Capítulo 16

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Frente al Madison Square Park se encontraba mi segunda víctima.

Ada Kinsey.

Una semana atrás, dos horas después de que la aplicación me aportara su nombre bajo una nueva personalidad que interpretar, disponía de toda la información que las redes sociales ofrecían acerca de esa mujer.

Ada Kinsey era una loba de Wall Street. Vicepresidenta de una millonaria empresa de cosméticos, había heredado el gen controlador y práctico de su padre. Todas las decisiones de la firma pasaban por sus manos. Su superior le cedía el mando de una empresa que poseía su nombre, pero que Ada timoneaba con exquisita seguridad. El estándar de excelencia del que alardeaba había fomentado más de una visual desaprobatoria contra sus trabajadores y algún comentario hiriente si no vestían la firma del diseñador que envolviera de lujo un entorno fabricado para una clase social en particular.

La temían con tal solo escuchar su nombre.

Pero poseía un cerebro privilegiado. Moldeaba el esbozo inicial de cualquier esquema incompleto hasta transformarlo en un proyecto innovador y exitoso. La eficiencia era su arma. Tenía un don para implementar las nuevas iniciativas que creaba una mente planificadora, organizada y calculadora como la suya. Lo preveía todo, hasta el más mínimo error, y no se le caían las uñas postizas si concluía que para mejorar la empresa debía empujar a unos cuantos desde la azotea del edificio.

Ella era la depredadora. Una ESTJ de manual: extravertida, sensitiva, pensadora y, evidentemente, juez.

Pero, por más que acumulara múltiples ascensos en su currículum y los premios rellenaran las estanterías de su despacho, había una falla en la vida de Ada Kinsey. Un compañero de a bordo, un semejante. Era una mujer atractiva; sus rasgos detallaban el carácter altivo y fuerte de una apariencia hecha para gustarse a sí misma. El verde amarronado de su iris brillaba al descubrir a su prototipo ideal. Su piel blanca contrastaba con el largo cabello negro que solo soltaba de la coleta que estiraba sus facciones si la ocasión lo merecía.

Los hombres estaban al tanto de lo seductor de Ada Kinsey, se habían cerciorado de ello en la intimidad que la propia Ada les consentía. El problema era, de hecho, el gen controlador de la vicepresidenta. Su necesidad de dominar la situación desalentaba a sus conquistas: el restaurante donde comer, los temas a tocar en la conversación, el lugar de la última copa, la postura en la que disfrutar... Nada quedaba a la espontaneidad, y mucho menos a la elección de sus citas.

Pero estaba cansada de sexo nocturno sin un desayuno en la cama al amanecer. De ahí que la nueva web que estaba revolucionando el mundo de las citas por Internet atrajera sus ojos a la ventanita del anuncio que titilaba junto a un correo electrónico en la bandeja del e-mail. ¿Por qué no? Se preguntaría mientras hacía clic con el botón derecho en el enlace. Si aquella web utilizaba los rasgos de personalidad para unir a desconocidos, había una posibilidad de que el hombre perfecto estuviera entre ellos.

Días antes de la cita, como un viandante más de los miles que cruzan frente a los grandes edificios donde Ada Kinsey tiene su despacho, me resguardé en uno de los cafés. Imaginaba que una mujer como ella no se ensuciaría las manos tomando el metro, abarrotado de individuos a los que detestaba. El chófer del Mercedes estacionado en doble fila le abrió una de las puertas laterales y se perdió en el tráfico de la ciudad. La seguí en un taxi al que ordené detenerse unas calles antes para no levantar sospechas. En uno de los barrios residenciales arquitectónicamente más innovadores residía la vivienda de aquella mujer de negocios.

Para ser un lugar tan caro, me alegra decir que la vigilancia es lamentable. Desde los ventanales que rodean la casa, cristaleras dobles que amortiguan el frío y el ruido de las conversaciones, pero que no ocultan lo que ocurre en su interior, vi pasar las horas de la vida de Ada Kinsey. Sería toda una tigresa en las oficinas donde la idolatraban, pero en su casa era una triste mujer solitaria.

El asesino de personalidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora