Capítulo 4: viajes acompañados de alucinaciones

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A veces soñaba con viajar.

Sobre todo, cuando me encontraba leyendo un libro o viendo una película. El mundo era demasiado grande y quería conocer cada parte de él. Me intrigaban las culturas y en especial los paisajes. Era una amante, loca, de los paisajes, de las noches estrelladas o de los atardeceres. Me podía pasar horas mirando al cielo, solo contemplando su belleza.

A veces Emma me acompañaba en esos momentos. A ella también le encantaba mirar el cielo, los colores, las estrellas, y le intrigaba todavía más qué había en el universo. Yo no era muy curiosa con ese tema, pero Emma tenía una imaginación sin límites. Siempre que estábamos tiradas en mi pequeño jardín se ponía a pensar en teorías acerca de qué éramos en realidad y lo que podría llegar a haber en otro planeta, galaxia o universo.

En este momento, nos encontrábamos en mi jardín, mirando las estrellas. La noche era calurosa, pero había un poco de brisa, por lo que estábamos bien.

—¿Te imaginas—dijo, mientras señalaba una estrella—que allí vivan personas?

Seguí su mirada.

—¿Como nosotras? ¿O de otra especie?

Sacudió la cabeza.

—No lo sé. Podrían ser gigantes. ¡Oh, ya se! Pueden ser peces. Peces personas.

Fruncí el ceño.

—¿Peces personas? ¿Acaso eso esta bien dicho?

Reímos.

—Bueno, peces con inteligencia de personas. ¿Te imaginas que Nemo fuera real, solo que vive en otra galaxia?—me miró, expectante.

Las imaginaciones de Emma siempre llegaban muy lejos, pero hoy hicieron récord.

Largué una carcajada.

—¿Nemo? ¿Ems, estás bien? Siempre dices cosas así, pero creo que lo de Nemo es pasarte.

Me miró, fingiendo sentirse ofendida.

—Perdona, reina Iris, por dejar que mi imaginación fluya—dijo en tono burlón.— No es una idea tan descabellada. Los creadores de Nemo se tuvieron que basar en algo para crear la historia, ¿verdad?

La miré, indignada.

—Sí...pero no creo que alguno de ellos haya hablado con su pez.

Sonrió.

—Eso no lo sabes.

Negué la cabeza, incrédula, y seguí mirando las estrellas.

No era de mente cerrada.

Con mi padre siempre mirábamos documentales de extraterrestres, de mitología y demás cosas. Hasta creía, o más bien podía afirmar, que realmente había vida en otros planetas. Es decir, es medio raro pensar que el planeta Tierra es el único lugar en todo el universo en donde hay vida, y es egoísta creer que el ser humano es lo más evolucionado que hay en un universo infinito. A ver, ¿vivir en guerra es lo más «inteligente» que puede haber en un vasto universo, con millones y millones de galaxias? Yo creía que aspirábamos a más que eso. No podía no existir un lugar mejor. Y pensar que solo en nuestra galaxia había más de tres millones de soles, quería decir para mí, que era imposible que seamos los únicos por aquí dando vueltas. Esto lo sabía gracias a los documentales, en donde los científicos ya lo confirmaron, así que, no quería imaginar cuantos más soles había en otras galaxias, ni cuantos sistemas ocultos.

Y había gente que no creía que hubiese ni una bacteria.

Increíble.

Pero, volviendo a Nemo, a Emma se le iba un poco la lata. Ella podía llegar a creer que todos los humanos de este planeta eran malvados, que había extraterrestres entre nosotros, que había universos en donde habitaban dragones y hasta que la luna en sí no era real.

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