Capítulo 15: ¿estoy loca?

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Luego de agradecerle a Horus un millón de veces por el helado y de que me acompañara a mi casa, Emma y Trevor vinieron. Nos pusimos a ver una serie en mi cama y al rato nos quedamos dormidos. No les mencioné nada de Horus, y aunque moría de ganas de hacerlo, simplemente...no podía. No sabía por qué. Era como que mi instinto y cerebro me manejaran a su gusto, decidiendo que no iba a hablar de él bajo ninguna circunstancia. Cada vez que abría la boca para hacerlo, un montón de pensamientos de duda me llenaban la cabeza y el cuerpo, y no podía seguir adelante. Era agotador, así que dejé de intentarlo. Además, no había mucho para contar.

La alarma llenó mis sueños y me estiré para apagarla. Pero mi mano se encontró con otra cosa. No entendía lo que era, así que apreté más fuerte y traté de encontrarle alguna forma...

― ¡Iris! ¡Me estás apretando las bolas! ―gritó Trevor con voz ronca debido a que recién se despertaba.

Abrí los ojos como platos y enseguida retiré la mano. Me paré bruscamente de la cama y miré mi mano con asco.

―¡Oh, por dios, que asco!

―Cállate que seguro te encantó...

― ¡Que alguien apague la maldita alarma! ―gritó Emma asustándonos a los dos.

Cierto. La alarma.

La busqué por todos lados, pero no la encontraba. Luego de tirarme al piso y buscar debajo de la cama, la encontré y apagué. Todos nos relajamos al instante.

Después de dar mil vueltas para prepararnos, nos encontrábamos en el instituto, en clase de matemática, con Emma roncando al lado mío y el profesor dando fórmulas que no las entendía ni por casualidad. Esta era la única asignatura en la que realmente me iba mal porque no entendía nada. Si no fuera por Trevor, que era un genio, no me encontraría en último año.

Cinco explicaciones más y dos suspiros míos, la clase finalizó. Moví a Emma para que se despertara, y cuando lo hizo, tardó un poco en acostumbrarse, como siempre.

—Clase de matemáticas. Es martes. Acaba de terminar—dije a modo de resumen mientras guardaba mis cosas en la mochila.

Ella se desperezó y miró al salón, ya medio vacío. La gente no quería permanecer dentro más tiempo del necesario.

—Que rápido se pasó—dijo mientras largaba su último bostezo y se ponía la mochila. No debió guardar nada porque no la había ni abierto.

Reí y fuimos a Venus, a la parte techada porque llovía a cántaros, para hacer tiempo hasta la próxima clase, y para nuestra sorpresa, Trevor no se encontraba allí. Cuando saqué mi almuerzo, que consistía en una tarta que había dejado mi madre en la nevera, lo llamé al celular. No atendió, sino que me mandó un mensaje que decía:

En camino.

—Qué raro—dijo Emma, mientras miraba a un pájaro que se posaba en la esquina de la mesa.

Me encogí de hombros y seguí comiendo.

A los pocos minutos llegó Trevor. Tenía el pelo despeinado y la mochila media abierta. Cuando se sentó, agitado, noté que tenía la remera al revés.

Levanté mis cejas y lo miré, expectante.

Él sonrió.

—Buenos días, hermosura.—dijo y se rascó la nuca.

Emma debió notar lo mismo que yo, porque soltó una exclamación y preguntó:

—¿Qué ocultas, Trevor Liverhope?—. Entornó los ojos y lo miró fijamente.

Trevor se miró la remera, siguiendo la vista de Emma, y maldijo.

–¿Qué te oculto? Bueno, hace unos segundos me tiré un gas, pero...

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