscando aprendiz, ¿cómo pude olvidarlo?

Metió una mano al bolsillo del pantalón y sacó un papelito el cual desdobló con mucho cuidado. De un lado se leía una dirección y del otro unas breves palabras de recomendación dirigidas al propietario del negocio.

– ¿Aprendiz de qué? –preguntó curiosa.

Él se encogió de hombros.

–No tengo idea. Supongo que cualquier cosa nos vendrá muy bien ahora. Vayamos de una vez, ¿te parece?

–Pero claro que sí, andando.

Marcharon con renovado entusiasmo, aunque la recomendación no aseguraba que le dieran el empleo no perdían nada con intentarlo. Tal y como había mencionado Fernando, a estas alturas no tenían nada que perder y cualquier cosa sería ganancia.

El pueblo no era un lugar muy "moderno" al parecer de María, aún así era el lugar que consideraba su hogar. El estar ahí la hacía sentir segura, aunque no lo externara, sabía que pronto las cosas empezarían a mejorar.

Iban contando las calles a medida que caminaban más a prisa, el sol estaba por caer y no querían dificultades adicionales. Los últimos rayos iluminaban con tenue claridad, se reflejaban en las paredes de las casonas, la ciudad entera parecía estar teñida de matices naranjas y amarillos. Sentían que caminaban por una ciudad de oro, se sonrieron pensando en que el pueblo les estaba dando la bienvenida.

Fue fácil encontrar el lugar, la dirección era clara, las calles del poblado estaban bien señaladas y la claridad del atardecer fue suficiente para facilitarles la visibilidad del camino.

Los negocios aledaños al local que buscaban ya estaban por cerrar, los mercaderes se encontraban bajando las cortinas, guardando los guacales y en algunos casos limpiando sus vitrinas.

Se encaminaron al pequeño local, el cual estaba iluminado desde dentro por una tenue luz amarillenta. Los cristales exteriores se veían limpios y dejaban ver nítidamente hacia el interior del lugar.

Se aproximaron a la puerta, la cual también era de cristal, donde se leía "Estudio Fotográfico" con letras esmeradamente rotuladas. Una campanilla resonó al momento que abrieron la puerta, advirtiendo la llegada de los jóvenes.

Si bien por fuera se apreciaban algunas fotografías, por dentro era mucho más fascinante de lo que parecía. Las paredes estaban tapizadas de marcos elegantemente tallados, y atriles de la madera más fina sostenían algunos armados ya con fotografías.

¿Quién eres?Where stories live. Discover now