Capítulo 21: celebración

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MineRest estaba lleno de gente, como siempre.

Esta vez, no me encontraba solo con Emma y Trev. No, todo lo contrario. Alex y Max estaban sentados en frente mío, Ian a mi izquierda, y los compañeros de básquet de Trevor estaban repartidos de los dos lados de la larga mesa que estábamos ocupando en la parte de afuera.

Estábamos celebrando todos juntos.

Resultaba que el mismo día que me dieron los resultados de baile, a Trevor el cazatalentos le dio su veredicto final. Como siempre sospeché, lo había conseguido.

Trevor tenía una beca para ir a la Unven.

La asombrosa Unven.

Una de las mejores universidades del mundo, con un campus que te caes de la silla, unos programas geniales, y claro, uno de los más reconocidos y geniales equipos de básquet.

Del cual Trevor iba a formar parte.

Cuando nos dio la noticia, Emma y yo nos abalanzamos sobre él y casi nos ponemos a llorar debido a la emoción. Era increíble lo que había conseguido. O bueno, tan increíble no, porque era totalmente creíble: Trevor se había matado entrenando para conseguirla.

En cuanto a mí, digamos que no solo había quedado seleccionada para ingresar a la carrera, sino que me habían otorgado media beca.

Era el año de las becas, al parecer.

La felicidad que tuve cuando me llegó el email no se comparaba con nada. Salté, chillé e incluso un par de lágrimas se me salieron de los ojos. Lo había logrado. Contra todo pronóstico mental, lo había conseguido.

Y no solo estaba orgullosa, estaba entusiasmada. Tenía ganas de empezar ya la carrera, mudarme con Trevor y quizás con Emma, y vivir la vida...

—¡No le pongas mayonesa!

El grito de Emma me sacó de mis pensamientos, y cuando la miré, la encontré estirando el brazo hacia Alex, con una mueca de fastidio, mientras este la miraba con los ojos muy abiertos.

Oh, oh.

—Si fuera tú, bajaría ese pote—le dijo Trevor a Alex, y por suerte para todos, le hizo caso.

Emma suspiró y se sentó de nuevo en su silla.

—Nunca pensé que fueras un asesino de papas. Me decepcionas—dijo, y apoyó la barbilla en su mano.

Alex seguía mirándola impresionado.

—Emma odia la mayonesa—aclaró Trevor, con una pequeña sonrisa de costado.

Por fin, Alex pareció despertar de su sueño.

—Sí, me di cuenta—respondió al tiempo que negaba con la cabeza, incrédulo.—¿Cómo puedes odiarla? Es lo más cerca que hay a un Dios. En serio.

Hm. Yo podía discutir contra eso. Pero no lo iba a hacer, por la salud mental de todos y en especial por la mía.

—Emma es una chica especial, Alex—Tom se inclinó sobre su silla, pasando un brazo por los hombros de Emma, que lo miró con una ceja enarcada.—Lo sabrías si la conocieras tan bien como yo.

Alex se puso pálido. Toda la mesa se quedó en silencio.

Y luego todos estallaron en carcajadas, salvo Alex, Max e Ian.

Emma se estaba riendo tanto, que le daba leves palmaditas en el brazo a Tom, que la miraba con un brillo divertido en los ojos.

Tom era el ex novio de Emma y también compañero de equipo de Trevor, y para sorpresa de todos los humanos, plantas y animales, se llevaban realmente bien. No hablaban a menos que se encontraran en situaciones como esta, cuando nos reuníamos todos, pero la verdad es que se tenían cariño, y cada vez que se cruzaban se saludaban y decían algún comentario gracioso.

—Deberías haber visto tu cara—le dijo Trevor a Alex, que seguía confundido.—Casi te haces pis encima.

Eso provocó otra ronda de risas más.

Alex y Emma se siguieron hablando luego de su alocada noche de la barbacoa, en donde Emma me conto que se habían besado durante un largo rato, y ahora estaban por comenzar a salir. Dentro de unos días tendrían su primera cita, y no podía estar más feliz por ellos.

Eso me hizo acordar a Horus. No podía dejar de pensar en su cocina vacía. Era como si nadie hubiese estado allí en años. Quizás estaba exagerando, y en realidad, justo ese día tenía que ir a hacer las compras, y había probabilidades de que los utensilios esten en otro mueble.

Pero por alguna razón, la imagen de Horus yendo al mercado me parecía... ridícula.

—¿Estas saliendo con alguien?

Parpadeé un par de veces, volviendo a la realidad, y mis ojos se desplazaron a Ian, que me miraba intrigado.

—¿Yo?—pregunté, confundida.

Rio y asintió.

—Sí, tu.

Fruncí el ceño.

—Eh...no, no estoy saliendo con nadie. ¿Por qué me lo preguntas?

Su pregunta me había descolocado. Había salido de la nada. Se encogió de hombros y tomó un trago de su agua.

—Porque tenías esa mirada típica de cuando alguien piensa en una persona en particular...

Mis mejillas se volvieron rojas. Jamás admitiría en lo que en realidad estaba pensando.

—No...yo solo...Estaba pensando en lo contenta que estoy por haber quedado en la UPG—sonreí tímidamente, y tomé un trago de agua.

Ian sonrió, y sus ojos brillaron.

—Creo que ya te felicité por eso, pero te lo vuelvo a repetir: eres una genio, Ir, estoy muy contento que lo hayas logrado—chocó levemente su hombro contra el mío.

Le di las gracias y seguí comiendo mi hamburguesa de lentejas. Ian pinchó su ensalada, y fruncí el ceño ante eso.

—¿Sabías que aquí hacen las mejores hamburguesas del mundo?—le dije suavemente—. Hamburguesas veganas, quiero decir.

Levantó sus cejas y me miró intrigado.

—¿Eres vegana?—preguntó incrédulo.

Asentí con la cabeza, y se apoyó contra el respaldo de su silla, al tiempo que reía entre dientes y se mordía el labio. No me dijo nada más, pero me pareció ver un destello de sorpresa mezclada con desconfianza en sus ojos. Lo cual era muy extraño.

Cuando la tarde cayó y todos habíamos terminado de comer, me dirigí a mi casa, muy contenta con la tarde que habíamos pasado.

Ya era de noche y me encontraba mirando las pegatinas de mi techo en forma de estrella. Brillaban en la oscuridad y daban una luz peculiar a mi habitación. Ver ese brillo que emanaban me dio ganas de ver las estrellas de verdad, así que me levanté de la cama y me dirigí a la ventana. Agradecía vivir en el pequeño pueblo de Mine Concect, en ocasiones como esta, porque podía ver la infinidad de estrellas que había, no como en las grandes ciudades que se veían dos como mucho debido a la contaminación lumínica.

Suspiré y apoyé mi cabeza contra la ventana. Allí, arriba, en el medio de todo, estaba la estrella que siempre titilaba, dorada. Sonreí al verla.

Era raro, porque cada vez que se la quería mostrar a alguien, simplemente desaparecía, pero algo me decía que en realidad nunca dejaba su lugar.

—Hola, estrella—dije en voz alta, y reí porque me sentí un poco ridícula.—Creo que conozco tu secreto.

La estrella, como si me hubiese escuchado, expandió su luz, convirtiéndose en una esfera dorada gigante. A los pocos segundos, volvió a la normalidad, dejándome con el corazón desbocado y la loca idea de que me podía comunicar con una estrella.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora