Capítulo 22: verdades disfrazadas

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La casa de Horus me recibió cálida como la última vez que estuve allí. La única diferencia era que esta vez no había ningún pote de helado esperándome.

Me acerqué a los cuadros tan llamativos que tenía, y me permití estudiarlos con detenimiento.

Todos eran paisajes. El que tenía adelante en este momento era de una playa. Su arena era de color blanca y el mar era color rosa. Había una palmera a la izquierda y muchos pájaros volando en el cielo, que era de un color violeta intenso, y el sol aparecía en el horizonte.

El siguiente cuadro, era también de una playa. La diferencia era que esta vez se trataba del anochecer. Había dos lunas, una a cada extremo, y parecían un espejismo. El mar era de color azul oscuro y la arena era rosa. Esta vez no había palmeras, sino una chica. Estaba de espaldas, mirando a la orilla. Su cabello blanco largo caía en suaves ondas por su espalda, y arriba de ella se veían tres estrellas. Una de color azul, otra de color rojo y otra de color blanco.

La particularidad que tenían estos cuadros es que eran sumamente reales. Como si al estirar la mano pudiese atravesar el cristal, el cuadro y la pared, y aparecer directamente allí.

El cuadro me emocionó, por alguna razón. Transmitía una gran paz, y el paisaje era magnifico. No pude dejar de mirarlo hasta que sentí los pasos de Horus.

Me di la vuelta, y apareció en mi campo visual, con una taza humeante en la mano.

—Pensé que te gustaría un poco de chocolate caliente—dijo, y me tendió la taza.

Le sonreí y la agarré.

—Muchas gracias.

No pude evitar observar que, nuevamente, él no tomaba ni comía nada.

Sonrió y se puso al lado mío, mirando al cuadro. Sus ojos recorrieron la figura de la mujer, y sonrió tristemente.

—Es mi cuadro favorito.

Miré al cuadro y después lo miré a él.

—Es realmente hermoso.

Mordió su labio y me miró.

—¿Qué pasaría si te dijera que estos cuadros son reales?

Incliné la cabeza a un costado, y miré las dos lunas.

—¿Dices que existen en la vida real?

Asintió, y sus ojos parecieron brillar.

—Sí. Que estos cuadros están basados en otros mundos...otros planetas...que están allá afuera.

Me reí.

—Claro, sería grandioso. Solo que imposible.

Frunció el ceño y me miró.

—¿Por qué? Pensé que creías en que había vida en otros planetas.

—Sí...—contesté cautelosamente—. Pero una cosa es creer y otra es que me digas que alguien pintó estos cuadros porque vio otro planeta.

Su ceño se frunció más.

—¿Acaso nunca escuchaste de gente que se comunica con seres de otros planetas? ¿Gente que medita? ¿Gente que visualiza otros mundos?

Me tuve que sentar, porque la conversación se estaba volviendo demasiado intensa.

—Escuché...Escuché de gente que medita. Es algo normal a esta altura, pero nunca de gente que se comunicaba con...otros seres—dije casi en un susurro, de repente nerviosa.

Lo único que me faltaba es que Horus fuese alguna clase de fanático psicópata, de esos que se disfrazaban todos con aluminio para contactarse con extraterrestres.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora