Capítulo 28

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Natasha era mi tapadera. La había invitado a cenar en un restaurante barato que solía frecuentar con mis padres. Como había previsto, al principio se negó. No quería que Maiden gastara un solo centavo en ella, no cuando todo cuanto tenía iba directo a financiar los tratamientos médicos de mi madre. Si hubiera visto la sonrisa que había pintado mi rostro con la noticia de la recidiva del cáncer... Me había recreado en el temblor de la voz de mi padre, el atropello de palabras, el llanto, la angustia. Se me erizaba la piel al evocarlo. La primera vez que lo experimenté fue a los trece años. Ahora esa sensación se había potenciado.

Por suerte, a Natasha no le importaba vivir una vida mediocre exenta de lujos y posibilidades, siempre y cuando fuera conmigo.

Las creencias en el amor romántico que bailoteaban por esa cabecita hueca eran para mí un puente con el que adueñarme de su voluntad. Natasha buscaba a su príncipe azul, al hombre que la protegiera del mundo que se le venía encima, que le aportara calor por las noches. Un hombre que la mirara con ojos enamorados y diera su vida por ella. 

Vivía en una fantasía que yo no iba a hacer añicos. A fin de cuentas, esas creencias facilitaban mi objetivo. Natasha adaptaba su conducta para cumplir su profecía. Si algo hacía tambalear los esquemas mentales sobre Maiden Pears, si mi actuación no concordaba con la del príncipe azul que iba a salvarla, si una parte de mí fallaba, ella se ocuparía de enmendarlo.

Maiden Pears se había ganado su corazón. Natasha solo lo escuchaba a él. Natasha solo me escuchaba a mí. 

Después de la cena habíamos paseado hasta su apartamento. Me invitó a subir. Acabamos haciendo el amor. Para Maiden había sido algo maravilloso con la mujer de la que estaba enamorado. Para mí, una experiencia poco memorable. Pero en el papel de chico bueno de las afueras, Maiden no podía extralimitarse. Tenía que ser fiel al cuerpo de la mujer que se entregaba a él. Fue pudoroso, lento, consciente de lo que despertaba en la piel que acariciaba, que besaba. La hizo sentir única. Una princesa que había encontrado a su alma gemela.

La observé dormir unos minutos. Las sábanas cubrían malamente su cuerpo desnudo. Le aparté unos mechones del rostro y rocé la piel de su brazo. Esa rubia inocente había desbaratado mi energía interna, la había puesto en ebullición. Inspiré profundamente varias veces. Tenía una fiesta a la que asistir y un escaparate de víctimas con las que saciar mis impulsos.

Natasha ni se enteraría de mi ausencia. La felicidad que la embriagaba porque me hubiera declarado había servido de distracción. No percibió el sabor amargo de las pastillas disueltas en el vino barato que compartimos en su cama.

*

El Press Lounge había dado la bienvenida a Cameron Reed, un escritor de novelas románticas, tímido, con ganas de hacer amistades y sin miedo al compromiso. Los que ya habían entablado una charla con él habían conocido a un hombre de valores profundos, con unos ideales humanistas por los que luchaba, eso sí, sin que su voz se escuchara por encima de la mayoría. Trabajaba para algunas ONGs cuando su quehacer literario le daba un respiro, y ese trasfondo deprimente de la humanidad lo volcaba en sus obras con un ingenio extraordinario. La crítica estaba extasiada con él.

Y había fichado a su próximo aperitivo. Emma Moore, una joven relaciones públicas muy habladora. En la azotea del Ink48, aquella veinteañera estaba en su salsa. Amaba los ambientes donde hubiera un flujo constante de personas, música y alcohol. Pese a lo que aparentara a simple vista, Emma era una mujer culta. Estaba al día de lo que sucedía en el mundo, apreciaba los pormenores de la banca, la política y, ya solo por puro cotilleo, de la prensa rosa. Y eso aumentaba su atractivo. Su pegatina presumía las siglas ENTP, por lo que nuestra conexión fue instantánea. Teníamos compatibilidad verde, y ninguno de los dos íbamos a desaprovecharlo.

—¿Puedo invitarte a una copa?

—A una y todas las que quieras pagar.

Sonreí a su comentario y marché hacia el bar de la azotea.

—Dos copas de rosado italiano —pedí al barman.

—¿Maiden?

Mi verdadero nombre entre el tumulto de desconocidos. Todos mis sentidos se unificaron de golpe. Había previsto que la policía inundara el lugar con agentes en el papel de solteros de LovPer. Había calibrado hasta el más redundante contratiempo en el caso de que me topara con alguno de ellos. Cada mímica, interrogante o revelación personal que Emma o cualquier otro quisiera saber de mí era concienzudamente evaluado. No había cabida para errores.

Lo que no había anticipado era a él. Jason. Jamás se me pasó por la cabeza una coincidencia casual en Press Lounge con mi compañero de trabajo.

¿Qué hacía en una fiesta de LovPer? ¿Y cómo me había reconocido? Mi sombra, desbocada, quería echarse encima suya, matarlo. 

Si bien, no hay que olvidar que los individuos con los que comparto afición contamos con una, cómo llamarlo... habilidad para la actuación. Sin demora, sobrevino Cameron Reed. En una actuación serena y con dosis extra de pedantería, me di la vuelta.

Jason vestía un cutre traje de camarero. ¡Entonces era eso! Las profundas ojeras, la delgadez de sus pómulos, aquella ridícula actitud abúlica, eran a causa de un segundo empleo. Todos preocupados porque se estuviera metiendo heroína en algún cuchitril del Bronx y, muy al contrario, el hombre reservado y sarcástico guardaba el secreto de ambicionar unos cuantos dólares de más para obtener una salida a su enquistada vida tras un delantal.

—¿Perdone?

—Joder, Maiden, ¿qué coño haces tú aquí?

Jason aparcó la bandeja en la barra. Me miraba con una incredulidad que demandaba respuestas. Dibujé una ligera sonrisa.

—Creo que se ha equivocado de persona.

—¿Me estás vacilando? Eres tú, joder. ¿De qué vas disfrazado?

Al tratar de acercarse a mí, retrocedí. Mi acción estaba supeditada al desconocimiento de la identidad del empleado que excedía los límites de sus servicios.

—Le repito que no le conozco —reforcé mi autoridad, y una leve muestra de una posible metedura de pata constriñó el semblante de Jason. Yo no hablaba como solía hacerlo en la cafetería. Mi voz era más grave, melódica, y eso lo desconcertaba—. No se atreva a tocarme otra vez o tendré que llamar a seguridad.

—Pero ¿qué? —Dio otro paso hacia mí con los brazos abiertos, reclamando una explicación a mi conducta—. Mira, Maiden, sé que tú y yo no somos colegas, pero necesito este trabajo. No esperaba encontrar a nadie de la cafetería por aquí y...

Aquel mediocre ser estaba empeñado en arrastrarme a su terreno. En menos de lo deseado, había puesto en peligro todo mi plan. Si Jason hablaba, Maiden Pears caería. El suculento cazadero que daba de comer a mi sombra quedaría clausurado. Tenía que pararle los pies.

—Deje de hacer lo que crea que está haciendo. —Me erguí ante él. Su mirada de confusión activó un resorte en mí. De repente, ya no lo veía como un problema. La superioridad de mi ser pisoteaba su patético intento de ensombrecimiento—. No tengo por qué poner al corriente de la situación a los guardias de la azotea. No vuelva a dirigirse a mí con esa falta de respeto. Le repito que se ha equivocado de persona. No le conozco, y tengo claro que, en otras circunstancias, tampoco sería un placer. Si me disculpa.

Le di la espalda, pero recibí un tirón en el brazo que frenó mi fuga. El infeliz de Jason no se daba por satisfecho.

—¿Se puede saber de qué vas, tío?

—Suélteme. —Me zafé de su agarre—. Usted mismo ha puesto en peligro su puesto. Lo siento, pero he de informar a sus superiores de que está incomodando a los clientes.

Antes de que me interceptara por segunda vez, me escabullí entre la muchedumbre.

Mi otro yo estaba rabioso. Lo notaba rasgando mi interior, ávido por derrochar la energía que había agitado aquella accidental sorpresa. No le había concedido el relevo, no había apaciguado las ansias de hacer realidad la imagen en la que partía el cuello a Jason, y ahora aullaba por desquitarse con el primero que se cruzara en mi camino. La furia trastocaba mi autocontrol. El caos estaba por tomar el mando.

A lo lejos divisé a Emma.

Era la última noche de esa mujer en Nueva York.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now