Capítulo 12: inesperada visita

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Abrir la puerta principal de la entrada de mi casa causó una sensación muy linda en mi corazón. Si bien la había pasado fenomenal en Guiston, extrañaba mi hogar. Cuando cerré la puerta y giré para dirigirme a la cocina, mis ojos se encontraron con dos maletas que no eran las mías.

—¡Cariño! ¡Llegaste!—dijo mi madre con una gran sonrisa mientras salía de la cocina.

Nos dimos un fuerte abrazo y volví a mirar las maletas.

—¿Qué es eso?—pregunté.

Mi madre siguió mi mirada e hizo una mueca.

—Hace cinco minutos exactos que acaban de llamar a tu padre para que vaya a una conferencia en Guiston. Son solo tres días, pero nos tenemos que ir ahora.

Asentí con la cabeza.

—Espero que no te moleste...—siguió diciendo, y acarició mi cabello—. Te dejé comida hecha y todo listo para que no tengas que preocuparte por nada.

—Gracias.

Subí a mi habitación y dejé mi maleta en el piso.

Estaba acostumbrada a que mis padres se fueran a conferencias. Mi padre era abogado y mi madre una esposa muy compañera. Si bien ella se dedicaba a la decoración de jardines, siempre que mi padre se tenía que ir de la ciudad lo acompañaba.

Pero eso no quitaba el hecho de que no me sintiera muy cómoda quedándome sola, y menos después de tres días de no haberlos visto.

Unos golpes en la puerta me sacaron de mi autocompasión y fui a abrirla. Allí, parados, se encontraban mi madre y mi padre.

—Me dijo tu madre que te contó que nos debemos ir. Pero volveremos, no te preocupes—dijo mi padre, divertido.

—Más les vale—respondí, al tiempo que los abrazaba y me despedía de ellos.

Cinco minutos después, me encontraba parada mirando a la pared.

Era domingo, y la noche ya caía. Les mandé un mensaje a Trevor y a Emma para que vinieran a quedarse los tres días conmigo, como hacíamos siempre que mis padres se iban de la ciudad. No me importaba que acabáramos de pasar todo un fin de semana juntos. Honestamente, podría vivir con ellos siempre.

Bajé a la cocina a hacerme algo de cenar, cuando tocaron el timbre. Sonreí. Seguro que mi padre se había olvidado algo importante. Me dirigí hacia el comedor, y abrí la puerta.

Pero mi padre no estaba allí. Ni tampoco mi madre.

Horus estaba apoyado en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados. Estaba vestido todo de azul, y se veía precioso. Mi corazón se aceleró ante su inesperada presencia.

—Hola, espero no molestar.

Con las mejillas sonrojadas, me corrí de la puerta para que pasara al interior de la casa. Probablemente, no era lo más sensato, teniendo en cuenta que me encontraba sola, pero Horus ya había tenido ocasiones de hacer cualquier cosa conmigo, y sin embargo, no hizo nada más que ser un encanto.

—Claro que no molestas—le respondí mientras cerraba la puerta y lo dirigía al comedor.—Pero me sorprende verte aquí.

Sonrió de costado, y casi me derrito. Sus ojos estaban vivaces, como siempre. El azul parecía el de una noche estrellada, mientras que el gris era profundo como una tormenta.

—Pasaba por el barrio y pensé en visitarte—se encogió de hombros y se sentó en el sofá.—Tengo muy buena memoria, así que recordé dónde vives.

Vaya que sí la tenía. Había visto mi hogar una sola vez y encima de noche.

Lo miré, sentado en donde mis padres se sentaban siempre, y pareció una película. Dios, Horus estaba en mi hogar. Se veía raro. Era muy grande y alto, y con lo exótico que era hasta casi parecía fuera de lugar. Como si fuera una pintura con el fondo color sepia.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora