Capítulo 44: primer entrenamiento

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Uno, dos, uno, dos, uno, dos, uno, uno...

― ¡Dos! ¡No uno de nuevo!

Lancé un gruñido ante las órdenes de Jodeth, mi entrenadora.

Tres días después de haber ido a Khracira por última vez, me encontraba allí de nuevo. Horus había venido a buscarme el sábado a la mañana en su nave y nos trajo. Me explicó que hoy iba a ser mi primer día de entrenamiento, y que quería estar allí para apoyarme, lo cual, como siempre, me pareció muy tierno de su parte.

El chico sabía hacer las cosas bien (a excepción de cuando fue absorbido por la galaxia y sus pensamientos durante esas dos semanas).

El Centro de Conexión se encontraba tranquilo, pero esta vez Salix y Thorm no estaban. Solo se encontraba Kalth, mi tía (todavía no me acostumbraba a decirle así, porque en la Tierra no tenía más familia que mis padres) con su esposo, y las demás personas que no conocía pero que sabía que trabajaban para ayudar al planeta Tierra. Tenía ganas de ir y abrazar a cada una de ellas, pero tenía miedo de que me deportaran...si eso era posible. A Dhimot tampoco lo había visto, pero de él no me extrañaba, porque según lo que me habían contado, viajaba mucho, al igual que casi toda la familia entera.

Todas las personas de Khracira a simple vista eran extravagantes, con sus raros colores de pelo, ojos y demás. Aparte de eso, la mayoría parecía ser muy simpática y tranquila, nada de andar todo el tiempo apurado como en La Tierra.

Bueno, eso era lo que pensaba antes de conocer a Jodeth.

Ella fue la prueba de que por muy extravagante y bonita que fuera, no todos los pertenecientes a la población khraciarana tenían que ser sí o sí tranquilos como un hada.

Con su casi dos metros de altura, su cabellera rojiza larga hasta la cintura y sus ojos de color naranja parecidos a los de un tigre, Jodeth daba un miedo terrible. Ella iba a ser mi entrenadora durante el tiempo que lo necesitara. Era khraciarana, y según lo que me contó Horus, se dedicaba a esto: entrenar gente. No quise indagar mucho más, porque la verdad es que me intimidaba bastante.

Hacía tan solo media hora que había empezado con mi primer entrenamiento y ya estaba exhausta. Tenía toda la parte baja de la espalda mojada, el pelo se me pegaba a la cara y mi respiración parecía un ventilador a máxima potencia. Y además, los muslos me ardían como nunca. Pensaba que estaba en forma por la cantidad de horas que bailaba, pero Jodeth me demostró que no, que podía ir todavía más lejos.

El ruido del silbato hizo que me distrajera y tropezara con mi propio pie, haciendo que cayera de cara al piso. El dolor se extendió por mis brazos, que por suerte habían frenado la caída. Me quedé unos minutos tomando aire, y cuando la punzada de dolor se fue, me incorporé y seguí saltando los aros que había en el piso.

―¡El dolor es solo producto de tu imaginación! ―gritó Jodeth.

Gruñí por lo bajo y seguí saltando los aros.

―No entiendo por qué me hacen hacer esto. ¡Yo solo quiero aprender a usar mis habilidades, no tener el cuerpo de Bárbara Palvin! ―grité, frustrada.

Era tanto el cansancio que tenía y la frustración, que no me importaba quedar como una loca gritando esas cosas.

Volvió a sonar el silbato.

― ¡Más silencio y menos tropiezos!

Iba a matarla.

Me tensé al instante en que pensé eso y le lancé una mirada, pero ella seguía mirándome con el ceño fruncido como hacía media hora atrás. Luego recordé que Horus me había bloqueado la mente, por lo que podía maldecirla todo lo que quería, que ella no lo iba a saber.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora