Capítulo 32

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Robert Simmons residía en uno de los vecindarios más poderosos de Nueva York. Era un sitio tranquilo, con pocos individuos frecuentando la zona, a no ser que de tu muñeca izquierda colgara un Rolex y contaras con un fajo de billetes abultando la cartera. Apariencias y máscaras. Se parecían un poco a mí.

Bajo el aspecto confeccionado con rasgos de varias de mis personalidades, dejé de ser por unos momentos Maiden Pears.

Sin embargo, desde que me había trasladado a aquel distrito de la ciudad me embargaba una sensación de extrañeza. El ambiente estaba infectado por una especie de bruma sensorial. Me sentía vigilado.

Como un individuo del montón, metí las manos en los bolsillos y crucé la calle intercalando la vista de un lado a otro. El punto discordante con el entorno era una furgoneta. En la calle había aparcadas, exactamente, dos. Una pertenecía a la compañía de transportes FedEx. No me preocupaba. La otra, estacionada dos metros adelante, hacía saltar mi radar. No encajaba. Era el peón negro de un tablero repleto de trebejos blancos.

Me introduje en el edificio a la par que el repartidor de FedEx. Le sostuve la puerta para ahorrarle el trabajo de cargar las pesadas cajas debajo del brazo. No me despegué de su lado. Desfilamos junto al portero, al que saludó con una afirmación de la cabeza. Se habían visto en tantas ocasiones que permitía su acceso al edificio sin un interrogatorio sobre sus intenciones. Penetramos en el interior del recibidor sobrepasando las cámaras de seguridad. Estábamos solos.

—¿A qué piso vas? —me preguntó.

—¿Conoces a un tal Robert Simmons?

El repartidor plegó el entrecejo.

—No me suena de nada. Nunca he traído un paquete a nombre de Robert Simmons a esta dirección. Puede que sea un inquilino nuevo.

—Puede —convine—. O puede que no le apasionen los pedidos online.

Mi comentario le hizo reír de buena gana.

—¡Para gustos!

Nos acercábamos al ascensor. Y yo tenía que hacerme con un cambio de ropa urgente.

—¿Podrías decirme la hora?

—Claro, amigo.

Agachó la cabeza mientras localizaba la PDA. Aprovechando el despiste, saqué la navaja del bolsillo y me coloqué detrás suya. Sus labios se abrían con la respuesta en curso cuando le taponé la boca. Hundí la cuchilla en su costado. El filo entró y salió del cuerpo en cinco ocasiones. Noté la saliva empapando mi palma. 

El repartidor flexionó las rodillas. La tensión había logrado que no soltara las cajas.

Lo arrastré hacia una puerta que conducía a la retaguardia del edificio. La abrí y puse un paquete en la rendija para que no se cerrara. Me aseguré de que la sangre todavía no se había filtrado por su ropa y le quité la chaqueta con la tarjeta identificativa y la gorra corporativa. Limpié la escasa sangre que manchaba la parte interna, recogí la paquetería y entré de nuevo.

Pulsé el botón del ascensor. En la nota que Robert Simmons le había entregado a Jason aclaraba que su apartamento estaba en el ático. Examiné mi aspecto en el espejo interior. La abertura de la chaqueta era pequeña. Fácilmente podía pasar por un descuido con el borde afilado de una viga mal situada.

El cutre sonido de final de parada abrió las puertas en el último piso del edificio. Un largo pasillo con un ventanal al fondo dividía la planta en dos secciones. Seis apartamentos en los que probar suerte. Deambulé fijándome en si a alguno de los inquilinos le gustaba alardear de nombre y apellido.

El asesino de personalidadesTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon