Una tarde como cualquiera

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Sábado, 19 de agosto.

Dante.

Estábamos sentados en la cocina de mi casa charlando con mi madre. Luego se fue y nos dejó solos...

— Zhara volvió al barrio. Creo que se separó del marido. —dije, preocupado.

— ¿Qué? ¿Cómo que volvió? —juntó sus cejas en confusión.

— Sí. Volvió. Para hacerme la vida insoportable. —solté con rabia.

— ¿Cómo te enteraste? ¿La volviste a ver? —ahora era ella la que estaba preocupada. Ambos sabíamos lo que esto significaba.

— En el barrio se sabe todo, los rumores corren en poco tiempo. —expliqué, inquieto.

— ¿Sabrá algo de nosotros? —su desconfianza era evidente.

— Supongo que no... no hay manera de que lo sepa. —hablé convencido.

— ¿Por qué volvió justo ahora entonces? Tal vez su tía nos vio... —comenzó a alterarse.

— Tal vez fue el estúpido de Felipe. Era el único que lo sabía. Por supuesto que no estaba muy tranquilo que digamos. —prendí un cigarrillo.

— Necesitamos pensar en algo... ¿tenés alguna idea? —se levantó de su asiento para mirar por la ventana.

— Dejame pensar... —solté un poco del humo dentro de mi boca. La seguí con la mirada.

— Felipe ni siquiera sabe que ella existe. —la noté confundida.

— Estás equivocada. Sí que sabe. ¿O te olvidás de que le confiabas todo? —le recordé volviendo a llevar el cigarrillo a mi boca.

— No recuerdo haberle hablado de ella... además... ¿por qué lo haría? —habló pensativa fijando la mirada en los árboles.

— ¿En serio lo preguntás? ¿Acaso no es obvio? A mí nunca me soportó. Él se dio cuenta de lo que yo siento por vos y quiere vengarse.

— ¡Moro! —dijo de repente y se giró rápido para mirarme asustada.

— ¿Que?

— Que viene Moro. Yo tengo que irme. —agarró su saco para marcharse, pero yo me puse de pie bloqueando su paso.

— No. Vos tranquila. Actuá como siempre. —le ordené.

— No es idiota. Se va a dar cuenta de que hay algo fuera de lo normal... —dijo con nerviosismo.

— Shhh... vos... confiá en mí. Haceme caso y todo va a estar bien, ¿si? —le aconsejé caminando hacia la puerta.

— Sí. —suspiró tratando de calmarse.

— ¡Hey! —lo saludé cuando abrí la puerta.

— ¿Todo bien? —mi amigo respondió casualmente— Ew, Maqui dice que cuando puedas vayas para casa. Creo que es por algo de Zhara.

— ¿Zhara? —solté confundido.

— ¿Maqui se habla con Zhara? —Mía apareció de golpe desde atrás de la puerta. Moro se quedó perplejo.

— Mía, no sabía que frecuentabas el barrio otra vez. —él dio un paso apartándome y le dio un abrazo amistoso— Estabas desaparecida. —se separaron— Seguro andabas de novia.

— Otro que adivina —solté una risa— ¿Viste? Se acuerda de nosotros cuando está mal de amores y luego vuelve a esfumarse en el aire. —ella me asesinó con la mirada y me golpeó con el codo— ¡Aw! —Moro se rió.

— Bueno, después... ya sabés. Nos vemos Mía —Moro se giró y se fue.

— Nos vemos. —ella saludó.

— Más tarde voy. —avisé cerrando la puerta.

De repente empecé a ver que ella comenzó a ponerse cada vez más pálida. Me detuve un momento para mirarla con atención. Se percató y entonces...

— Dan... —dijo abrazándose a sí misma— Hace frío, ¿podrías cerrar la ventana? —el sol de la media tarde traspasaba el cristal, haciendo ver sus ojos miel un poco verdosos, aclarando sus arqueadas pestañas anaranjadas. Le obedecí.

— Mía... ¿te sentís... bien? Estás muy pálida —realmente me preocupé, sabía que algo le pasaba. Ella asintió forzando una sonrisa.

— No me mires así, no pasa nada, en serio. —habló tratando de disimular el temblor de sus labios.

— Voy al baño y vuelvo.

— Okay.

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Pocos minutos después, cuando volví ella estaba con los brazos sobre la mesa y la cabeza apoyada en ellos. Instintivamente, giró la cara hacia mí. Me acerqué despacio y fruncí el ceño.

— A ver... —me arrodillé en el suelo para ponerme a la altura de su silla. Con cuidado puse mi mano en su frente— ¡Mía, estás volando de fiebre! —expresé en un sobresalto.

— ¿Que? —dijo con incredulidad, sintiéndose frágil. Sus párpados estaban un poco caídos.

— Que tenés fiebre. —repetí pensativo. Ella murmuró, pero no llegué a entender— Emm... Ya sé. ¿Podés esperarme un segundo que voy a buscar algo para que tomes? Vuelvo enseguida.

— No. No es para tanto, de verdad. no exageres. —dijo con voz apagada.

— Mía, estás muy fría. Ya vuelvo. Esperame, no puedo dejarte así.

— No... —volvió a apoyar la cabeza encima de sus brazos. Corrí a la casa de mi abuela que quedaba cerca.

~~~

Cinco minutos después...

— Mía, te traje esto. Espero que lo tomes, porque sino... —informé mientras cerraba la puerta. Cuando me di la vuelta, ella estaba con un brazo estirado sobre la mesa. Su piel se veía tan blanca como la de un muerto y sus labios morados.

Dejé las cosas en la mesa y corrí hacia ella— ¡Mía! —con cuidado la acomodé en su silla, la apoyé contra mi pecho y traté de despertarla con golpecitos en la cara— ¡Mía, contestame! —la sacudí un poco, pero no reaccionaba. Mi voz era suave, aunque sonaba impaciente y cargada de preocupación— ¡Mía! —sostuve su mentón para que abriera los ojos— ¡Mía! —levanté su cuerpo esbelto para llevarla a mi habitación y le coloqué algunas mantas.

¡Mierda! ¿Por qué a ella le pasa esto?

¡¿Por qué justo a ella?!

— Mía... despertate, por favor, mi bella... —rogaba sentado en el borde de la cama, mientras intentaba bajarle la fiebre con paños húmedos en la frente— No imaginás el miedo que tengo. No quiero perderte. —tragué el nudo en la garganta, acariciando su mejilla— Si a vos te pasa algo yo me muero...

Me quedé a su lado acariciando su pelo mientras la miraba descansar. Noté que aún dormida seguía siendo igual de hermosa que estando despierta. Sus perfectas cejas rojizas apenas se arqueaban hacia abajo, sus mejillas tenían algunos pequeños lunares, sus labios rosados y delicados estaban en una línea recta.

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— Hace mucho frío... —murmuró temblando. Lentamente, abrió los ojos— ¿Dónde...? —miró a nuestro alrededor confundida— ¿Qué hago acá?

— ¿Estás mejor? —pregunté.

— ¡Ay! —colocó una mano en su cuello.

— No, no hagas esfuerzo. —coloqué mi mano sobre la suya.

— Me duele la cabeza... —cerró los ojos— ¿Qué pasó? —los abrió de nuevo.

— Hace un rato te desmayaste... pero ya pasó. Todavía tenés un poco de fiebre, estás transpirando... —hice una pausa— Un poco agitada... pero estoy acá y no te va a pasar nada. —declaré mirándola a los ojos. Ella sonrió un poco a modo de agradecimiento.

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Dramas ParalelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora