Capítulo 50: Gretik

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—¿A Gretik? ¿Donde vive Ian?

—Noriah—murmuró, con una pequeña sonrisa—. Sí, ahí. Necesitamos hablar con él para comprender sus razones.

Suspiré y me puse nerviosa. ¿Ver a Ian...o a Noriah, en otro planeta? ¿En su forma de extraterrestre... y vestido como uno? ¿En una nave espacial? Pensé que mis neuronas no podían sufrir más, pero oh, cielos, cuán equivocada estaba.

—¿Tiene que ser hoy?—susurré. El dolor todavía seguía en mi pecho y tenía miedo de volver a reaccionar mal.

Horus se movió más cerca mío y entrelazó su mano con la mía. Las dejó apoyadas encima de mi cadera izquierda y no pude sacar mi mirada de allí. De cómo nuestras manos encajaban a la perfección. De cómo mi piel blanca contrastaba con la suya, que era un poco más morena. De cómo esos dedos, largos y elegantes, parecían proteger mi mano.

—Tiene que ser hoy. Cuanto antes lidiemos con esto, mejor. Sé que sientes dolor, y por eso quiero que lo sanes. No hace bien sentir ese tipo de cosas durante tanto tiempo—su voz se volvió un leve susurro al final de la oración.

Nos miramos unos instantes, y mi panza dio un vuelco ante la intimidad del momento.

—Llegas un poco tarde.

En seguida me arrepentí de haber dicho eso. Lo miré con los ojos abiertos, y él parecía estar perplejo.

—Lo siento, no sé por qué lo he dicho...No es por ti, es por todo lo que pasé con mi aspecto y...

En un segundo, Horus había desaparecido. Así, sin más. No estaba en ningún lado. Su tacto caliente ya no lo sentía y miré para todos lados para ver si lo encontraba. Unos instantes después, su cuerpo apareció encima del mío. Pegué un grito a causa del susto, pero me calmé rápido. Sobre todo, porque sus piernas estaban entre las mías y nuestros labios a centímetros de distancia.

—¿Había necesidad...de desaparecer así?—dije, un poco agitada debido al susto.

Él sonrió como un felino, pero sus ojos seguían serios. Se apoyó sobre un codo y me miró fijamente.

—Me gusta sorprender a las personas—tomó aire—. Solo quería recordarte que me hubiese encantado saber antes de tu existencia, de esta misión de despertarte, así podía tomar contacto contigo antes y poder ayudarte, estar allí para ti...aunque me lo hubiesen prohibido. Sé que... Sé que estas palabras quizás no ayuden mucho, pero nunca, jamás, dejaré que nada malo te pase, Zhelig. Lo digo en serio. Viajaría mil millones de galaxias con tal de que no te sientas así de nuevo—susurró esto último, dándome un beso en la mejilla—. Aquí estoy, para ti. Para siempre.

La sensación que tenía en este momento era tan fuerte que podía hacer florecer todo un mundo. Sentía que la energía que había entre nosotros estaba danzando de aquí para allí, llenando cada hueco que había en mi cuerpo y en la habitación. Los ojos se me llenaron de lágrimas, porque lo que dijo era todo lo que siempre necesité escuchar. Porque él representaba todo lo que yo había temido: aspectos raros, genética extraña...y resultaba que no era extraña ni mala, sino diferente. Y lo diferente no es malo, para nada. Ahora entendía. Entendía que el mundo estaba lleno de rarezas y diferencias, y eso lo hacía aún más hermoso. Sin ellas, nos cansaríamos de ver lo mismo una y otra vez, no aprenderíamos nada nuevo...y no nos sorprenderíamos nunca. El universo no tenía dos cosas iguales, y ese era el sentido de todo.

Sin pensarlo, pasé mis brazos por su cintura y lo abracé. Fuerte. Él hundió su cara en el hueco de mi cuello y hombro, y nos quedamos así un rato, escuchando solo nuestras respiraciones y sintiendo un mundo entero.

—Esta bien—susurré, con la voz un poco amortiguada por el pelo de Horus—. Vayamos a Gretik.

Luego de despertarme del todo y comer unas extrañas frutas de color rosa que en el medio tenían puntitos negros y sabían como una baya mezclada con melocotón (extraño, pero rico) nos subimos a la nave de Horus, que estaba aparcada—o más bien, flotando— al lado del Centro. Salix y Thorm seguían sin aparecer, y Dhimot se había ido sin dejar señales.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora