ESPECIAL: DIA DE MUERTOS

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Octubre 1917

Despierto sintiendo un escalofrío, las sábanas ligeras con las que había dormido parecen removidas, giro sobre mi espalda para comprobar que mi esposo no está. Vuelvo a cerrar los ojos por un momento, intento dormir de nuevo pero unos golpecitos en la puerta dibujan una sonrisa en mi rostro.

–Mamá, ¿ya estás despierta? –Se escucha una dulce vocecita al otro lado.

El deber me llama, rápidamente me cambio la bata por mi ropa de día. Calzo mis sandalias.

Camino al tocador y tomo con cuidado el cepillo de bordes tallados, fue un regalo de mi madre cuando me casé. Aún recuerdo la última vez que la vi, después de la boda, antes de venir a una tierra extraña y alejada de todo lo que conocí una vez. Me cepillo frente al espejo pensando en todas las cosas que pudieron ser y que ya nunca serán, después de todo ¿a qué otra cosa puede aspirar una mujer, que no sea casarse y tener muchos hijos? Debería estar agradecida.

Epifanio es un buen hombre, trabajador y buen proveedor.

"–Eres muy afortunada".

Casi puedo escuchar a mi madre regañándome por dudar.

De nuevo escucho las risas de mis hijos jugando afuera, me devuelven a la realidad. Pero es verdad, soy muy afortunada. ¿Qué más puede pedir una mujer como yo?

*

– ¿Por qué el Hanal-Pixán* es tan especial? –Preguntó la madre.

Sus dos pequeñitos se encogieron de hombros, no entendían el significado de lo que ocurría en esas fechas. Lo único que sabían es que se adornaba un espacio especial con comida para los difuntos de la familia. Aunque en casa nunca lo habían realizado, solían escuchar a las criadas hablar sobre el suceso y cuando salían al pueblo solían ver las mesas adornadas que las personas instalaban en sus hogares.

Este año prometía ser diferente, ya que parecía que su madre había decidido poner un altar en la casa.

– ¿Es porque la abuela vendrá a vernos? –Preguntó tímido el niño mayor.

– ¿Va a venir chichí*? –Respondió con los ojos brillantes su hermanita.

–Sí, la abuela va a venir pero nosotros no podremos verla –recalcó con firmeza la palabra "abuela", si su marido escuchara a los niños decir esas palabras se volvería loco.

–Yo quiero ver a la chichí.

Los ojos de la pequeña se humedecieron y sus labios empezaron a temblar.

–Niños, niños. Vengan aquí.

La madre abrazó a sus hijos y se arrodilló junto a ellos.

–Abuelita ahora está descansando. Eso hace especial esta fecha, es el único momento en que puede venir a visitarnos, no la vamos a ver pero podemos demostrarle nuestro amor a través de una ofrenda.

– ¿Qué es una ofrenda? –Preguntó Mónica.

–Es como un regalo –contestó entusiasmado Jorge.

Martina asintió complacida.

–Así es, una ofrenda es un regalo. Pero no cualquier regalo, son las cosas que más le gustaban a la persona en vida. ¿Saben qué cosas le gustaban a la chichí? –Se llevó una mano a los labios y miró nerviosa alrededor, por fortuna Epifanio parecía estar encerrado en su oficina.

Los niños se vieron pensativos unos segundos.

–Fumar –exclamó la niña emocionada.

–Disfrutaba regañarnos.

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