Capítulo 43

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No dormimos. En los breves lapsos en los que nos desplomamos del agotamiento, la calidez de nuestros cuerpos abrazados nos llevaba a caer de nuevo el uno en el otro.

Abrí los ojos a las doce de la mañana. Tenía una llamada entrante de mi jefe de Wild de las quince de Anderson que había ignorado. Supuse que quería encargarme una sesión fotográfica en la ciudad. Comprobé que el sonido del teléfono no había despertado a Ava. Las sábanas la cubrían hasta la cintura. Me forcé a dejar de mirarla y cogí la llamada.

La conversación no duró más de cinco minutos. Cuando regresé al dormitorio, Ava estaba sentada en el colchón con la vista puesta en las imágenes de la réflex.

—Nunca pensé que diría esto de mí, pero son preciosas. Las fotos —aclaró—. Tienes un don extraordinario.

Comencé a vestirme. La rara expresión que compuso me instó a hacer memoria de lo que alojaba la cámara milésimas antes de que verbalizara su descubrimiento:

—Tus fotos en el espejo son...

Se la arrebaté con brusquedad sin pararme a pensar en lo que estaba haciendo.

—Perdona —dijo cubriéndose ligeramente con la sábana—. No sabía que era una sesión privada.

Evité responder.

—Eres capaz de despertar todo tipo de sentimientos con solo un clic, Oliver —añadió—. Es fascinante. En tus autorretratos he podido sentir tensión, dolor. Sobre todo, tristeza. Pero también amor.

Destilé un desaborido sarcasmo con una risa floja.

—¿A ti no te lo parece?

—A mí me parece de todo menos bonito.

—Hay algo en ti que no quieres confrontar, ¿no es cierto? —intuyó—. Lo que tanto escondes te asusta hasta a ti mismo. Sé honesto con la mujer con la que acabas de hacer el amor toda la noche.

—¿Hacer el amor? —inquirí—. Pensaba que habíamos follado.

—Yo no me acuesto con el primer hombre que se me cruza delante —rechazó mi parecer—. Debo sentir algo más que deseo o atracción para alcanzar ese nivel de intimidad. Curiosidad, o llamémoslo una conexión. Sí, una conexión. Si siento algo por la persona con la que me acuesto, no lo llamo follar. No hasta que no hemos establecido una especie de compromiso y ambos nos sentimos a gusto. Entonces me da igual follar por el mero hecho de pasar un buen rato. Pero a lo que hemos hecho yo lo llamo hacer el amor.

Chisté.

—Tienes que protegerte de mí, Ava. Lo hemos pasado bien, no lo niego. He disfrutado de esta noche como el que más, y me encantaría volver a repetir todas las veces que...

—¿Todas? —pilló al vuelo mi desliz.

—... Pero esto no puede funcionar —concluí—. Lo que creas que hay entre nosotros está destinado al fracaso.

—¿Crees que una conexión inmediata más allá de lo físico no es posible? —Salió de la cama y se puso la camisa. No la abrochó. Sus pechos quedaron semiocultos por la tela—. ¿O es que piensas que ha sido la versión de ti que le has vendido al mundo lo que me ha interesado? —rebatió—. Hay vínculos que trascienden las medias verdades, Oliver. Yo no me he sentido atraída por lo que tú me hayas contado o por simples apariencias, sino por algo en ti que no puedo explicar. Quizá me tomes por tonta o por loca —planteó mientras se acercaba—, pero yo no percibo esa maldad a la que aludes todo el tiempo.

Uno de los talentos de Ava era el de robarme el aliento, la capacidad de hablar. 

Tomó la cámara de mis manos y se enganchó a mi brazo. Apuntó el objetivo a nuestras caras.

—Aleja eso —dije apartándolo de un manotazo.

—Quiero que veas una cosa.

Seguí reacio. No quería fotos que mostraran el rostro con el que convivía todos los días. Solo yo sabía la farsa que había montado esa careta.

—Por favor —insistió—. Hazlo por mí. Ven.

Se ciñó a mi costado y extendió el brazo. Torcí la cabeza hacia ella justo cuando apretaba el botón. Ava dio la vuelta a la cámara. En la pantalla aparecía sonriendo. Yo la miraba a ella. Sin avisar, me besó en la mejilla al tiempo que lo accionaba otra vez. En aquella segunda instantánea, sinrazón, mi media cara trazaba lo que aparentaba ser felicidad.

¿Y si Ava era la solución que había estado buscando? El toque de sus labios en mi piel bastaba para aplacar la opresión contra la que batallaba diariamente. Quitaba el seguro a la inhibición biológica, descubría el código de acceso y liberaba una gama de sensaciones inexploradas.

Eso hacía que me preguntara: ¿quién demonios era esa mujer y que había hecho conmigo?

—¿Quieres quedarte? —me vi a mí mismo renunciando a mi palabra.

—¿De verdad quieres que lo haga?

—Te debo un café, ¿recuerdas? Y tenemos que hablar de esto. Además de hacer el amor —provoqué una silenciosa risa en Ava—. Pero, ante todo, tenemos que hablar.

Me besó en los labios.

—No tardes.

El asesino de personalidadesWo Geschichten leben. Entdecke jetzt