Capítulo 9

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Diez hombres a los que habían etiquetado como psicópatas incompletos nos resistíamos a la autoridad al mando. La figura que encumbraba la zona frontal de la sala repasaba al nuevo y peculiar equipo de novatos que le había tocado adiestrar. Si en algún momento se nos pasó por la cabeza que aquel que nos recibiría con los brazos abiertos sería el abogado de sonrisa afable y aspecto risueño que ostentaba el puesto directivo, íbamos muy desencaminados. 

Los pliegues que fraguaban la fisionomía de nuestro carcelero perfilaban laderas inclinadas en torno a unos labios finos y agrietados, mientras que unas pendientes escabrosas plegaban horizontes por su frente. Los ojos, pequeños y de un azul marino insondable, no se movían. Nos estudiaban desde aquella inercia aparente. Las manos unidas a la espalda ensanchaban un pectoral cuadrado y vigoroso. Sus hombros, fuertes, de apariencia pedregosa, entallaban una chaqueta con el emblema del FBI.

Nos constaba que era un alto rango en la organización, y por su estatus y merecimiento le había sido otorgado el grandísimo decoro de adiestrar y aleccionar a una cuadrilla de monstruos. 

—Si están aquí —su voz, ligeramente áspera, inundó la habitación— es porque nos son beneficiosos. De los veinticinco candidatos que han franqueado estas puertas, solo ustedes diez tienen el privilegio de decir que el FBI será su nuevo hogar.

¿Veinticinco? Ninguno nos atrevimos a preguntar qué demonios había ocurrido con los quince sobrantes, pero el agente lo percibió en nuestras caras. 

—A los que no desean cooperar o no superan el estándar establecido —incidió en los compañeros perdidos— les depara un destino mucho peor. Aquí les instruiremos, les haremos hombres leales y serviles, con un propósito en la vida que no avergüence a nuestro país. ¿Pueden morir? —El agente deambuló entre las dos secciones de asientos—. Posiblemente. Pero les estamos ofreciendo una redención. Durante seis meses acatarán nuestras órdenes, comerán de nuestra comida, estudiarán y se ejercitarán como los verdaderos agentes del FBI que honran Estados Unidos. Pero...

Hizo un inciso con el que arrastró su mirada por cada uno de nosotros.

—... Pero no se mezclarán con los valerosos hombres y mujeres que tienen el placer de pisar estas instalaciones. Ustedes diez formarán un grupo aparte. Estarán destinados a una sección del edificio donde no tendrán que entablar diálogo con nadie, salvo con los encargados de su vigilancia. Deberán obedecer sus instrucciones.

Retomó el camino de vuelta a la zona frontal de la sala cuando una pregunta detuvo sus pasos. Uno de los compañeros de aquel animado grupo forzoso planteó la cuestión que a todos nos había rondado durante el discurso. Mejor habría estado tragándose sus palabras, porque los ojos de aquel agente parecían capaces de engullirlo.

—¿Y qué será de nosotros después de esos seis meses? —inquirió.

El agente tornó hacia él con una lentitud que helaba la sangre. Los nueve seguimos su recorrido. Estoy seguro de que a todos nos latía el corazón a la misma velocidad, como si estuviéramos a punto de ser testigos de una pelea amañada desde el principio.

—¿Cómo se llama?

Nuestro compañero alzó la cabeza.

—David.

El agente asintió.

—David... ¿le he dado permiso para hablar?

—No —contestó—. Pero...

Una espiración jocosa emergió de boca del agente. Se irguió y nos ojeó.

—Aquí comienza la primera de las lecciones que deberán tatuarse en el cerebro.

A una velocidad extraordinaria, extrajo la pistola de la funda escondida entre el pantalón y la chaqueta, la giró sobre su mano y la encauzó del cañón. El golpe de la culata contra la sien de David no desbarató la dureza de sus facciones. Al contrario que el agente, el compañero con don de gentes expulsó un alarido y cayó de rodillas al suelo. La sangre brotaba en abundancia.

El agente se enfundó la pistola y reinició la marcha.

—Hablen cuando no se lo autoricemos y sufrirán las mismas consecuencias que David. No obedezcan nuestras órdenes y sufrirán las mismas consecuencias que David. Reten nuestra forma de proceder y lo que les suceda será peor que a David. ¿Queda claro? Sus perfiles forman parte ahora de una sección de la BAU-2. Disculpen —ladeó unos labios llenos de estrías—, imagino que no tendrán ni idea de lo que significan esas siglas. Unidad de Análisis de Comportamiento. Sus perfiles han quedado registrados en ese departamento. Sabemos lo que han hecho, y también lo que son capaces de hacer. Muevan un solo dedo, y un agente se encargará de que no vuelvan a masturbarse en su maldita vida.

Ninguno dijimos nada. No teníamos especial inclinación por recibir un golpe que nos dejara semiinconscientes. Sin poder evitarlo, nuestros ojos vagaban de vez en cuando hacia David, cuyo cuerpo temblaba a causa de la adrenalina. En otras circunstancias, imagino que se habría abalanzado contra el agente sin pensárselo dos veces. Y también me figuro que dos preciosos agujeros de bala decorarían su pecho. Lo más inteligente era sentarse, como acabó haciendo, y mitigar el dolor a base de apretar los dientes.

—Cada uno de ustedes tendrá un agente especial encargado de su instrucción. O guardaespaldas, llámenlo como quieran. Ellos se harán cargo de su evaluación y nos informarán de sus avances en estos meses. Como David ha preguntado, ¿qué les ocurrirá después? —Nos echó un vistazo con el ceño fruncido—: Sencillo, serán designados a una rama específica del FBI. Allí los utilizarán como a ellos les convenga. Sí, han oído bien. Utilizados. No están aquí para hacer amigos ni para ascender puestos. Están aquí para servir, y servir, dadas sus circunstancias particulares, significa que harán todo lo que se les pida. Si se les requiere como agentes dobles en alguna organización, lo harán. Si se les pide que persigan a un objetivo hasta la boca del lobo, lo harán. Si se les ordena que mueran —sonrió—, lo harán. Lo que les espera fuera de estas cuatro paredes es dignidad. Una manera de limpiar esas mentes sucias y denigrantes que tienen y de aportar algo a la sociedad que no sea la mierda que tenían entre manos antes de que les echáramos el guante.

El agente transitó hasta la puerta. Se giró de medio lado con el orgullo haciendo estragos en la piel colgante de su rostro.

—Bienvenidos al FBI.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now