Capítulo 55

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Ava lloraba junto a la baranda de vidrio de las escaleras mecánicas. El temor pintaba una bella expresión en su rostro. Era idéntica a muchas de las caras que había fotografiado, pero en Ava sobrepasaba todo cuanto había sentido antes. Presumo que porque estaba dirigida a mí.

Una vocecilla interior quiso que reinterpretara los hechos que había vivido hasta ahora. Me planteaba una óptica distinta que no estaba preparado para aceptar. Según aquel insufrible diálogo interno, la piedra angular que explicaba el origen de mi emocionalidad inexistente era que nadie había destinado una fracción de su vida a apiadarse de mí, a demostrarme afectivamente que yo le interesaba. Nadie había llorado o reído por mí. Nunca había recibido un abrazado de amor, una palmada compasiva, una sonrisa cariñosa.

Todo había sido oscuridad, obediencia y despreocupación.

Ava era el factor clave que concedía el beneficio de la duda al destino que me habían prefijado desde la tierna infancia. A las dos preguntas que ya me había contestado se añadió una tercera: ¿por quién era capaz de vivir?

AP me agarró del cabello y me estampó la nuca contra el suelo. Perdí la agudeza un segundo. Todo se volvió negro antes de que regresara el color. Debía reaccionar antes de que perdiera la consciencia.

Evalué las alternativas con las que maniobrar para quitarme de encima la cólera de mi hermano pequeño. Sin muchas conmigo, atrapé la muñeca con la que trataba de clavarme la navaja y la doblé mientras soportaba la falta de oxígeno de los dedos que se clavaban en mi tráquea. Los huesos se le desplazaron fuera de su posición. La navaja se escurrió entre sus dedos.

Roté la cadera cuanto pude y hundí un rodillazo lateral en sus costillas flotantes que lo derribó a mi lado. Había hecho un esfuerzo sobrehumano, no me cabía duda. Me volví de cara al suelo. Levantarme se me hacía costoso. Al torcer la cabeza para cerciorarme del estado de AP, vi el charco de sangre sobre el que habíamos estado peleando. Si uno no acababa con el otro, los dos moriríamos desangrados.

Las altas esferas del FBI estarían encantadas.

—¡Oliver, por favor, Oliver!

Al filo de las escaleras, Ava extendía los brazos hacia mí. Rogaba que fuera hacia ella. En la distancia que nos separaba, logré vislumbrar la pistola. Forcé mis músculos todo lo que daban de sí. Arrastrar un cuerpo de ochenta kilos es pedir demasiado. Las malditas laceraciones de las que no paraba de manar sangre estaban complicando eso de moverme hacia la salvación que relucía a unos metros.

Giré la cabeza y escupí la saliva amontonada en la boca. Las heridas teñían la camisa de un intenso color escarlata. Mierda, no tenía buena pinta. Lo que antes era un redondel tolerable ahora abarcaba el ancho de la tela.

Tomé una bocanada de aire que me atravesó la garganta como si me hubiera tragado un enjambre de abejas y volví a impulsarme. Escuchaba la presión de la mandíbula haciendo rechinar las muelas.

Un forzoso jadeo detrás de mí aspiraba adelantarme. Ambos competíamos por ser el primero en coger y disparar el arma. No podía permitirme un segundo puesto. Pero los pulmones me quemaban; podía elucubrar una costilla rota sumada al labio partido que rozaba la dentadura. La cabeza quería estallarme por el impacto contra el suelo de la zona donde ya tenía una lesión. 

Pero para eso me habían entrenado. ¿No era este el tipo de situación que te coronaba en la cima de los intocables? ¿Que te convertía en una especie de Dios?

Si era así, me hubiera gustado tener voto en esa decisión.

La visión se me estaba volviendo borrosa; los escaparates me parecían garabatos que se confundían con el pavimento. La pistola se duplicaba cada vez que enfocaba los ojos en ella. Sabía que en cuestión de segundos terminaría por abandonarme a la sensación y me desmayaría. Sin nadie a quien pedir ayuda, saliera bien o no la misión, mi tumba estaba allí mismo. Cuando encontraran mi cadáver junto al de AP, recibiría un asentimiento de cabeza como único gesto de agradecimiento. Se desharían de mí tan rápido que apenas se acordarían del trabajo encubierto que había llevado a cabo en nombre de la cara oculta de la agencia para que pudieran lavarse las manos. Si, por el contrario, era yo el que recibía una bala en la cara y AP se libraba de un trágico final como el mío... a Anderson le iba a costar más tiempo cazarlo del que yo había malgastado.

El asesino de personalidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora