Capítulo 30

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El estruendo de la puerta de la cafetería sobrecogió a los clientes más cercanos. Los platos y tazas apilados en la bandeja de Caroline tambalearon peligrosamente. 

Jason ensombrecía la entrada.

—¿Se puede saber con qué pie te has levantado esta mañana? —le gritó al cruzar junto a él.

El cínico motorista ignoró su verborrea. Su cara de malas pulgas me tenía a mí como diana. Se apresuró hacia la barra y ancló los puños a la encimera. El casco dio un porrazo que agitó el aparador de los dulces. 

—Ten cuidado o Dory utilizará tu mes de suelo para repararlo —sonreí como el Maiden de todos los días—. ¿No te ha dado tiempo a tomar un café? Tranqui, te preparo uno bien cargado, pero que quede entre tú y yo.

—Déjate de cuentos.

Le faltaba la saliva brotando de entre los dientes. Simulé no entender a qué venía tanto dramatismo. Limpié con la bayeta la zona en la que había estado trabajando y la escurrí en el fregadero. Jason no se movió.

—No sé de qué estás hablando. ¿Te encuentras bien?

—¡Eres un cabrón!

Caroline pasó a nuestro lado intercalando la mirada entre uno y otro.

—¿Qué le ocurre a este ahora?

La artista se dignaba a hablarme de nuevo. ¡Qué ocurrente! Si jugaba bien sus cartas, Natasha podía ser tan persuasiva como yo. Nuestro romance despegaba, y Caroline se había visto resignada a hacer de tripas corazón y aceptar que no iba a ser tarea sencilla sacar a su joven amiga de su estado de embotamiento.

El enamoramiento tiene su hándicap, no todo es de color de rosa. El cerebro se vuelve inservible, una máquina monotemática. Solo aspira a deleitarse con la fuente de su deseo, cegado por la pasión y el amor irracional. No duermes, no comes, no te concentras. En tu cabeza solo fantaseas con estar en brazos de tu amante, en volver a experimentar esa corriente eléctrica corporal cuando hacéis el amor.

Y fin. 

Un ser humano enamorado es vulnerable.

Natasha estaba en esa etapa de ebriedad que ni la vehemente racionalidad de Caroline podía derrumbar. Tendría que soportar que yo, de vez en cuando, rompiera el corazón de su pequeña protegida.

—Ni idea —contesté.

—¿Dónde estabas anoche? —Jason expulsó la pregunta como si su cordura dependiera de ello.

Reparé en Caroline, que colocaba dulces en unos platos, y giré la cabeza hacia Jason.

—No es asunto tuyo —dije con normalidad—. ¿Desde cuándo te interesa lo que hago o dejo de hacer?

—Pero ¿¡qué coño?! —estalló—. ¡Hiciste que esos tres seguratas fueran a por mí! Si no hubiera sido por...

—Espera, me he perdido —moví las manos en el aire, haciéndome el confundido—, ¿qué seguratas? ¿De qué hablas? Jason, ¿de verdad estás bien? —mi tono de preocupación le sacó de sus casillas—. ¿Has consumido algo que...?

—¡No me tomes por idiota! ¡Te vi! ¡Estabas allí!

Jason se arrojó sobre la encimera y me enganchó del cuello de la camiseta. Nuestras caras estaban a centímetros de rozarse.

—¡Para de una vez! —Tiré de su antebrazo para soltarme y reculé—. Estás montando un espectáculo con esos humos de mierda. Te repito que no sé de qué me estás hablando. ¿Estar dónde?

—En el Ink48.

—¿En ese hotel? ¿Qué se me ha perdido a mí allí?

—¡Tú! ¡Tú eras...! —Comenzaba a dudar de lo que había visto. El Maiden que había pisado la azote del Press Lounge era lo opuesto a lo que tenía delante—. Eras tú... —murmuró, más para sí que para mí.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now