Capítulo 27

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Me encontraba a los pies del Ink48. En lo alto de aquel entramado de espejos se alza el Press Lounge, una de las azoteas más glamurosas de la ciudad y donde LovPer había previsto la fiesta con los solteros de la web.

La invitación apareció en la bandeja de entrada del correo de Robert Simmons. Una fiesta de variedades, donde la variedad a la que hacían referencia tenía que ver más con la gama de personalidades que saborearíamos la noche que con los gustos sexuales de los asistentes.

El mensaje finalizaba con un recuadro para aceptar o rechazar la asistencia al evento. Los datos recabados por la web aportaban una perspectiva al FBI del porcentaje de clientes de la ciudad que reuniría el hotel. Entre el setenta y ochenta y cinco por ciento. La probabilidad de que AP estuviera entre ellos aumentaba con esa estadística. 

No obstante, las dudas no habían tardado en extenderse entre los miembros del equipo. ¿El asesino habría reconsiderado la tentadora oferta de la web? ¿Sospecharía de agentes infiltrados como clientes? ¿Se arriesgaría a moverse entre el gentío sabiendo que había desacreditado a la agencia de investigación que lo tenía en busca y captura?

La respuesta nos la concedió la agente Turner. Rotundamente, sí.

—El mayor aval de un psicópata es su imagen —esclareció—. Pese a lo que aparentan, estos individuos no actúan irreflexivamente. Especulan qué actos pueden perjudicar su imagen y se adhieren a la alternativa que no los denigre. Pero aquí no estamos hablando de ese casi uno por ciento al que denominamos "psicópatas integrados". Nos estamos enfrentado a la mísera proporción violenta implicada en delitos contra la vida. Por tanto, sí, aparecerá. Para él es un riesgo inevitable.

Mi papel estaba listo. Cabello repeinado, prótesis de nariz, lentillas azules, gafas falsas de montura ancha y un traje imitando el cachemir de las firmas que el FBI no podía ni quería gastar en una aberración como yo.

Richard Simmons iba a salir a escena.

Miré una vez más la estructura desde los cristales tintados de la furgoneta.

—¿Nervioso?

La pregunta de Turner me hizo contener el aliento. Junto a ella, dos agentes trasteaban en los dispositivos electrónicos que acaparaban el lateral del vehículo de mando del FBI. Una cámara minúscula enganchada al botón de mi chaqueta y un auricular interno era todo lo que tenía para defenderme. Desvié la cabeza hacia las pantallas conectadas a la cámara. Vi reflejado el edificio en tres de ellas. Las otras mostraban las imágenes captadas por las cámaras de los SWAT.

Me fijé en la pistola que sobresalía del lateral de la funda de la agente.

—No tanto si contara con...

El sonido de la puerta descorriéndose cortó mi propuesta. Anderson reaparecía de entre las sombras. Me había preguntado si la seguridad con la que Turner se aferraba a la participación de mi mentor en la misión sería cierta o instigada por su propia necesidad de un alto cargo que supervisara mi actuación. Pero allí estaba.

—¿Todo listo? —indagó abriéndose paso en el interior del furgón.

—Todo listo. A la espera de que usted dé la orden.

Anderson se instaló en una de las sillas y tomó uno de los auriculares disponibles.

—Oliver, haz tu trabajo.

—¿No me deseas suerte? —dije mientras bajaba, todavía sujetando la puerta.

Silencio.

—Lárguese ya —murmuró Turner.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now