Capítulo 3: tropezones sin caídas

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―Iris...

―Tierra llamando a Iris...

Sacudí la cabeza y levanté la vista. Trevor y Emma me estaban mirando como si me hubiese salido un grano en el medio de la pupila del ojo.

― ¿Qué?

Se miraron entre ellos. Serios.

―Chicos...—volví a hablar, un poco preocupada por la forma en la que me miraban― ¿Me pueden decir qué...?

Trevor me interrumpió:

―Te acabamos de preguntar si quieres ir mañana a la noche a MineRest y no moviste ni un pelo. ¿Te sientes bien?

MineRest era mi restaurante preferido. Quedaba en el centro de la ciudad, aunque «centro» era una manera generosa de decirle. En realidad, consistía de ocho cuadras que eran largas, pero no tanto. La verdad era que ni escuché cuando lo nombraron porque me encontraba pensando en otra cosa.

En una persona, mejor dicho.

Horus.

No me lo podía sacar de la cabeza y no sabía el porqué. El incidente de la botella había sucedido ayer, pero parecía que había pasado mucho más tiempo.

― ¡Hey! ¡De nuevo sucedió! Te quedas tildada mirando a un punto muerto, ¿se puede saber qué demonios te pasa? ―Preguntó Emma llevando una mano a su cintura.

Fruncí mi nariz.

―Lo siento, es que estaba pensando qué papas pedirme, ¿las simples o las que son a la provenzal? ―respondí, en un intento de desviar la atención.

Trevor entornó los ojos.

―Definitivamente las de provenzal. Son exquisi...

―Trevor, cállate. ¿No te das cuenta que nos intenta distraer?– lo interrumpió Emma.

Cerré los ojos, me acosté en el césped e intenté pensar en una excusa.

―Es que...bueno...acaban de pasar unos chicos y no fueron para nada disimulados al mirarme―suspiré―. Estaba pensando en cómo sería ser normal.

Silencio.

No era una total mentira. Eso realmente había pasado, pero no me había puesto tan mal. Me dolió, como siempre, pero Horus seguía invadiéndome la cabeza y no me dejaba concentrarme en nada más que en el hecho de que alguien así pudiera estar en mi pueblo.

A Trevor le comenté lo de Horus viniendo para Venus, el nombre que le pusimos a la parte de atrás del Instituto, en donde había césped, mesas y bancos. Estaba tan alejado de la zona del edificio principal que parecía otro mundo.

Cuando se lo conté, se sorprendió. Él tampoco conocía a nadie con esas características y con ese nombre, y cuando comparé el nombre con la mitología egipcia, su respuesta fue bastante rara:

―Bah, pura coincidencia. O tal vez no...―. Había dicho y un rayito de esperanza apareció en mi interior, pensando que él quizás podía creer lo mismo que yo sobre Horus, pero se destruyó al instante: ―si mi hija sale con rizos, probablemente le pondría Medusa.

Nunca más hablamos del tema, me rendí.

La voz de Emma me devolvió al presente:

―Ir...eres exótica. Hay muchas personas que no lo son. Con mis ojos mieles y mi pelo negro soy la cosa más común del mundo.

Suspiré. Emma siempre trataba de levantarme el ánimo, pero la verdad es que a este punto ya nada servía. Le sonreí a su respuesta, diciéndole que en realidad, ella no tiene nada que envidiar, y seguimos contemplando el cielo. El sol estaba dando muy fuerte y ya sentía mi piel caliente. Lo que me hizo acordar a que Horus me vio siendo un géiser en persona. Ese día casi que me salía humo del cuerpo debido al calor y al sudor. Faltaba que me tirara un gas delante de él y listo. Me imaginé la escena y empecé a reírme sola. Emma me miraba con una sonrisa ladeada y Trevor reía a mi par. No paré de reírme hasta como diez minutos después, en donde me habían salido lágrimas en los ojos.


Luego de tener las asignaturas que nos tocaban, nos volvimos a nuestras casas. Emma tenía que ir a su clase de poesía, así que me volví caminando. Estaba tranquila, mirando las copas de los árboles que estaban relucientes por ser verano, cuando tropecé y vi cómo el piso venía hacia mi cara.

Pero el impacto nunca llegó.

Levanté la vista y se me cortó la respiración. Horus me estaba sosteniendo por los brazos, impidiendo que me cayera. Sus ojos estaban aún más mágicos que ayer.

―Tenemos que dejar de cruzarnos cuando hago algo torpe, no quiero que pienses que soy un desastre...―dije con voz aguda.

Retrocedí dos pasos y al instante me arrepentí. Se sentía bien su tacto.

Sonrió.

―Es verdad, Iris, es verdad.

Fruncí el ceño y miré detrás mío, pensando tontamente que alguien había gritado mi nombre y él lo había escuchado.

― ¿Cómo sabes mi...?―comencé a decir, con el corazón latiéndome a mil, pero cuando volví la vista al frente, ya había desaparecido.

De lo que estaba segura, era que yo no le había dicho mi nombre.

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¿Cómo estan? 

¿Dsifrutaron del capitulo? 

¿Quién más quiere una amiga como Emma? jajaja creo que todos la necesitamos en nuestra vida.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora