TREINTA Y CUATRO

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1943

María despertó por los movimientos a su alrededor. Había algunas personas moviéndose sigilosamente y hablando en voz baja. No estaban cerca de ella, pero los reconoció, eran criados de su tío.

–Maldita sea –susurró mientras se frotaba el cuello, había estado mucho tiempo en una posición incómoda.

Se paró de golpe, lo que hizo que la sangre le llegara de repente a la cabeza desorientándola y causándole leves punzadas en el cerebro.

No sabía a dónde ir, era una muchacha de quince años, además, cualquiera podría aprovecharse de ella fácilmente y no quería eso. Tampoco podía gastar dinero de más, ni esconderse en alguna posada porque más de medio pueblo los conocía.

Los hombres se acercaban cada vez más a donde ella estaba, no podía perder tiempo pensando qué hacer. Tomó su valija y rápida y discretamente corrió rodeando la estación. Había un árbol grande más adelante, frondoso y fuerte. Las voces se escuchaban cada vez más cerca, María no dudó. Sacó fuerzas de quién sabe dónde y subió el árbol con todo y valija. Cuando quedó convencida de que estaba bien oculta entre el follaje de las ramas se dio un respiro y limpió el sudor de su rostro. Era un buen lugar, ahí podía ver todo a su alrededor, escuchar y aparte estaba sola y oculta. O al menos eso creía.

Después de un rato en calma María escuchó una voz familiar proveniente de debajo del árbol.

– ¿Cómo carajos no va a estar? No puede desaparecer de la nada, revisen cada mesón y cada posada. Mi hija no se pudo haber ido a ningún lugar, la estación de tren no abre hasta dentro de unas horas y las puertas de la ciudad están cerradas.

– ¿Hija? –Fue lo único que pareció escuchar María. Su tío la había llamado hija, debía estar realmente preocupado por ella.

Si realmente le preocupara me hubiera dicho toda la verdad y no me hubiera mentido tantos años, fue lo que pensó cuando le dieron ganas de bajar del árbol.

–Vayan a casa del despachador, adviértanle que si ve a María nos avise de inmediato, que ni se le ocurra venderle un boleto.

–No, no, no; estoy perdida, tío no por favor.

Jorge repartió algunas instrucciones más entre sus hombres y estos partieron sin demora a ejecutarlas, cuando se quedó solo se dejó caer sentado cerca de las rieles.

–Perdóname, Mónica –susurró con la cabeza gacha.

María no alcanzó a escuchar lo que decía, pero vio que sacó un sobre conocido de su bolsillo.

–Maldita sea –se dijo de nuevo–, olvidé tomar la carta para Héctor. Qué estúpida.

Minutos después, en los que María no había despegado ojo de su tío, regresaron algunos criados junto con el despachador de la estación.

–Señor Herrera, cuente conmigo –estrecharon las manos.

Intercambiaron palabras y María solo alcanzó a escuchar unas cuantas frases entrecortadas sin sentido.

–No se preocupe señor, el próximo tren que se dirige hacia ahí viene hasta dentro de tres días, ya verá que su sobrina regresa a casa después de enterarse. A parte del escándalo que han armado estos días, usted sabe, lo que se anda diciendo por allí de que María...

A una velocidad descomunal y casi sin que se dieran cuenta, Jorge ya había desenfundado el arma y los criados se habían apartado.

María se estremeció entre las ramas, era la segunda vez que veía a su tío desenfundar un arma.

¿Quién eres?Where stories live. Discover now