Capítulo 53

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La teoría expuesta por la agente Turner en la primera de las reuniones informativas era errónea. Quizá AP necesitara en un principio sentirse dueño y señor exclusivo de las personas a las que había elegido matar. Un éxtasis propio que se aunaba a la energía robada de sus víctimas.

 Aquella hipótesis se hacía añicos si retrocedía meses atrás, al comienzo de todo.

La grabación del asesinato que había escuchado durante la prueba de aptitud rebatía la premisa de que los asesinos seriales prefieren la soledad. Aquellos dos monstruos se relamían contemplando cómo su compañero se ensañaba con un cuerpo sobre el que creía tener derecho. Compartían su sadismo, intercambiaban papeles en el infierno de sus víctimas.

Hay una larga lista de psicópatas y asesinos que trabajan por y para ellos, evidentemente. Pero en sus perfiles psicopatológicos, en determinados casos, hay algo a destacar: un ánimo depresivo flota en aquellas cabezas hechas para hacer el mal. No tienen quienes les comprendan, con quienes abrirse sobre sus experiencias sin ser juzgados. Alguien como ellos que valide su mentalidad retorcida. Y eso es un hándicap muy peligroso; tarde o temprano, la necesidad de expresar la motivación que los mantiene vivos los lleva a exponerse más de la cuenta. Y a cometer un error.

Pero cuando la pasión es compartida... El sentimiento de soledad desaparece, la desesperanza ya no pesa tanto. El vínculo, por enfermizo que sea, lo sana todo. Y el placer se vuelve imparable.

Eso era justo lo que me estaba ofreciendo AP. Le había confesado a su neófito particular la pérdida de satisfacción de su afición predilecta. Se había percatado de que necesitaba a otro con sus mismas características para que sus máximas de torturar y aniquilar lo embriagaran de nuevo.

Y quién mejor que yo, hecho a su imagen y semejanza, pese a que me encontrara unos escalones por debajo de su maestría.

—Mátala, Oliver, mata a la mujer que tanto te desea.

Las lágrimas escapaban de ojos de Ava. No estaba segura de si yo sería capaz de hacerle daño. Después de todo, apenas nos conocíamos. Podía haberse acostado con el hombre que más tarde le quitaría la vida. 

Yo me hice la misma pregunta: ¿sería capaz de matarla? ¿Podía aceptar esa oscuridad que sabía que poseía, pero que me negaba a demostrar?

—Tú eres como yo. ¡Vamos! Mátala, hermanito. Juntos seremos invencibles. No te puedes ni imaginar lo que se siente. ¡Pruébalo! Pruébalo y lo entenderás. Completarás esa parte de ti que siempre ha estado vacía. Te sentirás renacer.

Quizá AP estuviera en lo cierto. Quizá la cura para mi inexpresividad emocional fuera esa. Liberar las ataduras mentales, darle a mi demonio interior la pieza que le hacía falta. A lo mejor era el modo de salir de la hondonada en la que vivía desde que tenía uso de razón.

Alcancé la hoja del cuchillo.

El metal reflejó el iris café de Ava. Su expresión me traspasó. Era como estar viendo una fotografía con vida propia. Toda ella era emoción, auténtico terror.

Era la primera vez que el dolor ajeno, pese a que lo había fotografiado inmutable en numerosas ocasiones, me hacía sentir un pellizco en el pecho. Sentía cada latido como un proyectil reventándome el corazón para luego repararse y detonar nuevamente.

La paz que Ava me transmitía se había convertido en un oprimente remordimiento.

Aparté la vista. No podría llevar a cabo lo que se esperaba de mí si la miraba.

Empuñé el cuchillo.

La oí agonizar en la mordaza.

—¿Lo notas? —inquirió AP exaltado—. ¡Mírala! —Tiró de los hombros de Ava hacia atrás, estirando su pecho para ofrecerme una mejor visual de dónde clavar el cuchillo—. ¿Ves su agitación? ¿Ves las venas de su cuello hinchadas? ¡¿Lo hueles?!

Expulsé el aire de la nariz con tirantez. AP estaba más desquiciado de lo que presuponía.

—Toda ella es energía física, Oliver. Tu amiguita te está concediendo una bienvenida por todo lo alto. ¡Lo entenderás cuando lo hagas! —Sacudió la mano señalando el vientre de Ava—. Hazla estallar de goce, Oliver. Sé considerado y aprecia lo que está haciendo por ti. Se está prestando a ser tu primera víctima. Y el primer asesinato nunca, jamás, se olvida. Siempre la llevarás contigo. Desde hoy, tu unión con ella será más fuerte que lo que creas haber tenido hasta ahora.

—No quiero que sufra más de la cuenta.

Puso los ojos en blanco.

—Eres un novato en esto. Deja que te guie.

—No.

Enfrentamos miradas.

—Si me quieres contigo, estoy dispuesto a acabar con ella. Pero yo elijo cómo.

Dudó unos segundos.

—¡Está bien, está bien! Es tu primera muerte. Le irás tomando el gustillo. Con el tiempo te gustará recrearte en la vida que estás quitando.

Pasé junto a la silla eludiendo mirarla. Sus ojos me perseguían. AP se apartó para ver el espectáculo desde mi misma línea de visión.

Situé la mano en el rostro de Ava. Su piel me trajo instantáneas fugaces de la noche que habíamos pasado juntos, de las sensaciones que había sentido al acariciarla, al recorrerla. Incliné su cuello hacia mí. La posición me confería un ángulo perfecto para seccionar la carótida de un extremo a otro.

Instalé el cuchillo a la altura de la laringe.

—Clávaselo —siseó.

Ni siquiera era consciente de mi respiración, aunque sí de la de Ava. El filo del cuchillo oscilaba en su piel fruto de los movimientos de la glotis al tragar el llanto. En su cuello comenzaba a intuirse una huella rosada.

Cerré los ojos.

Inspiré.   

Con el gorjeo de las palomas correteando por las vigas exteriores del tejado, hundí el cuchillo.

Noté cómo se incrustaba en su interior. El resuello ahogado de un jadeo asustó a las palomas, que alzaron el vuelo. Hice fuerza para que el cuchillo profundizara en la carne.

El goteo de la sangre eclipsó los sonidos del centro comercial.

El asesino de personalidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora