CUARENTA Y UNO

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1943

El silbato del tren marcaba el final de un viaje largo y complicado, el vapor paró frente a la estación y las puertas de los vagones se fueron abriendo. Casi se pudo escuchar un suspiro de alivio general emitido por todos los pasajeros, los cuales descendían con pereza cargando sus maletas y poco a poco iban llenando la estación. Algunos se sentaron en los alrededores, otros fueron a la taquilla ya que embarcarían de nuevo.

Fueron contados los que salieron de la estación con intención de quedarse en el pequeño poblado, María y Fernando estaban entre estos.

Antes de dejar la estación tenían que pasar por el registro de desembarque, ya que se quedarían en el pueblo por tiempo indefinido. María llevaba consigo sus papeles en regla, pero estaba preocupada por Fernando ya que este le había comentado que su documentación era falsa. Sin embargo pudieron pasar sin problemas y ella suspiró aliviada.

Tras salir de la estación María se sentía desorientada, era cierto que ese era el lugar en el que había nacido, pero solo lo sabía por el nombre. Nada de lo que sus ojos contemplaban le parecía remotamente familiar. Fernando percibió su frustración.

–Oye niña, qué te parece si antes de buscar lo que necesitas comemos algo.

Ella asintió, antes de que él lo mencionara no se había percatado de su propia hambre. Entraron al primer comedor que encontraron, el cual no se veía para nada limpio ni confiable. Ella se quedó de pie en la entrada, con la boca ligeramente abierta mirando alrededor sosteniendo la valija con las dos manos, inspeccionó todo de arriba a abajo y una mueca de asco apareció involuntariamente en su rostro.

Las mesas de madera antigua tenían un aspecto poco agradable, algunas tenían manchas que parecían añejas, poco cuidado les debía dar limpiarlas después de que alguien las hubiera usado. En las paredes y techos había pedazos de pintura levantada y el olor dejaba claro que la apariencia era a causa de la humedad. El piso, lo que a su parecer era lo más desagradable, cubierto de lodo que se había formado a causa de los escupitajos, así como manchas oscuras de tabaco que ni siquiera se habían molestado en intentar quitar. Y por último, el dueño de aquel lugar, su aspecto no dejaba dudas de que ese negocio era de su propiedad. ¿De verdad iban a comer ahí?

Tendría que aguantarse, no podían darse el lujo de un mejor lugar para comer, ya que no contaban con el dinero suficiente y tampoco quería correr el riesgo de perderse. A Fernando no parecía molestarle, seguramente habría comido en peores lugares a lo largo de su vida.

Buscaron una mesa en el fondo, casi todas las personas dentro se veían absortas en sus propios pensamientos por lo que no les prestaron la suficiente atención. Además, el comedor estaba ubicado cerca de la estación por lo que casi siempre estaba lleno con personas de paso que no hacían más de una noche en el lugar y al día siguiente continuaban su camino.

– Vamos a ver, ¿qué se te antoja? –Fernando se burlaba viendo la pobre y limitada comida que ofrecían.

María lo miró con fastidio, lo único que quería era salir de esa porquería de lugar.

–He notado algo en tus documentos "falsos" –comentó María después de pedir la comida.

–Dime ¿qué habéis notado? –él se veía divertido y curioso.

–Cuando entregaste tus papeles al registrador pude notar que en cada documento está escrito tu nombre real –se cruzó de brazos–, si es que es tu nombre real, claro.

Fernando empezó a reír, la niña era más lista de lo que pensaba.

–Vale, te explicaré ahora que te has dado cuenta –suspiró mientras se acomodaba en la silla–. Fue una decisión que tomamos como familia. Yo no sé si mis hermanos y mis padres han salido del país o lo que les ha pasado. Conservar nuestro nombre es como una garantía, al menos a mí me hace sentir seguro, si ellos o yo decidimos buscarnos en unos años cuando las cosas se calmen... no será tan complicado y quizá podamos vernos de nuevo.

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