TREINTA Y TRES

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1943

Un arrepentido Jorge Herrera fumaba en su habitación pensando en el paso que iba a dar. Estaba exhausto por los días que había tenido, se merecía un buen descanso. Empezaba a cabecear cuando creyó escuchar la reja que se abría, se sobresaltó un poco, luego recordó que los únicos que tenían llave de la casa en ese momento eran él y Concepción, así que le restó importancia.

Momentos más tarde lo despertó el leve sonido de la reja cerrándose, no lo percibió en ese momento ya que el cigarro se le había caído de la boca quemándole la mano.

Se levantó directo al baño y se enjuagó la herida maldiciendo. Se miró en el espejo y al verse a los ojos se sobresaltó un poco, le había parecido ver el rostro de su hermana. Apartó la mirada y negó con la cabeza.

–Niñerías –se dijo a sí mismo.

Aun así, le costó trabajo mirarse de nuevo. Lanzó un suspiro de alivio al comprobar que era él mismo quien le devolvía la mirada en el reflejo.

Está bien Mónica –habló con hilo de voz–, entendí esa mirada.

Sonrió con serenidad.

Se lavó la cara, se arregló la ropa, tomó el sobre con la carta que había escrito para María y fue a su habitación a buscarla. Si tenía que decirle la verdad, se la diría ahora.

Tocó a su puerta varias veces sin obtener respuestas. Empezaba a preocuparse un poco por lo que la entreabrió y al no ver a nadie ahí, entró a la habitación. Pasó la mirada detenidamente por cada rincón del cuarto. La cama estaba hecha, algunos cajones medio cerrados revueltos, lo que más le llamó la atención fue el escritorio, sobre el cual había una carta recién perfumada dirigida a Héctor.

Jorge rasgó el sobre rápido y leyó su contenido.

–Maldita sea –gritó mientras se guardaba el papel en el bolsillo.

Salió corriendo de la habitación y despertó a todos los criados.

–Arriba todos, María no está, se ha ido. No sé desde qué hora se fue, pero no debe estar lejos. Tenemos que encontrarla rápido. Muévanse todos. Vayan a la estación de trenes, revisen las posadas, la biblioteca, hablen con quien sea. María no debe estar afuera, ustedes saben por qué.

Jorge estaba realmente desesperado, si María estaba afuera en algún momento se enteraría de todo, no faltaría alguien que la reconociera. Se estaban poniendo en riesgo ella y el apellido.

Tal vez no todas las personas del pueblo sabían leer, pero en cuestión de chismes, todos sabían escuchar e inventar. Por tal razón María no estaba a salvo, con una sola persona que la reconociera todo se echaría a perder.

Antes de salir de casa Jorge entró a su oficina, apresurado escribió de nuevo una carta breve y metió esta junto con el otro sobre, dentro de un nuevo sobre.

–Espero no tener que usarlo así –pensó irritado.

Salió corriendo detrás de sus criados a buscar a María, antes de que alguien más la viera primero.

*

Tiempo actual

Por fin estoy al día en tareas y pendientes.

Después de varias semanas tengo tiempo para visitar los hospitales en los que la señorita Ventura no pudo averiguar nada de mí. Daniel me acompañará. Veremos qué tal nos va.

Una de las clínicas es un hospital privado y el otro es el seguro social. Espero con todo mi corazón no tener que acudir al seguro social.

Primero vinimos al hospital privado, la maestra tenía amigos en las otras clínicas por lo que pudo averiguar información de esos lugares, aquí ella no conoce a nadie así que me toca a mí preguntar.

¿Quién eres?Where stories live. Discover now