CUARENTA Y SIETE

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1943

Fernando y Don Simón llevaban un buen rato hablando acerca de la situación que se vivía en España, ambos estaban preocupados. Las noticias procedentes de ese país tan lejano no eran suficientes, además de que al llegar a sus manos la información ya estaba atrasada, por lo que nadie podía saber con certeza lo que acontecía en el país. Se quedaron en silencio unos minutos después de haberse dicho todo.

Fernando dejó que el viejo manejara la carreta solo y fue a sentarse a un lado de María, quien solo permanecía callada. Ella podía ver la preocupación en el rostro de su amigo, mas no había nada que pudiera hacer para animarlo.

No pasó mucho tiempo para que Don Simón y su estruendosa voz resonaran de nuevo.

–Así que sus asuntos no me conciernen –exclamó de pronto sin apartar la vista del camino.

Ambos se miraron extrañados y fue María la que respondió.

–Exactamente ¿a qué asuntos se refiere?

El señor echó a reír.

–A por qué están tan desesperados por llegar a un lugar que todas las demás personas prefieren evitar.

María se tomó un momento y luego respondió sin titubear.

–Usted me disculpará, pero debe saber que un caballero nunca cuestionaría a una dama acerca de su pasado o sobre las razones por las que ha tomado una determinada decisión.

Don Simón rio con fuerza.

–Mujeres así ya no se encuentran fácil, tiene razón señorita, sus razones tendrán, no me entrometeré más.

–Le agradezco señor.

–No te preocupes, realmente solo quería sacar algo de plática, odio el silencio y el camino no es muy corto así que ¿por qué no me cuentan algo? Lo que sea, invéntense una historia. Francisca es buena para eso, esa niña tiene talento, espero que no lo desperdicie casándose con alguien que la mantenga callada.

Pudieron sentir un poco de melancolía en su voz.

–Me recuerda mucho a mi nieta, lo escucharon, antes se lo dije, siempre se lo digo.

–Su nieta, ¿está en España?

El hombre asintió.

–Ahí vive.

– ¿Por qué no ha ido con ellos? –preguntó con curiosidad.

El hombre suspiró haciendo memoria de su pasado.

–Yo no soy tan privilegiado como usted señorita –habló mientras estiraba su brazo para dejarlo junto al de ella, con lo cual contrastaba levemente el color de piel más bronceado de Don Simón–, mi padre llegó de España a estas tierras hace muchos años, compró la hacienda y contrató personal para trabajar la tierra. Se enamoró de una mestiza, mi madre, por lo que siendo yo castizo no tengo tantos privilegios pero tampoco me muero de hambre.

María se removió incomoda en su lugar, miró a Fernando para buscar apoyo pero él estaba pensativo mirando el paisaje.

–Mi hija tuvo la fortuna de llamar la atención de un español adinerado que vino de visita un tiempo buscando terrenos para invertir, se casaron aquí y al poco tiempo mi hija esperaba ya a mi nieta. Yo enviudé hace unos años, así que mi hija era lo único que me quedaba, la hacienda es herencia de mi padre al igual que los indios. Hace unos años, antes de que el conflicto se desatara tal y como está ahora mi yerno recibió una carta en la que decía que su padre estaba gravemente enfermo y su presencia era requerida de inmediato. Sin esperar hicieron las maletas y se marcharon, espero que pueda volver a verlos aunque sea una vez más. Tuve la oportunidad de marcharme con ellos, poco después me escribieron pidiéndomelo, pero los rechacé. Yo creo que las clases sociales no deben existir, creo que realmente ya no existen pero aquí se afanan por creerse superiores a otros. Solo basta con mirarse la piel, ya todos somos diferentes, no hay dos tonos iguales, pero aun así hay quienes se creen superiores. Me quedé porque quiero ablandar las cargas de mis hermanos, no maltrato a mis indios, intento tratarlos como iguales aunque no me crean, pero es difícil, ya mis amigos no me toman en serio como antes. No quise irme a España y ahora ya no puedo irme.

El hombre traía la cabeza gacha y podía sentirse la tristeza que arrastraba cada palabra. Fernando tenía la misma mirada.

–Discúlpeme Don Simón, no era mi intención hacerle recordar cosas tristes –susurró María.

–¡Qué va! –exclamó Don Simón riendo–. Si vives atormentándote por el pasado no podrás ver bien el presente. El pasado hay que dejarlo ahí mismo, hasta atrás.

María fingió una sonrisa y se excusó para sentarse a un lado de Fernando.

– ¿Cómo estas?, te noto algo distraído.

Él la miró y sonrió débilmente.

–No es nada, simplemente vinieron a mí muchos recuerdos.

Se volvió hacia la ventana, María entendió que la conversación había terminado. Se sentó del lado contrario para observar el paisaje también.

Poco antes del amanecer Don Simón les indicó que habían llegado a su destino.

–Aquí bajan ustedes –los despertó con ánimo.

Los viajeros se desperezaron, agradecieron a Don Simón y bajaron del carro.

–Espero que esta no sea la última vez que nuestros caminos se crucen –los despidió gentilmente.

–Esperemos que no –respondió Fernando–, muchas gracias por traernos.

–De nada, sigan esta vereda, los llevará directo al corazón del pueblo. ¡Buena suerte!

Se quedaron mirando hasta que las carretas se perdieron en la distancia.

El sol hacía su aparición y la leve fresca de la mañana señalaba un nuevo y caluroso día, sin decirse nada empezaron a caminar por la vereda señalada.

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