Capítulo 15

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Los titulares de los periódicos se recreaban con la noticia del asesinato de Lilian Pux. Nadie se había preocupado por su paradero; amigos y familia conocían lo imprevisible de su carácter. La única consciente de su prolongada desaparición había sido su compañera de piso. Necesitaba los dólares que sumaran la mitad del pago del alquiler. Su vida no le importaba. Su dinero, sí.

Encontraron su cadáver después de una semana. No hace falta mencionar el decepcionante servicio de limpieza que tenía contratado el motel. La cara de la encargada de aquel trabajo denigrante se desencajaría de terror nada más abrir la puerta. La saludaría el cuerpo desnudo de Lily Pux. La sangre seca en las sábanas, el olor de un cadáver en descomposición.

La policía no tardó en posicionarse en el lugar del crimen. Pero ¿habían encontrado pistas de su asesino? Pese a las decenas de pruebas biológicas en esos metros cuadrados, os aseguro que no.

Me había encargado de ese esencial detalle hacía mucho tiempo. Mi sombra quería actuación, quería deleitarse con la experimentación del dolor ajeno. Pero debía ser meticuloso. Un error de cálculo lo destrozaría todo, desintegraría mi ser, mi objetivo.

Solo había una solución.

Yo, Maiden Pears, tenía que desaparecer.

Mi identidad, mi yo conocido, aquel hijo de padres trabajadores, de calificaciones excepcionales, de futuro alentador, debía morir.

Eliminé hasta el último vestigio de existencia de Maiden Pears. Me convertí en un fantasma. Solo yo sabía que, en realidad, mi vida había terminado.

Era un papel en blanco, una brisa que transitaba entre la gente, imposible de apresar.

La Deep Web me había brindado esa invisibilidad. Unas nociones básicas en los sitios oportunos te enseñan a pasear entre los contenidos de la red ocultos para los motores de búsqueda tradicionales. Y dentro de ese noventa por ciento de información inaccesible para los mortales, lo que a mí me interesaba ocupaba un mísero porcentaje. En ella exploré realidades que la sociedad tilda de rumores sin argumentación veraz. Un mundo aparte que la cima del iceberg copia sin mucho reparo.

Naufragué durante semanas. No es difícil estar motivado cuando tu plan de vida depende de aprender a hackear los datos que pueden arrojarte a los federales. Y por un módico precio, la información que precisas para esconder tus pecados es tuya.

Gracias a los cientos de mensajes en foros donde la principal pregunta discurría en la alteración de cuentas bancarias sin la manipulación del nombre del afectado, uno de los usuarios más reconocidos me proporcionó una guía de creación propia para borrar mis datos de la red. Yo no había sido el primero en utilizarla, aquel usuario daba fe de sus extraordinarias dotes para hacer invisible a todo aquel que pagara sus servicios.

Ni fichas médicas, dentales o escolares. Mis huellas dactilares ya no estaban registradas en ningún archivo. Tampoco el número de la seguridad social, el carnet de conducir o mi inscripción a determinadas webs de moda.

Mensajes, fotos, chats en redes sociales, direcciones de e-mail. Todo borrado.

Aunque mis padres siguieran creyendo que tenían un hijo, la foto familiar en el salón de casa exponía una mentira.

Los que me conocían solían describirme como un joven que vivía por y para su familia. Que no gastaba un duro en aparatos informáticos. Ni televisión ni ordenador. Nada. Mi padre discutía una y otra vez aquel principio de su hijo que no entendía. Mentalidad New Age, lo había tildado. Me endosó uno de los móviles antiguos facturados a su nombre sin que mediara negativa alguna. Para el bueno de Maiden, aquel aparato era un cargo de conciencia. Para su opuesto, los móviles sin registro se convirtieron en un ritual. Mío, de mi posesión, algo que pudiera ser detectado, no había nada. Absolutamente nada.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now