Epílogo

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Dos semanas después


La mudanza me había dejado exhausta. A diferencia de mí, Trevor y Emma habían saltado por todos lados hasta altas horas de la madrugada.

El apartamento era hermoso: tenía una habitación para cada uno, un living bastante amplio y un balcón con vista al parque que era muy acogedor, con un par de sillas y un pequeño sofá. Planeaba pasar muchas horas allí, meditando y mirando a la naturaleza.

Ese día, el día después de mudarnos, me había levantado con muchas, pero muchas ganas de pancakes con dulce de almendras. Así que sin pensarlo mucho, agarré los primeros pantalones que encontré y me dispuse a ir al mercado a comprar los ingredientes necesarios. Horus no había venido ayer a la noche, pero había tenido la decencia de dejarme un mensaje de texto avisándome.

El día estaba soleado, tan soleado que los árboles parecían estallar de felicidad debido a los rayos que recibían, y me ponía contenta. Mi madre me había empacado todas mis gafas de sol habidas y por haber, pero no agarré ninguna. Últimamente, había aceptado el tema de mis ojos, gracias a Horus, a todos los extraterrestres que había conocido y a la meditación, así que no me afectaban las miradas de las personas.

Porque ahora sabía que no era rara.

No era una anomalía.

No era un experimento mal hecho.

Era simplemente, de otro lugar. Era diferente. Y eso no me hacía menos hermosa, ni menos valiosa.

Simplemente, me hacía eso. Diferente. Y era bueno ser diferente. No tenía nada de malo no cumplir con la «normalidad» de las masas. Y, en realidad, nadie era normal. Si un terrícola hubiera nacido en Khracira, él sería el diferente.

Así que, en realidad, todo era cuestión de perspectivas y de aceptar como éramos...porque la realidad es que nuestro aspecto físico no dañaba a nadie ni tampoco nos definía, asi que no le deberíamos dar tanta importancia.

Sonreí con ese pensamiento, aunque la despedida de ayer de mis padres vino a mí como un rayo, y la felicidad se esfumó un poco. Había sido todo muy alegre, pero cuando se fueron me puse sensible. Solo un poco.

Bueno, había llorado. Y bastante.

Sabía que Guiston no quedaba muy lejos de Mine Concect, pero dejarlos...se sentía mal. Yo me sentía un poco culpable, de hecho. Siempre habían hecho de todo por mí, y ahora los dejaba así...sin más.

Sacudí la cabeza y seguí caminando. El mercadillo estaba lleno de gente. Algunas gritaban, los niños lloraban y corrían alborotados, un perro le estaba ladrando a un gato, unos señores estaban de la mano y caminaban en su propio mundo, una señora le sonreía a su nieto...

Extrañaba Khracira en estos momentos. Demasiado. A su paz, a su aroma, a su tranquilidad...

—Zhelig.

Frené en seco en el medio del pasillo del mercado y miré para todos lados. La voz que había dicho mi nombre me resultaba familiar, pero no lograba distinguir de quién era...

—Ve a la esquina y espéranos.

Fruncí el ceño. ¿Qué rayos...?

—Soy Trina.

Parpadeé y rápidamente me dirigí hacia la esquina.

Trina. Oh, por dios. No la veía desde hacía...no sabía cuánto tiempo. Desde la última y primera vez que nos habíamos visto.

Mis palmas de las manos se pusieron un poco sudorosas, porque bueno...al ser de alto rango y todo eso me seguía intimidando un poco.

Llegué a la esquina, que desembocaba en un callejón, y esperé allí. Al instante, apareció una luz en el cielo. Y luego, se transformó en una nave dorada, inmensa.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora