CINCUENTA Y SIETE

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1943

Fernando no podía encontrarse más extasiado, le encantaba el entorno del estudio, entraba gente de toda clase y don Pedro Huerta era una persona curiosamente divertida.

El local estaba compuesto por tres piezas: al cruzar la puerta de entrada te encontrabas con las paredes tapizadas de fotografías, evidencia del buen trabajo ejecutado en el establecimiento. Un escritorio en medio de la sala era la "oficina" del señor Huerta donde conversaba algunos minutos con los clientes para saber lo que buscaban e ir pensando cómo complacer sus exigencias.

Una vez terminada la palabrería pasaban a la parte media del local, donde parecías estar tras las bambalinas de un fino teatro, había escenografías de todo tipo y vestuarios para todos los gustos, era la parte más divertida del trabajo.

Transformar el local era fascinante, Fernando sentía estar dentro de una película donde la escena cambia dependiendo de lo que están viviendo los personajes. En este caso se complacían los gustos del cliente, podían estar en una sala elegante o en una terraza simulada. Podían estar bebiendo té en el jardín o tocando el piano en familia.

Finalmente, cuando la sesión había terminado y los clientes se habían retirado se pasaba al cuarto de revelado, donde tras cuidadosos y meticulosos procedimientos se llevaba a cabo la magia de traer las imágenes al mundo real. El trato, tamaño, cuidado y calidad de este proceso dependía enteramente de lo pagado por el interesado.

–Te habrás dado cuenta, de que lo que hacemos aquí es casi mágico –platicaban animadamente durante la hora de la comida.

Don Pedro caminaba alrededor del estudio señalando diversas fotografías y explicando las técnicas utilizadas para cada una.

–Plasmo el alma de los acontecimientos a través del lente de mi cámara –Fernando siempre llevaba papel y lápiz, donde escribía lo más aprisa que podía las instrucciones que se le dictaban–. Es lo que aprenderás de mí, si así lo quieres.

–Pero claro que sí, señor. Es un honor que me haya aceptado como su aprendiz, estoy ansioso de absorber todo el conocimiento que quiera darme.

Don Pedro sonrió complacido.

–Hay tantas cosas que quiero hacer, en esta cabeza hay infinidad de ideas pero no tengo el tiempo suficiente. ¿Te imaginas tener un taller de imprenta y fotograbado? Vendrían de todas partes a vernos. Además, ¿por qué no? Una carpintería para diseñar nuestros propios marcos.

Fernando se emocionaba al verlo soñar despierto, esperaba tener algún día aspiraciones para luchar por ellas, por el momento lo único que lo motivaba era no pasar hambre.

–La clientela es en verdad variada, como has visto, no nos iría nada mal si pensamos en expandirnos.

Estaba totalmente de acuerdo, esa primera semana había visto tanta variedad de personas. Además de que los retratos reflejaban la diversidad de sus clientes: mestizas ataviadas con los mejores ternos y joyería de filigrana, damas de sociedad con vestidos europeos, profesionistas, toreros, novios, familias, el tendero de la esquina, representantes de la iglesia, músicos y demás.

–Para ser tu primera semana no te está yendo tan mal, muchacho –Don Pedro le dio una cálida palmada en el hombro–. Dentro de poco ya dominarás todo el asunto a la perfección.

Realmente no le disgustaba para nada la idea de trabajar una buena temporada en el estudio.

*

En cuanto a María, aunque no disfrutaba del todo estar trabajando en la hacienda, tampoco le disgustaba la labor que desempeñaba. Platicaba poco con sus compañeras, pero se entendían bien para dividirse los quehaceres.

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