Capítulo 38

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Las puertas del edificio me mostraron a Oliver Lauder.

Tragué la saliva que se me había acumulado en la boca. Mi instinto de depredador enfiló un andar concordante al suyo desde la acera contraria.  

Había estado aplacando a mi sombra desde hacía días. El encuentro con un nuevo perfil de la web se estaba demorando demasiado. Y en uno de los trayectos entre avenidas, sin querer darme cuenta, mis piernas me habían llevado hacia el ático del hombre al que quería hacer caer.

El problema de no alimentar a tu ser real es que, inevitablemente, se muere de hambre. Aúlla por salir, por engullir a quien se le ponga delante. Se le hace la boca agua fantaseando con las personas que lo franquean. La expresión de horror de sus rostros, los gritos afónicos de miedo, lo hacen entrar en trance, igual que si llevara días de ayuno. El control se desestabiliza. Ansía saltar sobre alguien sin un plan concreto, relamerse en el arcoíris monocromático de un rojo intenso.

Tararearle una melodía que lo durmiera era una técnica que ya no surtía efecto. Sacaba las garras y hacía trizas la flauta de pan. Despertaba de su encierro, y ya nada lo detenía.

Los mensajes entrantes de la clínica privada, el sonido de las llamadas perdidas, lo irritaban. Natasha quería ver a Maiden Pears. Las citas pendientes aguardaban mi confirmación. El ISFP que iba a conocer al hombre de sus sueños merecía una adecuada puesta en escena.

Sentía un caos total saliendo a la superficie.

Oliver Lauder estaba en mi lista, escalaba puestos, pero todavía no había llegado su hora. 

Deambulaba unos metros detrás de él, evitando que me viera en un cambio de dirección no previsto. La opresión en el pecho iba a más. Me faltaba el aliento. Estaba en una tensión extrema. Cualquiera que se atreviera a tocarme se habría convertido en un estímulo en blanco al que clavar la navaja del bolsillo. Sin pensar. Sin mirar. Solo introducir, retorcer y sacar. Un estorbo menos en mi camino hacia el hombre al que no quería perder de vista.

≪Quiero jugar un rato≫, escuchaba suplicar una vocecilla dentro de mí.

Espiré profundamente.

≪Solo probemos su sangre≫, planteaba.

Volví a espirar.

¿Quién era yo para negarle nada?

—Solo nos divertiremos un poco —susurré—. Plantaremos la semilla.

Crucé la calle y me agazapé. Me recoloqué el gorro de manera que disimulara mi rostro. Zigzagueé, esquivé y golpeé con el hombro a todo aquel que me acortaba el paso.

La chaqueta de cuero de Oliver Lauder irrumpió en mi campo visual. Sonreí. Iba inmerso en sus pensamientos. No se percataba de que alguien lo seguía.

Divisé un callejón a unos cinco metros de distancia. El torrente de cuerpos en la acera entorpecía la visión de la navaja que sostenía a medio esconder bajo la manga. Era tal la estrechez de espacio que resultaba imposible percibir de la gente algo del pecho hacia abajo.

Alargué el paso y me pegué a su espalda cuando se detuvo en un paso de peatones.

Solo tuve que hacer un rápido movimiento con el brazo.

El cuero entorpeció el paso del filo de la navaja. Hice presión. Cuando entró en contacto con la piel, se deslizó en el interior de Oliver Lauder sin dificultad.

El asesino de personalidadesTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang