CINCUENTA Y TRES

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Tiempo Actual

–Permiso... voy pasando... disculpen...

La mochila rebota sobre mi espalda mientras corro por los pasillos, esquivo ágilmente a los estudiantes que caminan lento.

Anoche, después de hablar con Alberto, Vane y yo fuimos a tomar algo para calmarnos un poco, aprovechamos conversar de la situación. Regresé a la casa muy tarde y todavía tenía tareas pendientes, me desvelé haciéndolas por lo que me quedé dormido esta mañana. La ventaja es que no me he topado con Ana, cuando entre al salón el profesor me mandará directo a sentarme, así que no cruzaré palabra con ella, al menos por ahora. Ni siquiera he revisado mi celular, no sé si me respondió y por ahora prefiero no entablar una conversación con ella.

Me detengo en la puerta del aula respirando con fuerza, el señor Santos me mira con reprobación.

–Pase y siéntese señor Garnica, ya tiene retardo.

Sonrío nervioso, camino rápidamente a mi asiento con la cabeza baja, de reojo miro hacia la fila donde se sienta Ana, ahí está, percibo que espera que crucemos miradas como de costumbre. Resisto y tomo asiento sin voltear a verla. Sin levantar la cabeza saco las cosas necesarias para la clase, cuando tengo todo acomodado me quedo mirando al frente ignorando todo lo demás a mi alrededor.

Soy el peor amigo del mundo, de eso no tengo dudas, Ana no se merece esto.

*

1943

La mañana no los tomó por sorpresa, ambos estaban despiertos desde horas antes pero no se habían movido.

El sol apenas clareaba cuando Fernando decidió ponerse de pie, no quería llegar tarde a su primer día de trabajo.

– ¿Estarás bien sin mí? –preguntó a María antes de irse.

–Por décima vez: ¡Sí! Estaré bien, no tienes nada de qué preocuparte –respondió un poco fastidiada–. Daré unas vueltas por el pueblo, trataré de buscar un empleo para mí.

–Vale, si necesitas cualquier cosa ve a verme. Sabes dónde queda el local.

Reinó un silencio incómodo en la habitación, María asintió levemente. Se miraban nuevamente, como siempre lo habían hecho, pero ahora parecían querer transmitir algo más.

Dándole fin al episodio, Fernando salió de la habitación tranquilamente.

María suspiró aliviada, aunque no sabía por qué se sentía más tranquila. Se preparó y después de unos minutos ya estaba circulando por las calles del pueblo.

Disfrutaba la vista, los colores y olores le traían vagos recuerdos de su niñez, se sentía feliz. La calidez la confortaba aunque sabía que tiempo atrás sus padres no habían disfrutado el estar ahí.

Prestaba atención a las personas y los lugares a su alrededor, buscando oportunidades para emplearse lo más pronto posible. No quería desperdiciar otro día, planeaba irse a dormir sabiendo que al día siguiente se ganaría el pan.

Cansada de dar vueltas se sentó en una banca del parque, pensó en visitar a Fernando pero realmente no quería molestarlo en su nuevo trabajo.

Había pasado toda la mañana caminando por el pueblo, preguntando por trabajos o por si alguien requería cualquier ayuda, aunque fuera mínima, a cambio de unas monedas. No había tenido éxito.

Meditando en su siguiente paso, un grito familiar la sacó de sus pensamientos.

– ¡El periódico! ¡Lleve su periódico! –Se escuchaba cada vez más cerca.

Si bien no era para nada parecida a la voz de Franc, no había nadie que conociera mejor un lugar y sus acontecimientos que el vendedor de periódicos.

María se levanto de prisa y en cuánto divisó al chiquillo agitó una mano en alto para llamar su atención, el muchachillo caminó despreocupado hacia su dirección.

–Buenas tardes bella dama, ¿qué puedo ofrecerle?

María compró el diario del lugar ya que tenía una pequeña sección de empleos.

–Estoy buscando trabajo, muchacho. ¿Sabes si hay empleadores necesitados?

El chiquillo lo pensó un rato antes de responder.

–A decir verdad todo aquí es muy mal pagado y explotado. Si encuentras trabajo te terminarás hartando y lo dejarás por el bajo salario o por el mal trato de los empleadores... Siempre es difícil encontrar un buen trabajo aquí. Aunque si me lo preguntas yo me iría a trabajar a la casa de los Herrera, pero mi madre no me deja...

Al escuchar el apellido de su familia María dejó de prestar atención al vendedor. Si bien no tenía intención de acercarse a sus abuelos, podría ser su única opción, además de ser el medio para conocer más acerca de su pasado y de lo que pasó realmente entre sus padres.

– ¡Ey! Señorita, ¿está usted bien? –El chiquillo chasqueo los dedos a la altura de su cara.

–Sí, sí... discúlpame, me he distraído un poco. ¿Qué decías de un trabajo en casa de quién?

El niño se golpeó la frente con la mano.

–No, no. Os he dicho que yo trabajaría ahí pero que mi madre no me deja. No es un buen lugar para trabajar, menos para una dama, nadie quiere trabajar ahí, por eso siempre están desesperados por encontrar personal y ofrecen buena paga pero a nadie aquí le interesa trabajar para ellos.

–Vaya... Y... ¿Sabes por qué nadie quiere trabajar ahí? Si dices que es difícil encontrar un trabajo con buena paga y ellos lo ofrecen, no veo razón para no tomar el empleo.

–Oh, es que usted no entiende. Tendría que conocer la historia del pueblo, es muy larga para contarla y ahora estoy trabajando, así que le haré un resumen rápido señorita.

Toda la atención de María estaba centrada en el chiquillo.

–Los Herrera son una familia de mucho renombre, solían ser de los más ricos e influyentes de los alrededores. Tuvieron dos hijos, un hombre y una mujer. Bien dicen por aquí que Dios no castiga dos veces, pero al parecer tampoco bendice dos veces. Podrían tener todo el dinero del mundo, pero fueron maldecidos por su avaricia, sus hijos terminaron enrollados sentimentalmente, al punto de que su amorío floreció con la llegada de un hijo. La gente estaba realmente furiosa, deseaba que sacaran a los pecadores del lugar y al final lo lograron, quemaron la casa con los hermanos adentro dando fin a la época de desdicha y escasez que habían traído sobre el pueblo.

María frunció el ceño, esa historia era la menos interesante que había escuchado y presentaba demasiadas lagunas, sabían más en lugares alejados que en el propio lugar de los acontecimientos.

–Su mirada refleja disgusto, será qué acaso usted sabe más de lo que aparenta.

–En lo absoluto –respondió calmada–, simplemente he leído los periódicos y no me parece razón suficiente para que nadie quiera trabajar con los Herrera.

–Bien, es bueno hablar por fin con alguien que se informa sobre los temas de actualidad y tiene opinión propia –aventó los periódicos y se acomodó en la banca a un lado de María–. El trabajo puede esperar si tienes oídos para saber la verdad.

–Adelante niño, no tengo nada que hacer.

*

Buenas mis queridos lectores, aquí es traigo un capítulo recién horneado. Aprovecho para recordarles que pueden seguir las redes sociales de la historia, a veces compartimos memes.

Los enlaces pueden encontrarlos en mi tablero de anuncios.

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