Capítulo 10

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Nada más finalizar la didáctica charla del agente al que debíamos reconocer como nuestro líder, cedió su puesto a una hilera de oficiales. Entre ellos, Anderson. Uno a uno, los nombres de mis compañeros se fueron sucediendo. Abandonaron la sala como reclutas junto a sus nuevos dueños. Solamente quedamos los dos. No hizo falta que me nombrara. Directamente, me levanté y me posicioné frente a él. Se dignó a mirarme a la cara.

—Parece que no va a poder librarse de mí tan fácilmente —le dije.

Anderson apenas reaccionó. Torció la boca y gesticuló hacia la puerta.

—Eso está por ver.

*

Aguantar durante meses a nueve réplicas tuyas consigue que los impulsos que creías tener controlados se filtren poco a poco hasta eclosionar de su crisálida. Los ánimos alterados y el cansancio tras horas de instrucción y entrenamiento físico estaban por las nubes. Si no habíamos caído en la tentación de partirnos la cara los unos a los otros era gracias a los hombres que custodiaban nuestras espaldas. La mano sobre el arma y una ligera negativa de cabeza ponía término a cualquier disputa en un abrir y cerrar de ojos.

En un entorno de capacitación abusivo donde nos habían rebajado a un nivel inferior al de seres humanos, conseguí mantener la cabeza fría gracias, ni más ni menos, al agente de mirada impertérrita.

En un principio nuestras comunicaciones se reducían a órdenes y silencio. Lo tenía pegado a mi nuca durante todo el transcurso del adiestramiento académico. Horas y horas sentado frente a una concurrida variedad de oficiales que trataban de insertar en nuestras cabezas una razón por la que morir sin perder la sonrisa. Lo quisiéramos o no, ahora éramos miembros de la organización, y lo que los nuevos agentes absorbían con motivación propia nosotros teníamos que interiorizarlo sin un fallo donde reluciera un entusiasmo forzado. 

Y si un balazo o un encierro en el más puro de los confinamientos humanos prohibía que nos desahogáramos, los agentes se liberaban de esa carga durante los adiestramientos en habilidades operativas. Se mantenían al margen en los momentos en los que alguno se desfogaba con el compañero que le había tocado de pareja. Alguna que otra vez distinguí rápidos intercambios de manos entre el corrillo de oficiales que custodiaba la puerta. Era el modo de convertir horas de tediosa vigilancia en un juego entretenido; apostaban quién sería el siguiente en salir de allí con un hueso roto o un ojo morado.

Las sesiones de boxeo habían propiciado más de un pómulo hinchado y algún que otro labio partido. Pero eran los contactos cuerpo a cuerpo del krav magá lo que había reducido a dedos fracturados y esguinces en los ligamentos de rodilla las ansias de descargar la ira entre nosotros. Soportábamos el dolor sin un alto en el adiestramiento.

Todo hay que decirlo, ejecutar de manera óptima una técnica de desarme, inmovilizar a tu contrincante hundiendo los nudillos en sus costillas y realizar una maniobra perfecta con las esposas suscitaba un extraño sentimiento de satisfacción que hasta ahora me parecía ajeno. Y la sensación se intensificaba cuando aplastabas la cara del compañero contra el barro y escuchabas aplausos a tus espaldas. Delineabas una sonrisa disimulada por los aullidos que brotaban de esas bocas al notar que algo en ellos se partía. Supongo que era excitante. Por un segundo, olvidabas que luego eras tú el que probaría la misma suerte.

Los episodios de mayor tensión se desarrollaban durante las instrucciones en armamento. Una vez iniciados en fundamentos de puntería, habilidades de manejo y orientaciones sobre la variedad de armas que asola este país, había que demostrar la competencia de los nuevos alumnos. Entendía perfectamente la animadversión y el recelo de nuestros canguros. ¿A quién no se le habría pasado por la cabeza que nos gustara probar puntería con ellos, tal y como nos habían enseñado? Pero también estábamos al tanto de que el cargador completo de las armas de los nueve agentes restantes agujerearía a quien llevara a cabo ese sueño.

El asesino de personalidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora