II

6 0 0
                                    

Una hora después...

Fuimos a caminar por el barrio con un grupo de chicos de la fiesta. ¿Por qué salimos? Bueno, supuestamente el cumpleañero quería fumar y sus familiares que estaban adentro de la casa no sabían que el chico fumaba.

Entonces, salió con la excusa de que íbamos a comprar. Estábamos hablando con Zhara de cosas casuales y de repente lo vi a mi mejor amigo prender un cigarrillo, no era de los que yo había visto, era diferente. Me preocupé.

— Dan, ¿qué hacés? —le pregunté confundida.

— ¿Qué? —él giró un poco la cabeza para mirarme. El humo saliendo de su boca.

— ¿Es lo que yo creo que es? —fruncí el ceño. Mi inocencia era evidente.

— No te entiendo. —soltó sin preocuparse demasiado. La rabia comenzó a brotar dentro de mí. Él volvió a llevar el cigarrillo a su boca y fue que no supe disimular lo mucho que eso me decepcionaba.

— ¡Adelante mío, no vas a hacer cualquier cosa! —grité golpeando su mano para que soltara esa porquería. La misma cayó al suelo y lo miré a los ojos. La furia a través de mi tono elevado. Los demás chicos se giraron hacia nosotros.

— ¡NO! ¡Mía! ¿Te volviste loca? ¿Sabés lo que cuesta eso? —dijo con voz culpable.

— ¡No me importa! El que parece que se volvió loco sos vos. No voy a permitir que te arruines la vida con esta mierda. Te creí más inteligente, ¿Sabés? —todos volvieron a caminar.

Yo lo empujé y continué caminando detrás de los chicos. Ellos estaban fumando también. Él me siguió, ignorando por completo a su novia a su izquierda, era como si ella no estuviera ahí.

— ¡Mía! ¡Mía, esperá! —gritó desde atrás. Su voz sonaba agitada. Pude saber que estaba corriendo— Perdoname. Juro que nunca más lo voy a hacer.

— No te creo. Dejame en paz. Me quiero ir. Llevame a mi casa. —exigí con cansancio.

— Mía, por favor. —insistió.

— ¿No escuchás? Te acabo de decir que me quiero ir. Pensé que eras diferente —mi enojo se volvió evidente.

— Está bien. —soltó resignado.

~~~

Horas más tarde...

— Mía... —él se acercó al rincón donde yo estaba sentada con un vaso de Gancia con Sprite— ¿Me perdonás? Te prometo que no voy a hacerlo nunca más. —la culpa en sus ojos por alguna razón me hizo cambiar a una postura firme y expresión fría.

— Todo está bien. No pasó nada. En serio. —mi tono de voz era determinante, sin emoción.

— Mía... —él dio un paso hacia atrás haciendo un gesto con su mano derecha para que me acercara— Vení —negué con la cabeza. Volvió a acercarse— ¿Podés dejar ese vaso de mierda? —su voz reflejaba molestia— Es importante lo que te quiero decir. —me agarró del brazo bruscamente, haciéndome poner de pie.

— ¡Aw! —exclamé ante el movimiento inesperado. Dejó mi vaso sobre el banco donde estaba sentada— ¡¿Qué te pasa?! ¿Estás borracho? —dije con molestia acomodando un mechón de pelo detrás de mi oreja.

— Tengo que decirte la verdad. —anunció con una seriedad extraña en él.

— ¿Qué verdad? —junté mis cejas en confusión.

— Mía, yo... —silencio— Yo soy un drogadicto desde que tenía 14 años. —me quedé completamente confundida. Realmente no lograba entender lo que estaba diciendo. Sus palabras no tenían ninguna coherencia en mi mente. Tardé algún tiempo en reaccionar. No esperaba que justo él me confesara una cosa así— No te lo dije antes porque quería que me conocieras y que no me juzgaras por lo que soy como lo hace todo el mundo. Quería demostrarte que soy diferente.

— ¿Qué dijiste? —pronuncié sin estar pensando exactamente en decir precisamente eso. Fue una respuesta automática. Yo estaba completamente en shock.

— Mía... Mía, ¿Te... sentís bien? —la expresión de su rostro reflejaba preocupación. Me sostuvo los hombros con suavidad— Mía, ¿Estás bien? —comenzó a desesperarse ante mi estado completamente extraño— Míaa —me sacudió un poco devolviéndome a la realidad— Contestame. —pestañeé un par de veces— Hey.

— No... Yo no... Yo no puedo creer esto. —intenté formular una frase coherente— la única persona en la que confiaba... el único al que le confié todo... —una lágrima rodó por mi mejilla.

— Vení, mejor vamos a sentarnos. —me agarró de la mano.

— No. Yo estoy bien acá. —hablé determinante soltándome de su agarre.

— Mía, perdoname. Te pido por favor que me perdones. —se inclinó ligeramente hacia mí. Yo di un paso atrás.

— ¿Que te perdone? Me mentiste. —lo volví a mirar— Todo este tiempo me mentiste, me ocultaste la verdad. —lo culpé obviamente y con toda la razón— Preferiste ocultar quién sos en realidad. Yo confiaba en vos y lo iba a entender. —me arranqué las lágrimas impotente, decepcionada— Era más simple mentirme, ¿no? —conteniendo el nudo que raspaba mi garganta como un alambre de púas— Siempre me hablaste de la mentira, de que no fuera cobarde, ¡¿Y ahora me hacés esto?! —levanté la voz a través de la música— ¿Y ahora? ¿En quién voy a confiar? Si no confío en vos... ¿En quién? Decime. —rompí en llanto. Intentó abrazarme, pero lo empujé.

— Solo lo hice por miedo a que me juzgaras- —trató de justificarse.

— ¡¿Alguna vez te juzgué?! —interrogué interrumpiéndole— Decime. ¡¿Alguna vez te juzgué por tu enfermedad?! —presioné.

— No. Jamás lo hiciste. —bajó la cabeza con culpa.

— ¿Y entonces?

— Pero esto es distinto. Me ibas a ver de otra manera. Me ibas a tratar diferente —tragó saliva.

— Vos sabías que yo no te iba a juzgar. ¡Lo sabías! —mi voz nuevamente se quebró. Él de nuevo se acercó para abrazarme— ¡No! ¡Salí, no me toques! —grité histérica entre sollozos.

— Mía, estás temblando. Calmate. Te va a hacer mal. —de nuevo se acercó.

— ¡No! ¡Andate! ¡Sos un mentiroso! ¡Un traidor! ¡Un imbécil! —exclamé nerviosa.

— Mía, basta. Estás muy mal. Necesitás tranquilizarte. —su tono se volvió un poco más bajo.

— ¡¿Yo estoy mal?! ¡Yo estoy mejor que nunca! —mentí descaradamente.

— Decime todo lo que quieras. Puteame, pegame si querés, lo que sea. Me lo merezco. Pero no quiero que estés así. —su actitud sumisa me generaba más enojo.

— ¡Sos un idiota! ¡Mentiroso! —lo insulté sin importar quién me estuviera escuchando. Comencé a golpearlo con mis puños.

— Mía, no seas chiquilina. —soltó con cansancio mientras se escudaba.

— ¡¿Chiquilina me decís?! —repliqué. Golpeándolo más fuerte.

— Por favor. Tranquilizate un poco. Con todo lo que tomaste te podés desmayar. —advirtió.

— ¡¿Ahora te hacés el preocupado?! —mi tono sarcástico se hizo presente.

— Basta. Te va a pasar algo y vamos a terminar todos con vos en el hospital. Calmate. —por enésima vez se movió hacia mí, pero esta vez no se echó para atrás.

— ¡NO! ¡No me toques, te dije! —grité tratando de alejarlo con empujones, que por cierto, no lo movían ni un poco. Yo era demasiado frágil. Él agarró mis muñecas con fuerza obligándome a mirarlo. De repente, alguien bajó la música.

— Mía... —susurró mirándome a los ojos— Mirame. Soy yo. Dante. Violeta. El de siempre. —intentó convencerme de que nada había cambiado más allá de esa confesión— ¿Me ves? Soy yo.

— ¿Por qué lo hiciste? —susurré. La decepción plasmada en mi rostro.

~~~

Dramas ParalelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora