CUARENTA Y CUATRO

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1943

– ¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí? –María no daba explicación a lo que sus ojos estaban viendo.

–No lo sé, pero aquí estamos –Fernando repasaba una y otra vez con el dedo sobre el mapa la ruta que había seguido su tren.

–Probemos ver algunos mapas más antiguos.

Pidieron cartografías de los últimos diez años y amablemente se las proporcionaron, fue entonces que supieron con certeza que habían cometido un error simplemente por ignorancia.

–Entonces, este es el problema –María estaba más tranquila después de haber adquirido esta nueva información.

–Vaya, que lío, muchacha –Fernando se había quitado el gorrito y se abanicaba con él.

Hacía unos diez años, aproximadamente, un tiempo después de que María hubiera dejado el pueblo para irse con Jorge, el estado se había declarado independiente por lo que había hecho modificaciones en sus divisiones territoriales y en sus entidades más pequeñas, con lo cual muchos pueblos pequeños se vieron absorbidos o unificados y las entidades más grandes se dividieron.

Pasados cinco años después de eso se había realizado una nueva división, la que actualmente los regía, dejando un montón de nuevos pueblitos que contaban con su propio gobierno y cabecera municipal.

El resultado de esos cambios fueron nuevas divisiones territoriales, nuevos nombres para los pueblos o intercambios de nombres, se abrieron nuevos caminos y se cerraron otros al igual que las líneas del tren. Explicaba lógicamente la confusión que los había llevado a terminar en el lugar equivocado.

–Lo que esto no nos explica todavía –agregó María con misterio–, es por qué nadie en el pueblo nos quiso decir nada acerca del cambio de nombre.

–Yo digo que ya no nos preocupemos más por eso. Graba en tu memoria el nombre que ahora lleva el pueblo que nos compete y vámonos mañana mismo.

María se quedó callada pensando en las palabras de Fernando, "vámonos mañana mismo". Parecía que él no estaba pensando en dejarla pronto, lo cual extrañamente, la hacía sentir a salvo.

–Estoy de acuerdo –respondió firme.

Doblaban los mapas para devolverlos a su sitio cuando un ruido proveniente de detrás de unos pequeños libreros les llamó la atención. Se acercaron silenciosos y encontraron agachada a una niña quien tenía la apariencia de haber estado observándolos desde hacía un rato, pues al ponerse de pie le dio un poco de trabajo estirar las piernas.

– ¿Qué hacéis ahí escondida?, chiquilla –Fernando la tomó por el hombro y la ayudó a levantarse.

Parecía que la niña tenía entre doce o catorce años. A pesar de su aspecto refinado y delicado, la pequeña tenía unos ojos pícaros y avispados, tenía el cabello bien peinado recogido en un moño bajo y llevaba un primoroso vestido color lila que dejaba ver su silueta menuda y grácil, a María le recordó los vestidos que solía usar cuando salía a pasear.

–Te hemos preguntado qué estabas haciendo ahí escondida –recalcó Fernando.

La chiquilla solo los miraba con una ligera sonrisa en los labios, no les quitaba los ojos de encima.

–No suelo tener mucha paciencia con los niños, anda vete ya –el rostro de la niña cambió de repente y ahora sí que habló.

–Pero yo no soy una niña, estoy a punto de cumplir los trece años –refutó indignada.

–Haces cosas que parecen de niños pequeños –Fernando estaba divertido, María creía que estaban perdiendo el tiempo.

–Vámonos ya Fernando, veamos si algún tren sale pronto.

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